Conchos

    Por Marcos Durán Flores

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    La madrugada del 19 de febrero del 2006, cientos de mineros se metieron en las entrañas de la tierra para excavar cada vez más profundo y sacar el otro oro negro, el carbón. Pero esa noche tenían miedo, conocedores de su oficio ancestral empezado por sus padres y los padres de sus padres que habían trabajado siempre en las minas de carbón, su única opción en la región para intentar vivir la vida con dignidad.

    Sabían del inframundo de la mina, podían sentir las vibraciones de la tierra, olían el gas metano, el peligro acechaba, la muerte rondaba. En Pasta de Conchos, se les había dicho que todo era seguro, pero ellos temían un desastre inminente. Y es que durante meses se habían quejado de un interruptor eléctrico principal defectuoso, cables con corriente en el suelo y una ventilación tan deficiente que sudaban en invierno. Unos días antes, el 7 de febrero, inspectores de la Secretaría del Trabajo del Gobierno federal emitieron un informe asegurando que Grupo México, propietaria de la mina, había corregido 34 violaciones de seguridad. Los mineros dijeron que los problemas persistían, pero los inspectores aseguraron lo contrario. En un juego escalofriante para ellos, se abstenían de quejarse por miedo a ser despedidos e incluso el representante sindical firmó el informe de seguridad del Gobierno.

    Luego, pasó lo que no tenía que pasar. Durante las primeras horas del 19 de febrero del 2006, una explosión violenta, impulsiva y rabiosa, hizo crujir las estructuras de la mina. Lo que siguió fue indescriptible: el horror, los tiros llenos de fuego y polvo, sirenas de emergencia aullando y una oscuridad que todo lo devoraba. Algunos pudieron salir con vida, otros quisieron regresar para auxiliar a sus compañeros, pero las condiciones de la mina lo hacían imposible.

    Luego empezó el recuento de los daños, de las muertes. 63 mineros habían quedado atrapados entre los escombros de una mina que explotó después de que su gobierno, su sindicato y el dueño la declararan segura. En un principio las familias querían rescatar a los posibles sobrevivientes, pero la empresa detuvo todos los trabajos de rescate apenas cinco días después de la explosión. Alegaron ahora sí, condiciones inseguras a pesar de que el informe de una brigada de voluntarios indicaba que el rescate era posible, se enfrentaron a la oposición del poderoso Grupo México en contubernio con el Gobierno federal.

    Expertos sostienen que se trató de una manipulación de la empresa y del Gobierno para evitar se conociera la verdad de que los mineros no murieron por la explosión, sino que se les dejó ahí en la mina hasta su muerte última.

    Pero al paso del tiempo, se puede decir que ya no basta con recuperar los restos de los 63 mineros que quedaron en la mina, en un proceso prometido y dilatado hasta la infamia por varios gobiernos, entre ellos el actual gobierno federal, sino también conocer la verdad. Pero la organización civil Familia Pasta de Conchos integrado por las víctimas de la tragedia y otros activistas, con la paciencia de Job, han llevado el proceso ante instancias superiores de la justicia para rebasar cualquier intento de archivar la verdad. Eso ha puesto en riesgo a activistas de la Organización, expuestos al constante hostigamiento y acoso de ese poder que sigue protegiendo una actividad infame. Y es que lo menos negro del negocio del carbón es… el carbón.

    16 años después, los verdaderos culpables permanecen libres, mientras que los restos de los mineros siguen atrapados en la oscuridad. 16 años después la región sigue dependiendo del carbón, es Sísifo, condenado a hacer rodar una roca hasta la cima de una montaña sólo para verla rodar hacia abajo y comenzar de nuevo eternamente.

    Yo estoy seguro de que un día, cuando por fin se acabe el carbón y la codicia que produce, los hombres y mujeres de esa gran región no tengan que descender más a oscuras cuevas debajo de la tierra, el sol brille en sus ríos y el viento sople a través de sus valles, para que al fin los hijos de sus hijos no tengan sus pulmones negros de tanto tizne, sino un futuro brillante.

    Pero mientras eso ocurre, Pasta de Conchos es el recordatorio del sacrificio de decenas de coahuilenses, víctimas que no debemos olvidar y de exigir que se haga justicia, aunque se caigan los cielos.

    @marcosduranf

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