Carlos Fuentes en clave gastronómica

    Por Jesús R. Cedillo

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    Escribo estas líneas en pleno verano tórrido. Días de vacaciones para todo mundo (que tenga lana, claro). ¿Yo? Como eso de estar entre harta gente no se me da mucho ya, guardo encierro, me refugio en mi residencia y espero, paciente, la llegada de mejores fechas para salir ahora sí, de vacaciones y todo para mí. Es decir, sin prisas y sin aglomeración es, disfrutar de mi restaurante favorito de la ciudad de México o Zacatecas. Disfrutar de mi restaurante favorito en Guanajuato. Salir a caminar orondo y feliz en las avenidas de Guadalajara, ir sin tanto hippie prófugo del petate, en peregrinación al Cerro del Quemado en Real de 14, San Luis Potosí. En fin, abomino de tanta gente que a huevo, se quiere divertir harto en verano.

    Por esto y no otra cosa, y en virtud y condena de mi insomnio que padezco, empecé a releer los libros que tengo de Carlos Fuentes (caray, no lo había notado, los tengo casi todos). En su momento, y los que leí, tienen su muesca, sus anotaciones a lápiz en los pliegues y costados. Y claro, me voy dando cuenta que mis intereses eran otros. Cada lectura es diferente aunque sea el mismo libro. Cosas que nos interesaban en la primera lectura, en la segunda y no nos “saben” y ahora, marcamos aquello que es de nuestro interés e incumbencia actual. Carlos Fuentes me sigue gustado. Bien, a secas. Tal vez ahora me estoy “desencantando” más de su prosa, pero era bueno. Pero no daba el tamaño para ser Nobel de Literatura. Lo sigo prefiriendo como analista, como ensayista, a narrador.

    Pero tiene una obra perfecta, “Aura.” Y aquí iniciamos lo de hoy: aflora la veta gastronómica en su narrativa. Aflora la comida como una manifestación de civilización del ser humano, pero también como signo y símbolo de sus personajes, de sus estructuras y claro, de todo aquello que nos da a entender y probar en sus obras. Releamos a Fuentes en dos o tres apretados textos, no en clave sexual, no en clave sociológica, no en clave política, sino en clave gastronómica. Es una de las más hermosas y pulidas novelas cortas de la literatura latinoamericana, “Aura.” Narrativa con una belleza y expresividad perfectas, a este texto no le sobran ni le faltan palabras. De tan corto e intenso, se lee de una sentada. Se disfruta para meses su lectura al recordarlo. Entre el sueño y la vigilia, entre la imagen y la realidad, transcurre el relato en una vieja casona del Centro Histórico del bello DF, específicamente en una calle agraciada como pocas, Donceles.

    Para redactar y completar las memorias de un General tan fantasmal como sus protagonistas, un imberbe escritor es seducido por ¿una, dos? mujeres de dicha casona: una anciana y una musa, Aura, las cuales le darán de comer una y otra vez un platillo votivo… riñones hervidos. Apunta Fuentes: “Quisieras intervenir en la conversación doméstica preguntando por el criado que recogió ayer tus cosas pero al que nunca has visto, el que nunca sirve la mesa: lo preguntarías si, de repente, no te sorprendiera que Aura, hasta ese momento, no hubiese abierto la boca y comiese con esa fatalidad mecánica, como si esperara un impulso ajeno a ella para tomar la cuchara, el cuchillo, partir los riñones –sientes en la boca, otra vez, esa dieta de riñones, por lo visto la preferida de la casa…”

    Coda

    Riñones en “Aura”, ¿pero qué comidas, bebidas, frutas y platillos aparecen en “Las buenas conciencias”, en “Cristóbal Nonato”, en “Constancia y otras novelas para vírgenes”, en “El naranjo”? No deje de leerme, seguiremos con este tema en textos siguientes. Todo mundo veraneando. Ni pez. Puf.

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