Vuelta al pasado

    Por Gerardo Hernández González

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    Inspirado en Octavio Paz, poeta y premio Nobel de Literatura 1990, el escritor Jaime Torres Mendoza advierte que una sociedad adoctrinada en el culto al poder forma ciudadanos cuya disciplina y sumisión acaban con la dignidad de la persona. La siguiente es una parte del texto publicado en la edición 613 del bisemanario Espacio 4.

    “Somos un país desarticulado que a diario representa una obra ajena a sí mismo, en donde cada personaje intercambia rostros, nombres y actitudes, dejándolos sin la esencialidad de la identidad, donde los escenarios tienen como base constructiva el azar, sin la más mínima relación con la obra representada, arrojando como resultado una decoración que crea la sensación de estar en otro escenario, ajeno y extraño a lo que este país es en su más dolorosa intimidad.

    “Hay qué reconocerlo. Este es un país donde la cultura de la sensiblería cultivada y reforzada desde la televisión, casi único medio por el que opta el mexicano para entrarse de lo que pasa en el país, es cosa corriente que nos desbordemos en llanto inconsolable ante los dramas de escenografía que nos presenta la pantalla chica, pero pasamos indiferentes ante las matanzas cotidianas que siembran terror e incertidumbre; nada nos dice la situación de drama de los migrantes utilizados como estrategias políticas para que se acomode el poder; indiferentes somos si nos hablan de las fosas clandestinas que aparecen como yerba mala en campo florido. Y…

    “Duele, ¿no es cierto? Pone los pelos de punta saber que en el seno de mi país, los vencidos políticos, los vencidos ciudadanos, los vencidos todos, sometidos por el filo de la espada de la retórica más estrafalaria y vulgar que todos los gobiernos que han administrado el país utilizan como vía de explicación del mundo.

    “El ciudadano incompleto, el fragmentado, al que le hicieron pedacitos su conciencia, es el que anda por ahí, dispuesto a comercializar su voto a cambio de la humillante membrecía de los partidos políticos a cambio de una despensa miserable, de un bulto de cemento, de un tinaco, de unas cuantas varillas, de unos bloques, de unos tacos de barbacoa el día de las elecciones para dejar asentado el voto que legitimará el ascenso al poder de un miserable politiquillo con aspiraciones de sanguinario gánster.

    “¿No es esto una dolorosísima tragedia al mismo tiempo que una vergonzosa postura ante los hechos que nos agobian?

    “Lo es ciertamente. Por eso urge un retorno a nosotros mismos, a nuestro pasado, como quería el creador de El Laberinto de la Soledad; no para revivirlo e imponerlo como sistema de vida y proyecto de nación, sino para que esta vuelta al pasado se convierta en un soporte firme para crear proyectos forjados en el conocimiento real de nuestra multiplicidad de herencias histórico culturales.

    “¿Por qué nadie del poder ha leído a Octavio Paz?

    “Hoy, pues, tenemos la urgencia de una revuelta, una vuelta al pasado, porque si tenemos un conocimiento pleno de lo que fuimos, estaremos en mejores posibilidades de soportar los embates del exterior y manejar, de la mejor manera posible, los problemas internos, los que nos destruyen; pero, sobre todo, sabremos que buena parte de nuestra situación nos viene de nosotros mismos, de esos males que nos echamos a cuestas cuando elegimos autoridades.

    “Conociéndonos, con fundamento en la conciencia, podremos emprender mejores y más firmes proyectos de nación, sin necesidad de los rufianes que nos agobian”.

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