Álvaro Canales (†)

    Por Jesús R. Cedillo

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    1815

    Lo recuerdo alto, garboso, hecho de roca y granito, como un roble siempre. Cabello ralo y bien peinado, bigote entintado el cual y luego, se volvió blanco. Era mi amigo. Hoy muerto lo sigue siendo, es el historiador Álvaro Canales (†) quien en días pasados se unió a la eternidad. Tenía 74 años y murió del mal del siglo XX y más en este pueblo, una emperrada diabetes. Para mi desgracia y debido a mis trabajos fuera de esta ciudad en periodos del año, le perdí la pista los últimos tres años. Hubo un tiempo en que lo veía cada domingo en un negocio de venta de artículos deportivos el cual el historiador tenía en una plaza comercial en el sur de la ciudad. Cada domingo iba a visitarle y platicar los tópicos de moda, creo recordar, iniciando milenio. En ese entonces y también, a raíz de la publicación de alguno de sus volúmenes de historia, lo entrevisté par de ocasiones para el catorcenario “Espacio 4”, hoy recuerdo gratamente esos trabajos y lamento su partida.

    Creo recordar también, al arquitecto Canales me lo presentó el maestro Javier Villarreal Lozano y mi compañera de plana editorial en estas páginas, María Concepción Recio. Ellos tenían una animada tertulia a la cual, me uní alguna temporada. Íbamos a comer algunas ocasiones y echábamos trago, como Dios manda. Arquitecto de profesión, su pasión y vocación fueron las letras de historia. No menos de 90 opúsculos de historia tiene en su haber bajo su nombre. Originario de Palaú, se avecindó en Saltillo donde echó raíces y donde tiene a sus hijos y nietos los cuales han llorado su partida. Entre sus títulos destacan: “Francisco de Urdiñola y el Marquesado de Aguayo”, “Misiones y presidios del Río Grande”, “pesos y medidas antiguos del noreste” libro el cual ya lleva al menos cuatro ediciones; “Siluetas de Pancho Villa en Sabinas”, “Candela, semblanza histórica”, “El mineral de Palú, trozos de su historia” y un largo, largo etcétera.

    Y es que don Álvaro Canales no tenía tema aborrecido. Todo lo exploraba, todo lo que quería saber y todo lo investigaba. Canales Santos practicó o navegó pro esa vena, por ese río el cual el maestro Luis González y González bautizó como la microhistoria. Microhistoria tan necesaria en estas tierras adentro, porque nos da cohesión, pertenencia y nos hace sentir ligados y atados a esta bella tierra árida la cual nos vio nacer y crecer. Conocer la historia, nuestra historia, es conocernos a  nosotros mismos. El arquitecto Canales lo sabía y a ello se entregó y dejó los mejores frutos de su prosa. Tengo algunas de sus obras, pero no todas. Sin duda, sería recomendable que se juntasen sus opúsculos dispersos en varios tomos los cuales serían editados de manera temática y así, preservar esta memoria histórica la cual nos hace mucha falta en tiempos bárbaros de la inmediatez de las redes sociales lo cual todo lo pudren en horas o minutos.

    ¿74 años son muchos o pocos? No lo sé. Pero don Álvaro Canales los vivió bien y a su gusto. Reía socarronamente y le recuerdo siempre jovial. Me ha hecho gracia la siguiente anécdota: cuando murió don Álvaro, yo me encontraba como siempre, en mi ciudad adoptiva de Zacatecas, a la cual fui pro varios días para atestiguar el inicio de su espectacular Festival Internacional de Cultura y claro, los eventos de semana santa los cuales congregan a miles de turistas. Me platica el ingeniero Rufino Rodríguez (“Mesié Ruffus” le decía con singular alegría otro escritor unido a la eternidad y amigo mío, don Antonio Malacara Martínez) que  fue a su velorio y junto con otros de sus amigos, le montaron una guardia de honor al historiador Canales santos. Pues bien, sus hijos, su familia le puso un par de Coca-Cola junto con sus libros en su altar de despedida.

    Me ha hecho gracia lo anterior por un motivo: don Álvaro cojeaba de la misma pata a este escritor: se entregaba a libar generosas dosis de Coca-Cola. Usted lo sabe, mi escritor favorito y de cabecera es Francis Scott Fiztgerald y cuando lo vuelvo a repasar, no puedo no puedo dejar de lado a su musa, con la cual se compenetró a tal grado, que se destruyeron mutuamente, Zelda Sayre. Oteando páginas en los libros de las epístolas escritas por el norteamericano, cuando bramaba el último año de F.S. Fitzgerald sobre la tierra, 1940, éste vivía de prestado con su amante en Hollywood, California. Zelda Sayre, atacada de sedantes, se consumía viva en un hospital para enfermos mentales.

    Scott mantenía una correspondencia regular con ella. El 16 de noviembre de dicho año, le envía una epístola donde le cuenta de su hábito diario: escuchar la radio y el intentar terminar su última novela que dejaría escrita.

    De salud ya quebrantada, el autor de “El gran Gatsby” se queja de un “peso” que le oprime “los hombros y la parte superior de los brazos.” Al ir con el médico, éste le receta algo doloroso, así lo escribe en quejido lánguido a Zelda, “He tenido que dejar la Coca-Cola…” (“Cartas de amor y guerra”, Mondadori). ¿Quién en su sano juicio puede prescindir de una buena y fría Coca-Cola? No lo sé. Como soy adicto a este jarabe como Fiztgerald, me es imposible imaginarme la vida sin esta “chispa de la vida.” Imagino igual al historiador Álvaro Canales Santos, atacado años atrás por una fiera diabetes que lo fue secando, siguió disfrutando su Coca-Cola. Bien hecho. En 2001, ya poca gente recuerda, le fue otorgado el reconocimiento de “Creados emérito” por el Gobierno de Coahuila. Si de algo debería de servir la próxima Feria Rural del Libro de Arteaga de Ana Sofía García Camil, es para que en esta edición se le rindan honores al historiador de Coahuila.

    Coda

    Descansa arquitecto. Descansa ya buen amigo… así sea.

     

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