La soledad del lector

    Por Jesús R. Cedillo

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    La soledad del lector. La soledad del huérfano. Así me siento hoy, al escribir estas notas. Sigo a varios escritores ibéricos los cuales me mueven lo mismo mi inteligencia, la piel o el esqueleto. Para mí es una virtud leer a tanto ibérico;  no pocas veces también, defecto. Los prefiero a ellos a un puñado de mexicanos los cuales viven a cuerpo de rey por las becas obtenidas, no obstante su magra producción la cual tiene las tres cualidades del agua: incolora, inodora e insípida. Mis amigos me conocen, los amigos de codo a codo lo saben: sigo prefiriendo a Jorge Ibargüengoitia sobre Carlos Monsiváis, Prefiero al cronista  Juan Manuel Meneses y no a Juan Villoro, sigo leyendo a Francisco González Crussí y José Antonio Aguilar Rivera y le huyo a los textos de Enrique Krauze o al infumable Paco Taibo II.

    En este mismo orden de ideas y afinidades (elección de autores, camino y ruta de navegación), abomino de Roberto Bolaño y mi tiro de naipes en materia de ensayo, novela y relato es casi cien por ciento para los ibéricos: sigo a Javier Marías, Juan Cruz, Juan Manuel de Prada, Fernando Savater, Vicente Verdú… por citar sólo un puñado de ellos. Y sin entrar hoy en más honduras. Por lo pronto. Hace días le presenté aquí mi necrológica sobre el maestro editor Huberto Batis, a quién realmente no conocí. Pero sí vi y admiré su trabajo periodístico sin el cual, no se puede entender este país. Ese día le dije de la muerte de un escritor y editor admirado como santo por mí, Vicente Verdú. Hoy, estas torpes letras son para contarle a vuela pluma de él. Por eso hoy me siento así: solo, huérfano como lector por no encontrar ya sus columnas, sus notas, su inteligencia y sus ideas en el diario el cual lo acogió desde hace lustros a la fecha y allí murió, cumpliendo con sus textos, no obstante una larga y penosa enfermedad la cual lo secó, “El País.” Murió en agosto el maestro Vicente Verdú de 75 años.

    Las notas para alabar su memoria y recordarle como un hombre renacentista (fue poeta, novelista, narrador, pintor, editor, viajero) el cual vivió en época como la nuestra, han sido pródigas y generosas en España. He leído algunas necrológicas aquí en la ciudad de México en algunos medios de comunicación, pero ninguna tierra adentro como en Nuevo León, Tamaulipas o Coahuila, para hablar de tierra la cual nos rodea. Resulta alarmante e indignante tanta ignorancia. No de los jóvenes, esos los cuales ahora forman parte de la “generación sin lenguaje.” Resulta escandaloso en la vida cotidiana y ramplona de los mismos medios de comunicación y los integrantes de ese estrato llamado “cultura”, sea su significado cualquiera al día de hoy. A Vicente Verdú era obligado leerle y conocerle.

    Nunca me ha gustado el estilo “poniatowsko” de Elena Poniatowska. Menos el trabajo de “investigación” periodística de Carmen Aristegui (las “exclusivas” las toma de “Hola”, “TV y Notas” y ese tipo de publicación las cuales sí, publican puntualmente todos los amoríos, deslices y residencias de los protagonistas del mundo de la política y la farándula, los cuales son uno mismo, sólo vea quién se casa con quién); prefiero a Almudena Grandes o el desparpajo y bravuconería de Arturo Pérez-Reverte. Y sin duda, maestro lo fue y admirado por todos, Vicente Verdú.

    Imagino usted lo recuerda con su novela ganadora del Premio Alfaguara, “Son de mar.” En honor a la verdad, esta precisamente no la he leído por extraños motivos. Pero si recuerdo y tengo sus volúmenes de ensayo, la recopilación de sus puntuales columnas periodísticas donde, Verdú, como un auténtico hombre del renacimiento (como Leonardo da Vinci, pues, quien sabía de gastronomía, balística, contabilidad, teología, anatomía, patología…), no tenía tema aborrecido y a través de su conocimiento enciclopédico, hablaba de todo. Claro, con suficiencia, galanura y estilo. El maestro vivió y viajó. Como editor, su labor es amplia y reconocida. Fue Secretario de Redacción nada menos de la mítica publicación ya en la historia de la humanidad, “Revista de Occidente.” De este tamaño era su altura intelectual.

    ¿Algunos de sus libros? “Los últimos mohicanos”, “Retratos”, “A favor del placer”, “Espectros”, “Póquer de ases”, “Comer y beber a mi manera”… viajó literalmente por todo el mundo. Antes de la moda de hoy hablar de China, hace lustros el maestro fue a China y escribió un libro de viajes supremo. Cuando nadie tomaba en serio (literariamente) el futbol soccer, se ocupó del Soccer de manera magistral y lo retrataba en su trabajo periodístico. Hablaba de moda y cocina, cuando nadie hablaba de moda y cocina. Ni se diga de pintura, tema el cual fue pretexto para publicar varios libros de novela y relatos de deliciosa factura. Hace poco y por varias columnas sobre la insana y podrida política de vecindario de la localidad las cuales han salido aquí editadas, un profesor universitario me mandó un mensaje SMS diciendo, palabras más o menos, de mis buenas letras las cuales dijo, “extrañaba.” Agregó, “usted andaba muy filosófico.” En fin. Amargados y disidentes del sistema siempre va haber. Pero, nadie levanta la cabeza ni quiere tirar una piedra (la nómina es adictiva). Las vacas nunca miran al cielo.

    Vicente Verdú murió. Esto no es importante, no; es lo único. La soledad del lector.

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