La ley de Herodes

    Por Gerardo Hernández González

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    La competencia representa el acicate más poderoso para mejorar la calidad y el precio de los bienes y servicios, en beneficio del consumidor. La idea es conservar la preferencia del público y, de ser posible, restárselo a otros. La atención es clave. Los supermercados, las tiendas de conveniencia y las heroicas misceláneas supervivientes a la mercadotencia y a las cadenas se adaptan a las circunstancias. Lo mismo pasa en los restaurantes y en la hotelería. Las opciones son tantas y tan variadas que el menor descuido pude significar la ruina incluso de la empresa más acreditada. Sin consumidores no hay negocio; por eso los cuidan.

    En el sector público pasa lo contrario, pues tiene la sartén por el mango. En días pasados acudimos mi esposa Chilo, nuestra hija Ana Cristina y yo a renovar nuestras licencias de conducir, trámite que, con toda seguridad, no realiza la alta burocracia. Algún funcionario debería ponerse en los zapatos de los contribuyentes que pasan horas bajo el sol abrasador, el frío o la lluvia. Con el cambio climático, todo puede ocurrir el mismo día. Sin embargo, es tanto como pedirle peras al olmo.

    Durante la espera comprobé una cosa: el mexicano es un pueblo estoico y aguantador… hasta que se rebela, como ocurrió en las elecciones de julio. Bajo la escasa sombra de una máquina donde se pagan los boletos del estacionamiento, una mujer joven aguardaba con su pequeño hijo en brazos el turno de su esposo. Cuando le dieron el paso a la oficina, donde volvería a hacer fila, esta vez sentado y a un ritmo menos lento, el hombre pidió al vigilante dejar entrar a su familia para evitarle una insolación. El guardia accedió.

    Ya dentro, un muchacho se dirigió directamente a uno de los módulos. Una mujer se percató y protestó a voz en grito: “¡Ése se brinco la fila… a la cola!”. Una vez frente a la joven encargada de corroborar los últimos datos, le pregunté sobre la supuesta trampa. “La impresora se descompuso el lunes y no pudimos arreglar. La persona no se brincó la hilera —aclara—, vino a recoger la licencia que ayer no le pudimos entregar “. El servicio, en general, no es malo, pero los empleados no disponen de apoyo suficiente para cumplir mejor su comisión, a ratos ingrata.

    El gobierno no se preocupa por los contribuyentes, pues los tiene cautivos y sometidos a la mexicanísima Ley de Herodes de “pagas y te aguantas”, en su versión menos insolente. Sin embargo, las autoridades deben corresponder a la disposición de los causantes cumplidos, máxime en un estado cuya deuda por más de 40 mil millones de pesos nadie sabe a ciencia cierta a dónde fue a parar. Lo único seguro es que enriqueció obscenamente a una panda de rufianes. La incuria oficial y la falta de respeto hacia los ciudadanos se refleja en todas partes.

    Las autoridades esperan que ocurra un accidente grave en alguna zona escolar para rasgarse las vestiduras y buscar culpables. En entronques peligrosos como el de Candela y Universidad, la situación es crítica y exasperante. En el Isidro López, donde igual se violan impunemente los límites de velocidad y se expone la vida de niños y adultos, los padres han suplido al municipio y colocado avisos ante la inutilidad de las patrullas emplazadas cuya única función consiste en “dar bunea imagen”. También ellos son víctimas de la Ley de Herodes. No existe voluntad para resolver problemas en apariencia menores, pero sí futurismo desbocado por la silla de Riquelme.

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