De fútbol y debates

    Por Gerardo Hernández González

    0
    958

    Festejos como el de este lunes en la Comarca Lagunera, por el sexto título del Santos, reflejan la urgencia de triunfos y la necesidad de creer en alguien de una sociedad castigada por mucho tiempo. El vacío de liderazgo y de autoridad lo llenan jugadores de un deporte espectáculo. La celebración, tanto en el trayecto como en la Plaza Mayor, se desarrolló en orden. Estampa contrastante: del terror por la balacera del 21 de agosto de 2011 frente al estadio, al júbilo en una ciudad, Torreón, que empieza a dar signos de recuperación después del docenio negro del moreirato.

    Santos es el sexto equipo con más campeonatos desde su debut en primera división, en 1988, después del ayuno de una década causado por la desaparición de los Diablos Blancos y la Ola Verde, cuyos principales promotores, Juan Abusaid Ríos y Pedro Valdés Fernández, dotaron a La Laguna de un símbolo de unidad. El fútbol no está exento de escándalos de corrupción a escala nacional e internacional. Si para algunos políticos ser dueños de un equipo les brinda notoriedad y los conecta con las masas, a la delincuencia organizada le permite lavar dinero.

    El estadio del Santos es uno de los mejores del país y el ambiente insuperable. El 11 de noviembre de 2009 asistí al partido inaugural. El jueves pasado regresé para el juego con Toluca, animado por mi hija y mis nietas; mi esposa evita las multitudes. Un espectáculo, una fiesta bañada en cerveza y otras bebidas. Dentro todo es orden; fuera, no tanto. Hay problemas de estacionamiento, pero la afición no se queja. Asiste a divertirse, a desahogarse. Mira a sus ídolos con admiración y respeto. Algunos políticos —aficionados de ocasión— aprovechan para darse baños de pueblo, buscar votos y subir sus bonos cuando el equipo navega a velamen desplegado, no cuando las cosas marchan mal y las tribunas piden la cabeza del director técnico.

    El fútbol, como religión moderna, concita pasiones, pero también hermana y viste las ciudades de colores, las cubre de luces y de cantos. La Laguna no tiene un himno, pero el Santos sí. Su camiseta la visten hombres y mujeres de todas las edades. Es un símbolo de identidad. Imposible ser lagunero y no santista. Mercadotecnia y fetichismo marchan de la mano. Hay artículos para todos los gustos. Al final, sin embargo, todo es vacuidad. Después del campeonato y de la fiesta, vendrá la resaca. El 20 de julio iniciará el torneo de apertura, y a sufrir y a gozar de nuevo.

    Levantar la copa de campeón eleva también el espíritu, reconcilia fugazmente con un mundo injusto, egoísta, violento, insolidario, pero tampoco resuelve nada. Si con igual devoción se acataran las leyes y con el ardor de las tribunas se defendieran los derechos políticos, civiles y humanos; si la reacción en cada despeje del portero visitante fuera la misma para con los políticos corruptos y los enemigos de la paz y la convivencia social; si con exacto rigor se juzgara al director técnico y a las autoridades incompetentes, que endeudan al estado y envilecen la política, Torreón y la comarca lagunera volverían a ser ejemplo nacional. Si el sexto título se pudo, también es asequible tener un equipo ganador y ser una sociedad exitosa.

    El problema es que mientras el futbol emociona e inspira a las masas, la política provoca náusea. El segundo debate presidencial, según el INE, lo vieron 12.6 millones de personas; la audiencia de la final del torneo de apertura 2017 fue de 22 millones. La Copa Mundial de Rusia empezará el 14 de junio, y el primer juego de México será el 17 contra Alemania. Las campañas presidenciales pasarán entonces a segundo o tercer plano. Culpa de los candidatos, no del árbitro.

    Comentarios de Facebook