Escribía sin parar ecuaciones interminables de problemas irresolubles en pizarras de aulas sin alumnos. Buscaba en infinitas series de números las claves secretas que le permitieran desactivar la conspiración mundial que creía haber descubierto.
Nash había conseguido, aplicando la tesis de sus colegas a situaciones en las que se buscaba la ganancia de todos los participantes, en lugar de la ganancia de uno en detrimento de la pérdida del rival, una nueva teoría que tenía aplicaciones reales y muy útiles para la economía, las negociaciones y hasta la política. Había enunciado lo que se conoce como «El equilibrio de Nash», un escenario de decisiones en el que se alcanza un punto de estabilidad en el que ninguna de las partes obtiene beneficio si mueve sus posiciones y, por el contrario, las dos obtienen ganancias aceptables.
Sin embargo, ese brillante equilibrio sobre el papel era el que su mente comenzó a perder a finales de los años 50. Con 30 años, Nash era diagnosticado de esquizofrenia paranoica. Su mente se había ido a un lugar del que solo muy de vez en cuando regresaba.
Pero los milagros ocurren, y después de más de dos décadas saltando del delirio a la realidad, Nash comenzó a regresar y a resolver problemas reales con alumnos reales.
Hoy se cumplen tres años de esa noche en que a la edad de 86 años, moría en un accidente de tráfico en Nueva Jersey cuando el taxi en el que viajaba se estrellaba contra el guardarraíl. Su esposa Alicia, que viajaba con él, una vez más se negó a abandonarle. Los dos fallecieron, al salir despedidos del vehículo.