La elección, en 2018, de un futbolista marrullero como Cuauhtémoc Blanco para
«gobernar» uno de los estados más conflictivos del país (Morelos) da una idea no
solo de la salud de la democracia en nuestro país, sino también de la calidad de
quienes votaron en masa por un bufón. El caso confirma el aforismo de Malraux,
autor de La condición humana y secretario de Estado y de Cultura en el gobierno
de uno de los estadistas más grandes de la historia: Charles De Gaulle, líder de la
resistencia francesa contra Hitler.
Los paisanos de Emiliano Zapata (el Caudillo del Sur dijo a Francisco Villa sobre la
silla presidencial: «Está embrujada y quien se sienta pierde la razón y el sentido») ya
habían probado con todos los partidos. Setenta y un años con el PRI, dos sexenios
con el PAN y uno con el PRD. Y no se piense que Blanco, postulado por el Partido
Encuentro Social (PES, satélite de Morena), ganó, en términos futboleros, por «la
mínima diferencia», sino por goliza. No de balde es el tercer anotador histórico de
la Selección Nacional con 38 tantos.
Las encuestas siempre dieron por favorito al exáguila, con márgenes
inexplicablemente amplios, a pesar de su desastrosa gestión como alcalde de
Cuernavaca. Blanco venció con el 52.6% de los votos a tres políticos profesionales:
Víctor Caballero (PAN) obtuvo el 14%; Rodrigo Gayosso (PRD, entonces en el
poder), el 11.6; y Jorge Meade (PRI), el 6. Montado sobre los hombros de Andrés
Manuel López Obrador, cualquiera habría arrasado.
La coalición de AMLO —Juntos haremos historia— apoyó al exfutbolista, pero en
Morelos fue más amplia, pues el mercenario Partido Verde Ecologista se sumó a
Morena, PT y PES. En la misma jornada, Morena ganó las gubernaturas de Ciudad
de México, Chiapas, Tabasco y Veracruz; y en 2019, las de Baja California y Puebla
para totalizar siete. Este año habrá cambio de poderes en 15 estados, la mayoría
gobernados por el PRI. El partido del presidente se hará al menos con la mitad.
Como la mayoría de los gobernadores, Cuauhtémoc Blanco es un fiasco. Morelos
está a la deriva y el vacío de poder agrava los problemas. Para las elecciones del 6
de junio, Encuentro Social fichó a los exfutbolistas Adolfo «el Bofo» Bautista y
Francisco Javier «el Abuelo» Cruz, quienes podrían ser diputados. Para competir
por las alcaldías de Acapulco y Querétaro, el Verde mandó a la cancha electoral a
Jorge Campos y Adolfo Ríos, respectivamente. El PAN se decantó por el clavadista
Rommel Pacheco —oro y plata en los Panamericanos de Toronto y Río de Janeiro
—, aspirante a legislador por Yucatán.
Humberto Moreira bailaba cumbias en estadios y ceremonias oficiales y se ponía
máscara de luchador mientras hipotecaba a Coahuila. Lupita Jones (Miss Universo
1991) y Manuel Negrete (máximo goleador de los Pumas) respetarían más la
investidura si ganan las gubernaturas de Baja California y Guerrero. La primera es
candidata de la coalición PAN-PRI-PRD; y el segundo, de Fuerza México.
Sobre las aspiraciones políticas de figuras del espectáculo, el presidente López
Obrador fijó postura: «De acuerdo a la Constitución, tenemos el derecho de votar y
ser votados. No descalifiquemos a priori. Dejemos que el escrutinio, que la
decisión quede en manos del pueblo; no estemos pensando que el pueblo es
menor de edad, que necesita tutela».
Ubicados en el fondo de la tabla de confianza en las instituciones (Mitofsky),
con 5.3 puntos, los partidos necesitan votos… y la política, espectáculo, el cual,
muchas veces, es más serio, responsable y auténtico. Los ídolos del pueblo no
están en los gobiernos ni en los congresos, sino en las canchas y en los
escenarios, donde no hacen daño; peor sería tenerlos en los carteles de la
droga.
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