Presidente acorazado

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    El antioficialismo se escandaliza de que la candidata del partido gobernante,
    Claudia Sheinbaum, se disponga a continuar el programa de Gobierno de
    Morena (puesto en marcha por el presidente Andrés Manuel López Obrador
    bajo el paraguas de la Cuarta Transformación), en caso de ganar las
    elecciones del 2 de junio. Si no es el proyecto social del Movimiento de
    Regeneración Nacional, ¿cuál debería seguir entonces? Xóchitl Gálvez
    plantea lo mismo: seguir la doctrina del PAN y retomar la estrategia de
    guerra de Felipe Calderón contra el crimen organizado que introdujo al país
    en una dinámica de sangre y destrucción. También adoptaría, acaso contra su
    voluntad, las políticas del PRI causantes de crisis sucesivas y de su propia
    ruina. Y peor aun, se sometería a los grupos de poder detrás de su
    candidatura.
    La presidencia imperial fue exitosa porque se contrapesaba a sí misma.
    Desfogar presiones internas y acomodarse a las circunstancias políticas del
    mundo le permitió sobrevivir más de 70 años. En aras de la preservación, el
    presidente de turno se inmolaba al momento de nombrar sucesor. Perdía
    poder, pero ganaba seguridad económica e impunidad. A ninguno se le
    defenestró o se le puso entre rejas como ha ocurrido en Estados Unidos,
    Argentina, Brasil, Perú y otros países de América y Europa. En México las
    sucesiones perdieron su carácter pendular cuando la tecnocracia tomó el
    control. El modelo económico implantado por Carlos Salinas de Gortari lo
    aplicaron a pie juntillas sus sucesores del PRI y el PAN en el cuarto de siglo
    siguiente.
    La libertad económica, la apertura comercial, las privatizaciones y la
    desregulación favorecieron a algunos sectores, sobre todo al exportador,
    pero aumentaron el poder de la oligarquía y ensancharon la brecha social. Al
    mismo tiempo debilitaron al Estado y mermaron su capacidad para
    responder a las demandas de las mayorías. La desigualdad y la pobreza
    polarizaron al país. Cuando el neoliberalismo dejó de verse como la panacea
    universal y las trampas del progreso salieron a la luz, las sociedades
    empezaron a buscar otras opciones. Los nacionalismos y los populismos de
    izquierda y derecha volvieron a ganar terreno incluso en las naciones más
    desarrolladas.
    La corrupción de las élites políticas y económicas, detentadoras del poder, y
    el repudio por la partidocracia tradicional han incitado al cambio de
    Gobiernos y de regímenes alrededor del mundo. Andrés Manuel López
    Obrador ganó la presidencia después de tres campañas (las mismas que Lula
    da Silva en Brasil y Gustavo Petro en Colombia), lo cual le permitió conocer
    las demandas y aspiraciones de los sectores desfavorecidos. Denunciar los
    abusos de los poderosos le granjeó la animadversión de las élites. Sin
    embargo, las campañas negras terminaron por acorazarlo.
    El Gobierno de AMLO está muy lejos de cumplir las metas prometidas, pero
    no será peor que los precedentes del PRI y el PAN. La seguridad y los
    sistemas de salud, justicia y educación, ejes de su propuesta transformadora,
    son los flancos por donde el frente opositor, la oligarquía y sus adláteres del
    país y el extranjero atacan para incidir en la intención de los votantes.
    Empero, las encuestas prefiguran un resultado favorable a Claudia
    Sheinbaum. El mayor obstáculo de Xóchitl Gálvez son las siglas del PAN, PRI y
    PRD, partidos con el mayor rechazo entre los ciudadanos. La candidata de
    Morena tiene suficientes asideros; la del bloque contrario está prendida de
    alfileres.
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