Ningún partido accede al poder para entregarlo en la siguiente elección, sino para
conservarlo el tiempo que los ciudadanos decidan y la Constitución permita. Lo
contrario es una dictadura: «perfecta», como la de México, la cual le permitió al
PRI detentar la presidencia 71 años ininterrumpidos en procesos fraudulentos la
mayoría de las veces y no en pocos casos cruentos; disfrazada de democracia,
como en Rusia, Venezuela y Nicaragua; o sin careta, como las de China y Cuba. En
los demás países, la alternancia es la vía civil para cambiar de siglas partidistas en
la dirección política, ya sea por agotamiento o hartazgo, mas no siempre en
situación de crisis. Ernesto Zedillo, en México; Bill Clinton y Barack Obama, en
Estados Unidos, repararon los daños causados por sus predecesores y sin embargo
los votantes no les refrendaron el mandato a sus partidos.
Bajo esa perspectiva, Andrés Manuel López Obrador se prepara para cederle la
banda presidencial al abanderado de Morena, es decir, a su candidato.
¿Marcelo Ebrard? ¿Claudia Sheinbaum? ¿Ricardo Monreal? ¿Tatiana Clouthier?
Sus antecesores hicieron lo mismo. El error de Zedillo, Vicente Fox, Felipe
Calderón y Peña Nieto consistió en no haber preparado a tiempo sus respectivas
sucesiones. AMLO abrió el juego antes del tercer año y las posibilidades de
mantener a su partido otro sexenio en Palacio Nacional son cada vez mayores;
entre otras razones, por la falta de oposición efectiva. El PRI jamás lo ha sido, y
el PAN y PRD claudicaron desde su alianza con Peña Nieto, su distanciamiento
con la sociedad y sus prácticas corruptas.
En el pasado, el presidente de turno era el mayor lastre para su partido, por la
ilegitimidad de su elección —excepto Fox—, los escándalos y la incompetencia
gubernamental, pero en el caso actual sucede lo contrario. López Obrador es el
activo principal de Morena debido su legitimidad en las urnas, su alta aprobación,
su proximidad con los sectores más pobres y su austeridad personal, no por los
resultados de la Cuarta Transformación. El país está en las antípodas del paraíso
ofrecido por AMLO en campaña, pero, en materia de combate a la corrupción, el
Gobierno ha puesto entre rejas a figuras relevantes de la administración
precedente y tiene en el punto de mira a exgobernadores venales como el de
Nuevo León, Rodrigo Medina (PRI).
Los vicios y deficiencias del Gobierno de AMLO saltan a los ojos. Los críticos de la
4T, corrosivos y pertinaces, forman legiones. Un día sí y otro también ofrecen,
desde diferentes plataformas y medios de comunicación, visiones apocalípticas y
catastrofistas del país, se rasgan las vestiduras y se cubren de ceniza. Sin
embargo, hablan entre sí y para sectores que nunca han votado, ni lo harán, por
Morena. Esa es una de las razones por las cuales no conectan con la mayoría,
pues prefieren un Estado sometido al mercado y a los grupos de presión, en vez
de atender necesidades e injusticias sociales seculares cada vez más profundas.
Así se confirma en cada encuesta. La ciudadanía separa al presidente del
Gobierno, como si tal cosa fuera posible. Reprueba a la administración en
economía, seguridad y otros sectores, pero califica bien al responsable del
timón. A un mes de las elecciones más grandes en la historia del país, y en
medio de una confrontación con el Instituto Nacional Electoral, azuzada por los
detractores de AMLO, Morena encabeza la intención de voto para retener la
mayoría en la Cámara de Diputados, ayudado por el PRI, PAN y PRD cuya alianza
(Va por México) navega a la deriva.
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