Si el mundo tiene millones de años… ¡60 valen madre!». La leyenda,
impresa en gorras y camisetas, circuló el 13 de abril de 1991 en la casa de
visitas de la presa de la Amistad con motivo del aniversario del entonces
gobernador Eliseo Mendoza Berrueto. La administración había adquirido
terrenos y realizado inversiones técnicas para desarrollar un complejo
turístico en la zona. El proyecto no prosperó, acaso porque el secretario de
Turismo, Carlos Hank González, fue transferido de la Secretaría de Turismo a
la de Agricultura y Recursos Hidráulicos por el presidente Salinas de Gortari.
Primer gobernador con experiencia técnica y política (aclaración de interés:
colaboré en su administración), Mendoza Berrueto fue un gobernador con
visión de futuro como lo demuestra el impulso a la infraestructura carretera y
la implementación de programas sociales con un sentido subsidiario
(Trabajemos Juntos, Vivamos Mejor, Solidaridad en tu Colonia), no
paternalista, a través de los cuales colonos y campesinos aportaban dinero o
mano de obra para mejorar sus entornos, y la diferencia la aportaban los
gobiernos estatal y federal. Autopistas como la de Los Chorros se
adelantaron al TLC, cuya entrada en vigor, en el fatídico 1994, ocurrió un mes
después del término de su gestión.
A la generalidad de los lectores y de las audiencias les disgusta o, en el mejor
de los casos, le es indiferente que los espacios en los medios de
comunicación se utilicen para ensalzar a los políticos. Esa es una de las
razones por las cuales las columnas, fuera de los interesados, no tienen
récords de lectores. Es el tiempo, juez implacable, quien le asigna a cada
gobernador un lugar en la historia. La administración mendocista terminó
hace 28 años; entre su gobierno y el actual han pasado seis. ¿Cómo se
recuerda a sus sucesores?
Cuando los políticos no se han visto envueltos en escándalos ni tienen
esqueletos en el armario, se los fabrican. Si los ocultaron, aparecen; y si no, la
verdad aflora. Ninguna autoridad es bienquerida o malquerida por todos.
También existen detractores gratuitos, otros son simplemente objetos de
subasta. Al gobernador Mendoza se le inventaron cuentas en Texas. El tema
adquirió resonancia nacional. Eran los tiempos cuando al presidente imperial
le bastaba la mejor excusa para defenestrar a un virrey.
Para hacer las aclaraciones pertinentes visité a don Julio Scherer García,
director de Proceso, en sus oficinas de Fresas 13 en la Colonia Del Valle. Un
auténtico caballero, conocedor de la condición humana y excelente
periodista. Lo primero que hizo fue expresar su «amistad y respeto por
Eliseo, pero es información», me dijo.
En un encuentro posterior al que Gabriel Pereyra y yo acompañamos al gobernador Mendoza, se mostraron documentos que echaban por tierra la trama. También se habló de las denuncias del PAN (Rosendo Villarreal era alcalde de Saltillo) contra el
gobierno, y de otros temas. «Don Julio, a esta administración habrá que
contrastarla con las futuras para medir sus alcances y saber que tan buena o
mala fue», le expresé con respeto. El periodista que afrontó a presidentes
poderosos como Luis Echeverría y José López Portillo, estuvo de acuerdo.
Después llegué a saludarle varias veces en el restaurante «Las Mañanitas»
del hotel Camino Real.
Visto en perspectiva, el gobierno de Mendoza Berrueto ha sido uno de los
mejores, reconocido así por tirios y troyanos. Tuvo el valor de implantar el
Impuesto Sobre Nóminas —para oxigenar las finanzas estatales—, salvavidas
de las administraciones futuras, cuando las oligarquías —las más renuentes—
eran intocables; la poca deuda pública se pagó sobradamente con la venta,
en el sexenio siguiente, de la autopista de Los Chorros —concesionada al
gobierno del estado; pésimo negocio, pues era, declarado por la SCT, la más
rentable en el país—. La honradez habla en silencio, no necesita voceros.
Mendoza Berrueto es, en esencia, un hombre bueno. Como hace tres
décadas, sus excolaboradores y amigos, reunidos este martes 13 en su hogar,
le decimos a voz en grito:
«Si el mundo tiene millones de años, don Eliseo…
¡también 90 valen madre!».
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