Cuando la política era oficio serio —no de la farándula— y estaba dotada de
contenido histórico, ideológico e incluso moral, el PRI candidateaba a escritores y
poetas para ganar adeptos fuera de los sectores cautivos. Incorporar voces
respetadas e independientes oxigenaba al partido de Estado mientras las
demandas de democracia sacudían al país. En 1976, los poetas Carlos Pellicer y
Jaime Sabines ganaron las elecciones para senador y diputado federal por Tabasco
y Chiapas, respectivamente; el primero, como candidato externo.
Andrés Manuel López Obrador se incorporó al PRI para colaborar en la campaña
de su paisano, Premio Nacional de Literatura y Lingüística (1964). Pellicer falleció
poco después de haber asumido el cargo y su lugar en el Senado lo ocupó
Antonio Ocampo Ramírez. «Dos son los factores que han impedido el auténtico
progreso de México: la falta de una verdadera educación cívica y el desencanto
en que han caído las masas por causa de la corrupción», decía el poeta, quien, a
finales de los 90 del siglo pasado, regresó al país para apoyar al candidato
presidencial José Vasconcelos.
«El momento histórico es de combate», advertía Pellicer. «Estamos acercándonos
a una gran transición en la historia humana, para que las mayorías dejen de ser
víctimas de la explotación. Nunca he creído en la perfección, pero siempre he
pensado que las cosas no solamente deben, sino que pueden cambiar
hondamente para que unos cuantos no sigan viviendo en jardines suspendidos,
mientras casi todos viven en el sótano». Perteneciente a la generación de Los
Contemporáneos, el poeta de América fue sepultado en la Rotonda de las
Personas Ilustres el 16 de febrero de 1977 por acuerdo del presidente José López
Portillo. Ecos de su voz resuenan en el discurso de su discípulo, López Obrador.
Jaime Sabines volvió a ser diputado por el PRI en 1988, esta vez de
representación proporcional por el Distrito Federal. Si en 1976 López Portillo —
único candidato presidencial— obtuvo el 100% de los votos, 12 años después
México dio un paso hacia la «gran transición» vaticinada por Pellicer.
Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel J. Clouthier colmaron calles y plazas en protesta
por el fraude para imponer a Carlos Salinas de Gortari en la presidencia con una
votación inverosímil del 50.3%.
En su poema Estoy metido en la política, Sabines
no solo admite su reincidencia, sino también ser utilizado.
La postulación de luchadores, cantantes —Paquita la del Barrio—, actores, una
boxeadora —Mariana «la Barbie» Juárez— y la ex Miss Universo, Lupita Jones,
refleja unos tiempos caracterizados por la banalización de la política, el arte, la
cultura y el periodismo, pero, sobre todo, por un profundo menosprecio ciudadano
hacia la clase gobernante, los partidos y sus burocracias. Ciudadanos como
cualquiera y con el mismo derecho a ser votados, estos mexicanos no son políticos
de oficio, pero precisamente por distinguirse de ellos gozan de aprecio y
credibilidad, pues son auténticos.
La precandidata de Movimiento Ciudadano a diputada local por el distrito de
Misantla, Veracruz, Francisca Viveros Barradas, Paquita la del Barrio, confiesa
sin ambages: «Estoy aquí por amor, porque así me nace. Yo no sé a qué
vengo aquí, ¿me entendieron?». La mayoría de los políticos, a quienes
acomoda mejor el tema Rata de dos patas, son tanto o más ignorantes, pero
fingen erudición; a ellos no los aplaude el público, sino algunos sectores de la
prensa. Si quienes se escandalizan por ver en las boletas a profanos, tuvieran
valor para participar en la política, adecentarla y elevarla, como en el pasado
lo hicieron Pellicer y Sabines, este país sería mejor, menos desigual, menos
injusto.
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