Guadalupanos

    Por Marcos Durán Flores

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    De acuerdo con la historia aceptada por el catolicismo, un 12 de diciembre de 1531, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, un indígena de 57 años, buscaba agua para su tío cuando observó al pie del cerro del Tepeyac la visión de una mujer hermosa que lo dirigió a un manantial de agua fresca. Días después, se le apareció de nuevo, aunque esta vez para pedirle que transmitiera un mensaje a los funcionarios eclesiásticos: Construir una iglesia en su nombre en el sitio de las apariciones.

    Juan Diego se presenta ante el obispo fray Juan de Zumárraga y le cuenta la historia. El Obispo duda y le pide una prueba, una señal milagrosa, una razón por la cual creer. El indígena que en el año 2002 fue canonizado por el Papa Juan Pablo II, regresa al sitio y la Virgen se le vuelve a aparecer y el explica la incredulidad del obispo. En respuesta, ella le pide recoger unas flores en la cima del cerro para entregarlas al sacerdote. A pesar de que era invierno, Juan Diego encontró unas rosas que envolvió en su manta y las llevó ante Zumárraga. Al mostrar las rosas al Obispo, se dieron cuenta de que en la tela había quedado grabada la imagen de la virgen tal y como Juan Diego aseguraba se le había aparecido. Hasta ahí la historia ¿O leyenda?

    No soy mal pensado, pero este “milagro” fue de gran ayuda para el imperio español y sus planes de evangelización. La conversión religiosa tomo celeridad y en especial en el centro de México, se pasó de ser un pueblo que adoraba a dioses considerados paganos como Quetzalcóatl (el patrón de aprendizaje y las artes), Tláloc (el dios de la lluvia) y Huitzilopochtli (dios de la guerra) al cristianismo y el culto a la Virgen de Guadalupe. La fusión de dos culturas: la católica Española y la indígena de México, el resultado: somos guadalupanos.
    Este día, millones de mexicanos celebraran el aniversario de la aparición de la Virgen, alrededor de siete millones visitaran la Basílica de Guadalupe, algunos en busca de un milagro que dé sentido al vacío de nuestras vidas y la sanación para enfermedades del cuerpo y también del alma.

    En ésta y en otras iglesias dedicadas a la Virgen de Guadalupe, millones de fieles se reunirán para orar, cantar y bailar en  honor a “La Reina de México”. Cientos de réplicas de la imagen de la Virgen de Guadalupe pueden ser encontradas en miles de iglesias en todo el mundo, entre ellas la Catedral de Notre Dame en París.

    No importaran las controversias y dudas sobre la veracidad de las apariciones. Y es que a lo largo de la historia, el “milagro” de la aparición de la Virgen a Juan Diego ha sufrido embates, algunos de ellos provenientes incluso de quienes fueron guardianes de la fe guadalupana.

    Guillermo Schulenburg, quién fue el abad de la Basílica durante 33 años, puso en duda la existencia de Juan Diego y por consiguiente de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac. En una carta enviada al Vaticano, Schulenburg señaló  que la existencia de Juan Diego no había quedado demostrada por los historiadores.

    Incluso, Schulenburg declaró a la revista italiana 30 Giorno, que la existencia de Juan Diego era más un símbolo y no una realidad y fue más allá al decir: “La imagen de la Virgen de Guadalupe es producto de una mano indígena y no de un milagro”.

    A esto, se suman las pruebas científicas aplicadas a la manta de Juan Diego, en donde los resultados arrojaron la existencia de sulfato de calcio, hollín de pino y otros pigmentos necesariamente elaborados por la mano del hombre. Muchos dicen que ese hombre fue el pintor Marcos Cipac de Aquino. Lo que nadie logra explicar es el buen estado de la pintura después de más de 400 años

    Pero eso parece no importar a millones de mexicanos que veneran a la Virgen Morena. Y es que la fe, como creencia ciega y compulsiva, se opone a cualquier prueba lógica y exige conductas y comportamientos irracionales. La palabra fe como usted sabe, deriva del latín fides, que significa confiar. Y lo que no podemos negar, es que la imagen de la Virgen de Guadalupe, da confianza y esperanza a un pueblo que hoy más que nunca, necesita de un milagro.

    No lo se, quizás como llegó a afirmar Albert Einstein: “Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro”. Éste es el milagro del Tepeyac.

    @marcosduranf

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