La hora final del PRI

    Por Gerardo Hernández González

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    El PRI renunció a ser oposición para colocarse en la órbita del presidente López Obrador. Así nació y así eligió morir: en 1929, bajo el caudillaje de Plutarco Elías Calles y 90 años después bajo la sombra del fundador de Morena. Final deshonroso para un partido cuyas aportaciones al país acabaron sepultadas por la generación de Peña Nieto, caracterizada por la corrupción, la soberbia y el abandono de su doctrina social. La elección de la fórmula de Alejandro Moreno y Carolina Viggiano —combinación de Peña y Marta Sahagún— resultó según lo planeado.

    Obnubilado, el PRI acaso supone que su alianza con AMLO y el eventual fracaso de la Cuarta Transformación lo convertirán en opción para regresar al poder. Si ya ocurrió con Peña tras los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, argumentarán sus estrategas, ¿por qué no en 2024 con Miguel Osorio Chong e incluso con Moreno? Chiste cruel o sueños guajiros, da lo mismo. En 2012 concurrieron factores irrepetibles: el PRI gobernaba 19 estados, entre ellos Veracruz —entonces su segunda reserva de recursos y de votos—, y hoy solo 11. El más fuerte de ellos es Estado de México, donde virtualmente está copado por Morena.

    La tendencia en los estados, como se observó en Baja California y Puebla el pasado 2 de junio, es que Morena avance y el PRI siga en picado. En Aguascalientes, Durango y Tamaulipas, el PAN borró del mapa al partido de AMLO. Acción Nacional representa hasta hoy la única oposición, a pesar de la pifia en Baja California por la «Ley Bonilla» de la cual se deslindó. También expulsó a los nueve diputados de la anterior legislatura que avalaron el atropello. Una vez promulgada la reforma que amplía de dos a cinco años el gobierno de Jaime Bonilla, el PAN presentará un juicio de inconstitucionalidad ante la Corte para anularla.

    En las presidenciales de 2006, Fox intentó eliminar de las boletas a López Obrador con el apoyo del PRI, y por poco pierde la elección. En 2012, Calderón siguió la misma ruta, sin embargo, para asegurarse de no fallar, abandonó a Josefina Vázquez Mota y se decantó por Peña Nieto. Si el PRI supone que López Obrador podría favorecer a un tricolor en la sucesión de 2024 para frenar a la derecha, significa que también perdió la razón. El PRI negoció con Fox y Calderón desde una posición de fuerza; hoy no la tiene. La suya no es una alianza, sino una rendición.

    La victoria del tándem Moreno-Viggiano es menos que pírrica; ya pueden regresar solos a casa. El proceso interno del PRI fue un montaje con los vicios de siempre (acarreo, compra de votos, padrones rasurados). El elevado abstencionismo confirma la condición de un partido agónico y de una militancia desmoralizada. El PAN tampoco ha dado señales de recuperación (su triunfo en los estados corresponde a los gobernadores) y Marko Cortés es un líder bastante anodino, pero en el imaginario colectivo es la oposición más viable y visible.

    Si Acción Nacional logra salir de la crisis —ya ha superado otras, pero ninguna tan profunda como la actual— podría ser el contrapeso que el país necesita con urgencia frente a un López Obrador avasallador. México Libre, partido de Margarita Zavala y Felipe Calderón, en gestación, trata de convertirse en alternativa para las elecciones intermedias en las cuales se renovará el Congreso. Movimiento Ciudadano es otra opción. En 2018 ganó Jalisco con Enrique Alfaro, y en 2021 podría hacerse con el gobierno de Nuevo León tras el fracaso estruendoso de Jaime Rodríguez, el Bronco.

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