El tribunal de la 4T

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    Enrique Peña Nieto le cerró las puertas de Los Pinos a Jorge Ramos, uno de «los 25 hispanos más influyentes de Estados Unidos». Seis años después, el presidente Andrés Manuel López Obrador le abrió las de Palacio Nacional para la conferencia mañanera del 12 de abril. El presentador del Noticiero Univisión —la cadena con mayor audiencia de habla hispana en Estados Unidos y cobertura en 16 países de América Latina— refutó las cifras de asesinatos dolosos en los primeros meses del nuevo gobierno, y dejó en claro que los periodistas no revelan sus fuentes. AMLO había pedido a Reforma , donde Ramos escribe una columna semanal, decir cómo obtuvo el borrador de la carta enviada a Felipe VI de España para exigir perdón por los abusos de la conquista.
    A finales de febrero pasado, Ramos y su equipo de Univisión permanecieron retenidos por dos horas en el Palacio de Villaflores, sede del gobierno de Venezuela, en el marco de una entrevista interrumpida por el presidente Nicolás Maduro, molesto por los cuestionamientos del periodista y escritor. En México, la relación de AMLO con algunos columnistas y sectores de la prensa (en particular con Reforma) es áspera, pero hasta hoy no se ha llegado a tanto. Sin embargo, a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y a otras organizaciones les preocupa
    el discurso del presidente, pues puede generar mayor violencia contra el gremio.
    En su columna «El presidente no es el jefe de los periodistas», publicada en su portal el 17 de abril, Ramos dice que las mañaneras son «un extraordinario ejercicio democrático», pero advierte: «A pesar de la clara apertura periodística (…)
    López Obrador ha utilizado sistemáticamente ese espacio para desacreditar a reporteros, columnistas y medios de comunicación que lo critican. Les llama “prensa fifí ̋, entre otros calificativos (como conservadores y deshonestos). Él dice que solo está ejerciendo su “derecho de réplica”. Y lo tiene. (…) Pero las fuertes críticas desde Palacio Nacional (…) son preocupantes en uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo».
    Ramos reconoce «una gran diferencia» entre los presidentes de México y Estados Unidos: «AMLO aguantó y respondió todas mis preguntas durante la conferencia de prensa en Ciudad de México, mientras que Trump, en 2015, me expulsó con un guardaespaldas en Dubuque, Iowa. (…) Está claro: México no es ni será Venezuela y AMLO no tiene nada que ver con Maduro. Ni con los desplantes racistas y xenofóbicos de Trump. Pero el presidente de México no tiene por qué descalificar a periodistas que cuestionan su labor; ese es precisamente nuestro trabajo. (…) Así como los periodistas no cuestionamos su legitimidad bien ganada (…) él tampoco tiene por qué recurrir a descalificaciones innecesarias».
    López Obrador juega sus cartas. Las ruedas de prensa matutinas, con preguntas abiertas y algunas presencias incómodas como la de Ramos, eran inimaginables en los gobiernos anteriores. Peña jamás se expuso. Empero, la apertura no es necesariamente democrática. Menos cuando el presidente impone su criterio, desmiente a las propias fuentes gubernamentales y convierte cada conferencia en tribunal donde juzga a quienes piensan
    diferente. En Palacio Nacional se enciende cada mañana una pira para los enemigos de la Cuarta Transformación: periodistas, ONG y cualquier tipo de adversario, real o imaginario. El presidente juega con fuego en un país regado de pólvora.
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