Antonio Malacara: el monje entre sus libros*

    Por Jesús R. Cedillo

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    No profesión sino vocación. Amor, pasión por los libros y la lectura. Mi amigo, don Antonio Malacara Martínez se inició en el periodismo y en las letras en 1957. Hasta su muerte, nunca paró. Un escritor, un periodista nunca para, nunca se va de vacaciones. ¿Sabe usted cuándo ha fallado en sus textos y columnas leídas en todo el país, el maestro Armando Fuentes Aguirre? Nunca. ¿Cuándo falló don Antonio Malacara en su larga vida como periodista y escritor? Nunca. Caray, no se puede mandar de “vacaciones” a nuestro cerebro. Siempre hay algo qué anotar, algo qué leer, algo qué desplumar, no obstante andar de viaje y eso convencional llamado “vacaciones.”

    El maestro Antonio Malacara Martínez nació en esta ciudad de Saltillo en 1928. Saltillense entonces, al igual a dos escritores de garbo y carácter: Artemio de Valle-Arizpe y claro, Julio Torri. Don Antonio colaboró en toda publicación, en toda buena publicación de valor que se ha editado en estas tierras norteñas. Algunas de estas publicaciones son o fueron: “EL Sol del Norte”, “Prisma”, “Ser Universitario”, “Rumbo”, “Coahuila”, “Fronteras”, “Vanguardia”, “Espacio 4”, “Palabra”… sólo para citar los medios de comunicación más emblemáticos donde dejó su huella, su firma.

    De su vasta y prolífica pluma, surgieron varias compilaciones de su trabajo cotidiano en periódicos y revistas. Entre sus libros se cuentan: “Dos momentos de una historia”, “Los días y los temas”, “Antología de la poesía de Felipe Sánchez de la Fuente”, estos tres volúmenes, editados por la Universidad Autónoma de Coahuila. Otros textos de su autoría son: “De todos los días”, “Señales de humo”, “Memoria de papel” y creo se me escapa alguno otro que mi precaria memoria no recuerda. Tengo algunos de estos libros, no todos. Don Antonio Malacara Martínez se llevó bajo su alforja tres prestigiados premios de Coahuila. Sin duda, los más importantes galardones de esta tierra: Premio Estatal de Periodismo (1990), La Presea Saltillo otorgada por el Ayuntamiento de Saltillo (2000) y el Premio de Periodismo Cultural de la UA de C. (2003). Contra lo anterior, señor lector, no hay defensa alguna.

    Era menudo de cuerpo, cabello coto y siempre en su sitio. Bigote entintado, perfectamente recortado. Lentes bifocales que daban cuenta de sus ojos cansados por tanta y tanta lectura. Vestido impecablemente, por años, llegaba puntual y diario a su tertulia mañanera en el restaurante “Vip’s” de Saltillo. Junto con sus compañeros de buena charla, no pocas veces llegué para unirme con mi pálido verbo a sus discusiones bien medidas. Lo recuerdo siempre en su sitio: café en mano; en la otra, empuñando su inacabable pitillo de humo. Eran otros tiempos mejores a éstos que nos asisten. Se podía fumar en cualquier parte y eso no era molesto para nadie. Era decisión de cada ser humano. Era libertad. Don Antonio Malacara fumaba y era parte de su ser y esencia. Y claro, lo emparento entonces con esas buenas páginas que les dedicó a sus admirados escritores que “curiosamente”, eran tan buenos fumadores cómo él.

    Al repasar sus letras de los cientos de textos que don Antonio escribió, repaso obligado para escribir este torpe liminar, casi sin sentirlo, fui marcando con plumón aquí y allá, líneas que brotaban como plantas nuevas o flores, de sus páginas y semillas. Don Antonio Malacara tenía varios escritores muy mentados y preferidos, los cuales casi todos… fumaban. Giuseppe Tomasi de Lampedusa murió de tanto cigarro y de un emperrado insomnio. Usted lo sabe, es autor de la famosa novela, “El gatopardo.” Nada más. Un solo libro le valió la eternidad. Otro escritor señero para mi maestro don Antonio, fue Juan Carlos Onetti, el uruguayo universal; cuando éste se fue a recluir a su departamento en Buenos Aires, para nunca salir, ni del departamento ni de su cama, cuenta Malacara Martínez que el autor de “El astillero” se pertrechó de lo necesario: “whisky, cigarrillos y algunas novelas policiacas.” Otra escritora admirada a la cual le dedicó varios de sus muy leídos textos, fue la baronesa Isak Dinesen la cual fumó sin parar hasta el día en que murió, de 77 años de edad…

    Pero, una faceta olvidada, digamos, de la vida de don Antonio Malacara Martínez, fue su pasión como bibliotecario. Sí, al igual que Jorge Luis Borges. La sociedad democrática, nos ha enseñado José Ortega y Gasset, es hija del libro. Es el triunfo del libro escrito por el hombre (extensión de su pensamiento e inteligencia), sobre el libro revelado de Dios a los hombres y luego, las leyes escritas en libros por los autócratas sobre los hombres. Pero, la libertad siempre triunfó, ha triunfado hasta el día de hoy, porque hombres libres (y en condiciones penosas y de esclavitud, no pocas veces) han ejercido esta libertad de pluma y pensamiento con tal garra, pasión y talento, que nos han dejado obras maestras en las cuales nos cultivamos y de las cuales abrevamos en los días más aciagos o felices de nuestra existencia. Don Antonio Malacara fue por lustros, guardián, celoso guardián y custodio de miles de libros los cuales son sinónimo de libertad y conocimiento. Fue Director de la Biblioteca “Artemio de Valle-Arizpe”, su misión como bibliotecario la cumplió ha cabalidad, con amor y con honor, como si fuese una tarea religiosa: un moje entre sus libros.

    Un amigo o un familiar realmente mueren cuando dejamos de pensar en ellos. Las ciudades arden, cambian, mutan; los maleantes siguen acechando en cada esquina, el tableteo de las metralletas tiene lustros instalado en México y es pan cotidiano, las enfermedades llegan y nos arrebatan a nuestros seres queridos… pero, un hombre realmente muere cuando deja de habitar nuestro corazón y nuestros pensamientos. En el caso de don Antonio Malacara, amén de lo anterior, cuando lo dejamos de leer. Las letras de Don Antonio siguen vivas y su muerte ha sido sólo una estratagema para hacerse eterno y recordado, siempre será recordado. Así sea.

    • Texto para un libro colectivo de próxima edición bajo el sello de la Universidad Autónoma de Coahuila.
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