Edgar Allan Poe

    Por Jesús R. Cedillo

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    Si se toma en conjunto la obra de Edgar Allan Poe (Boston, USA, 1809-1849), dijo alguna vez el viejo sabio y ciego de Jorge Luis Borges, se notará que es la “obra de un genio.” Viejo socarrón y malvado, en la misma conferencia y sólo líneas y verbos después, le enderezaría el siguiente obús: “aunque sus cuentos, salvo el relato de ‘Arthur Gordon Pym’, son defectuosos.” Borges tiene también razón en algo que dijo aquella ocasión y se cumple al día de hoy: sus textos ya no nos dan temor, miedo ni horror, pero son la semilla fundacional de lo que ahora se conoce como literatura de ciencia ficción, literatura fantástica. Poe, además, es el padre del cuento policiaco y el principal exponente del género del horror. Logros nada menores cuando vemos en su pálida hoja de vida (apenas 40 años), que éste abandonó el mundo terrestre entre alucinaciones y desvaríos provocados por el alcohol.

    Con Edgar Allan Poe, como con Malcolm Lowry, Hart Crane, Silvia Plath o Yukio Mishima, sucede que en ocasiones de tan apasionante que fue su vida, preferimos quedarnos con la leyenda de ésta y no hurgamos al final del arcoíris, que debería ser su obra de arte, su obra poética y narrativa en este especial caso. Cuando muere en 1849, el patriarca de las letras norteamericanas y contemporáneo suyo, Walt Whitman, escribió una nota necrológica diciendo que “Poe era un ejecutante que sólo sabía tocar las notas graves del piano, que no representaba a la democracia americana…” palabras injustas tal vez, porque Allan Poe acaso jamás vislumbró arista política alguna en su portentosa obra literaria.

    Una torpe nota biográfica consignaría los siguientes datos de sobra conocidos: Edgar Allan Poe nació en Boston en 1809, hijo de una pareja desarrapada de actores ambulantes. Quedó huérfano a temprana edad y fue criado por un matrimonio de prósperos comerciantes que le endosaron el apellido Allan. Cuentan los biógrafos y la leyenda que a los 16 años, el joven Allan Poe, se empezó a aficionar a la bebida, ingresó a la Universidad de Virginia, se aficionó asimismo al juego, contrayendo fuertes deudas que al final de cuentas, lo alejarían de su casa adoptiva definitivamente.

    Entregado a la poesía romántica, Poe sin embargo es más recordado por su narrativa la cual ha hecho palidecer de terror a miles de lectores alrededor del mundo. Su itinerario, anárquico y azaroso, lo llevó a Nueva York, Filadelfia, Baltimore… ciudad donde moriría luego de vagar alcoholizado por varios días, con prendas de vestir que no eran suyas y en un estado de delirium tremens más que avanzado. Su funeral, cuenta su biógrafo más puntilloso, Ackroyd, se despachó en tres minutos al cual sólo asistieron cuatro personas. Situación nada anormal, si tomamos en cuenta igual número de personajes que pueblan su obra.

    Poe inaugura lo que en literatura ahora conocemos como personajes arquetípicos; es decir, el primer detective en el cuento policiaco y en la literatura toda, fue Auguste Dupin, creación de Allan Poe, el cual deambula en varios de sus célebres cuentos. Dupin engendrará a Sherlock Holmes y éste será bautizado posteriormente como el padre Brown, que al día de hoy se llama (por ejemplo) Neal Carey en la narrativa de Don Winslow… esta es ya la tradición del cuento policiaco al día de hoy: un personaje, un detective que por medio de su inteligencia y capacidad intelectual, descubre el misterio, el acertijo que se esconde en una pieza cerrada: una habitación de una residencia (“Los crímenes de la rue Morgue”), un hotel (“La carta robada”), o bien, la búsqueda del tesoro prometido en las espesas tinieblas del temible bosque feraz (“El escarabajo de oro”).

    Damas y caballeros, Edgar Allan Poe llegó a decir de sí mismo que “muchas veces he pensado que podía oír perfectamente el sonido de las tinieblas deslizándose por el horizonte.” La sombra de Poe sigue deslizándose en su tumba. Se cuenta que desde hace poco más de 50 años, una sombra sigilosa cada 19 de enero flota entre las tumbas del camposanto donde están los restos del narrador norteamericano y deposita reverencialmente en su tumba tres rosas y una buena botella de coñac.

    Coda

    Coñac que nos hace pensar en las palabras del mismo escritor deleetreadas en el “El gato negro”: “¿Qué enfermedad se puede comparar con el alcohol?”. Preso de delirium tremens, el atormentado Poe murió. Hoy, 210 años después, seguimos brindando por y con Edgar Allan Poe…

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