Contra viento y marea

    Por Gerardo Hernández González

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    ¿A qué se le tiene más miedo? ¿Al fracaso de Andrés Manuel López Obrador o al éxito del primer presidente de izquierda moderada? Lo primero no solo supondría un tropiezo más de las alternancias, iniciadas hace 18 años, sino algo más grave todavía: la frustración de un pueblo que apostó todo por quien desafió y venció al régimen y a sus adláteres, prometió atender primero a los pobres y rescatar los valores de la república.

    Con partidos de oposición débiles, sumidos en el descrédito y sin voluntad para cambiar, el escenario podría abrir la puerta a un gobierno presidido por un militar. El año pasado sucedió en Brasil con el ultraconservador Jair Bolsonaro, después de los gobiernos de izquierda encabezados por Lula da Silva y Dilma Rousseff. A Bolsonaro se le compara con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, por sus posiciones contra la globalización y la migración.

    El éxito de AMLO, en cambio, implicaría la permanencia de Morena —su eslogan «la esperanza de México» remite a su líder— en el poder por décadas. Solo así podría cumplir la promesa de convertir a México en un país más justo, menos desigual; respetado dentro y fuera… o para llevarlo a crisis aún más profundas, lo cual nadie desea. Incluso si la Cuarta Transformación no logra avances significativos en materia de seguridad, justicia social, combate a la corrupción y crecimiento económico, Morena tiene asegurado al menos un segundo mandado.

    Salvo que a los errores por la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México y al desarrollo de proyectos en apariencia inviables, como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y la termoeléctrica en Huexca, Morelos —los cuales no han dañado la popularidad del presidente, mas sí la calificación del país—, se sumen otros de mayor calado. Pero mientras el nivel de aprobación del presidente ronde el 80% —algo no visto ni con Fox— podrá avanzar su agenda sin mayores dificultades.

    En el informe por los 100 primeros días del nuevo gobierno, Carlos Slim, presidente del Grupo Carso, el séptimo hombre más rico del mundo y el tercer accionista más grande del influyente The New York Times(Wikipedia), avaló la gestión de AMLO y disipó nubarrones: «(…) yo no me preocuparía de nada. Está bajando la inflación, hay una mayor austeridad, sobriedad (…) y la necesidad e importancia de que se complemente la inversión pública y privada».

    Respecto a las agencias de valores que han degradado la calificación de Pemex y de empresas privadas, el magnate recurrió a Perogrullo: «su trabajo es calificar». «Lo importante —advirtió— es que hay un presupuesto razonable que se está cumpliendo, además con creces. (…) Hay disciplina presupuestaria y el mantenimiento de los equilibrios macroeconómicos están funcionando, estamos muy bien, no hay preocupación» (Reforma, 12-03-19).

    AMLO recibió un país en crisis y sin liderazgo. Lo primero aún no se supera —en 100 días, imposible—, pero el presidente ha logrado poner a raya a los poderes que hasta hace poco tenían el mando, y recuperar para el Estado funciones que «las máximas autoridades» habían transferido «a particulares nacionales y extranjeros». La Cuarta Transformación avanza, así sea a trompicones. El juicio de los 100 primeros días, a pesar de todo, es favorable. Lo dicen las encuestas. Empero, el escudo de la legitimidad presenta fisuras que, de no repararse, podrían convertir al héroe de hoy en el villano de mañana.

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