¿Fin o inicio de año?

    Por Jesús R. Cedillo

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    Hartos de la política chabacana que todo lo pudre, los lectores –como usted, que hace favor de leerme– hoy atienden más las letras –máxime en estas fechas de fiesta y jolgorio– donde la tinta se funde con el erotismo, la gula, la lujuria, el placer con el sexo por el sexo que es algo humano, muy humano y como el calendario aprieta ahora en diciembre-enero-febrero, es menester celebrar eso llamado ¿sentimiento, pasión, enfermedad, atracción, transformación, manifestación, estado, percepción…? Eso que llamamos en este lado del mundo, en occidente, amor.

    Ay del amor, el cual nunca podemos ni hemos definido del todo, nunca. ¿Amor es Hollywood? No, pero bajo su manto de celuloide nos hemos educado. Mire usted los estragos que está causando una película como la “Roma”, a la cual se le ven todo tipo de virtudes, hasta virtudes “educadoras.” Iniciamos ¿Es de mejor calidad el amor romántico y estable o filial, al amor carnal y sólo el que llega por contagio de humores, colores y sabores, definido como la lujuria en el sexo? El amor tiene muchas manifestaciones y ramificaciones en occidente, no así en oriente. En occidente hemos “inventado” el amor romántico, el apego, el romance, la pasión, el amor fiel y llevado al extremo, el “amor espiritual”, el amor de fidelidad, Puf. Para los orientales y en una ocasión platicando con uno de ellos (era japonés) que sabía perfecto español en la ciudad de México, me dijo que sólo había una o dos voces para definir eso llamado amor y que nosotros desdoblamos el amor en cariño, te quiero, te necesito, te extraño y un larguísimo etcétera. Me planto y digo: amor y sexo son uno solo. Tal vez con matices en cuanto a nuestra familia de sangre. Fuera de ello, sentir el amor hacia la patria (el lugar de nuestro padres, término candente y duro, no así el jurídico de nación), defenderla, amarla, procurarla, es igual que el apego sexual que sentimos hacia nuestra pareja en turno.

    Una amiga me ha dicho: “habla sobre el amor, sobre el amor romántico, el bonito…” Lea usted lo siguiente: “Señores, ¿os gustaría escuchar un bello cuento de amor y de muerte?” Líneas poderosas, votivas, las cuales obligan a prestar todo oídos y querer saber la historia completa de un episodio que ya se adivina desde su arranque novelesco, es toda una tragedia. Usted lo sabe, es el inicio de uno de los más bellos poemas de amor, “Tristán e Isolda” y el texto remite inmediatamente a la concordancia y matrimonio entre amor y muerte. ¿Y el amor pleno y feliz? Ja, el amor feliz nunca tiene historia. Nadie habla de él. Sólo nos ocupamos y sentimos el aguijón del dolor en el amor mortal, el amor emparentado con la muerte y la negrura de la noche la cual acecha y devasta siempre a los desventurados amantes…

    ¿Amor romántico? Tal vez. Pero ¿no será acaso que a los amantes en turno les sobra serotonina y dopamina y les hace falta oxitocina? Esto y no otra cosa es la radiografía bioquímica del amor, según los científicos. ¿Y si entonces nos atacamos de Prozac para nivelar ambos niveles? ¿Se me va a tildar de agente forense y sepulturero del amor, entonces? ¿Es bueno el amor romántico, en contraparte del amor carnal y sexual? Lea usted: por los pechos, labios y vulva de una mujer se han perdido haciendas, reinos, reputaciones, empresas… hasta países. El británico monarca, Eduardo VIII, dejó a su país tirado “por la mujer a la que se ama.”

    Caray, ¿exceso de serotonina o estaba enfermo de amor romántico, o es realmente lo mismo lo anterior? Esto del amor es cosa de nunca acabar. Buen año de amor y sexo, señor lector. Entréguese usted a los placeres, ya luego muertos, nos arrepentiremos, si es que hay motivo de ello.

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