Visita presidencial

    Por Gerardo Hernández González

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    Andrés Manuel López Obrador derrotó en las elecciones de julio no solo al PRI, sino a los gobernadores, excepto al de Guanajuato, Miguel Márquez (PAN). En la entidad donde Vicente Fox alzó el vuelo hacia Los Pinos, Ricardo Anaya recibió 940 mil votos contra 707 mil de AMLO. En 2008, el líder de Acción Nacional, Germán Martínez, se propuso “guanajuatizar” a México para pintarlo todo de azul y blanco. Paradojas de la política: diez años después, el color que cubre prácticamente todo el territorio es el pantone 1805 del
    Movimiento de Regeneración Nacional, Martínez es senador de Morena y el 1 de diciembre asumirá la dirección del IMSS.
    Los gobernadores son cabeza de su partido y en esa categoría, operadores electorales. Pues bien, ni los mandatarios del PRI, del PAN, del PRD ni del Verde pudieron contener la ola de Morena. Con esa seguridad, AMLO recorre las capitales de los estados. No tanto para agradecer el voto, sino para recordarle a los ejecutivos locales que las cosas cambiarán una vez que se cruce sobre el pecho la banda presidencial. En los últimos 18 años, los gobernadores fueron los verdaderos amos del país y el presidente un figurante; sobre todo Peña, quien, atrapado en una intrincada red de complicidades, terminó por convertirse en su rehén.
    El turno en la agenda de AMLO corresponde a Coahuila. El presidente más legitimado se reunirá este jueves en Saltillo con el gobernador Miguel Riquelme y más tarde encabezará un mitin en la Plaza de Armas. AMLO recibirá —como Riquelme— un gobierno en bancarrota económica, política y moral. La indignación social que le permitió al tabasqueño ganar abrumadoramente, estuvo a punto de hacer perder al PRI la gubernatura el año pasado. La elevada legitimidad de AMLO contrasta con el déficit del
    exalcalde de Torreón.
    Coahuila es uno de los estados más castigados por la corrupción, la impunidad, el nepotismo, la violencia y la incuria del gobierno federal. La administración de Enrique Martínez (EM) comprendió el último año de la presidencia de Ernesto Zedillo y los primeros cinco de la de Fox. En el sexenio de EM hubo orden, tres de secuestros (uno cada dos años en promedio) y se entregaron finanzas sanas: cero adeudos bancarios y los pasivos con proveedores rondaban los 380 millones de pesos. Pero el gobernador perdió
    la brújula: descuidó la sucesión local por querer ser presidente; los Moreira
    atizaron su ego y al final le comieron el mandado. EM será recordado por ese
    fallo, no por la deuda cero.
    En el docenio de los Moreira —uno gobernó con Calderón en guerra y otro con Peña Nieto en Babia—, la deuda se disparó a 38 mil millones de pesos; las matanzas más mediáticas fueron las de Allende y Piedras Negras, pero también las hubo en La Laguna y en el resto de las regiones; los desaparecidos se contaron por millares; los carteles de la droga secuestraron al estado, financiaron campañas políticas y adquirieron derecho de picaporte
    en las principales oficinas de gobierno; cientos o miles de millones de pesos se desviaron empresas fantasma, algunas propiedad de altos funcionarios; los fondos de pensiones quebraron; los servicios de salud colapsaron; la justicia se envileció; el Sistema Estatal Anticorrupción responde al interés del moreitaro; y las instituciones, en general, entraron en crisis.
    AMLO puede ahorrarse el agradecimiento por los votos recibidos en Coahuila
    (609 mil 362). La ciudadanía exige justicia y reparación, no soflamas.
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