Fratricidio político

    Por Gerardo Hernández González

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    El tiempo sacó a la luz la tendencia cainita de Rubén Moreira. Dio muerte política a
    su hermano para salvarse él. La historia, sin embargo, dista mucho de haber
    terminado; y menos como lo planeó el “intelectual” del clan. Mientras Humberto
    no confiese —sin bravuconadas, hipérboles ni improperios— cuánto dinero del
    estado —con cargo al presupuesto y a la megadeuda— desvió para imponer a su
    hermano en la gubernatura, la ruptura entre ellos será una farsa; puede haber
    distanciamiento, mas no guerra. En términos patrimoniales y políticos, Rubén debe
    lo que hoy es a Humberto y no al revés.
    Cerebro del moreirato, Rubén gobernó el estado y por tanto es responsable de su
    ruina y saldo trágico: crisis financiera, masacres y latrocinios. Su hermano le dio
    facultades para quitar y poner secretarios, manejar el Congreso, el PRI, el Instituto
    Electoral, la Comisión de Derechos Humanos, la relación con la prensa, la
    Procuraduría de Justicia, el Tribunal de Justicia y la Secretaría de Finanzas a través
    de María Esther Monsiváis, una de las operadoras de las empresas fantasma a las
    cuales se desviaron alrededor de 500 millones de pesos, solo en dos años de su
    administración.
    Mientras Humberto se rendía culto, adquiría medios de comunicación, compraba
    lealtades, repartía dinero por dondequiera, satirizaba a los empresarios que
    comían de su mano y guardaba las pruebas para exhibirlas cuando fuera
    necesario, la delincuencia organizada tomaba el control del estado y sobornaba a
    políticos y autoridades, según han confesado operadores de Los Zetas en una
    Corte de Texas. Dominado por la megalomanía, Moreira I pensó, como Enrique
    Martínez, que podía ser presidente. No del PRI, de la república. Para ello se
    vinculó con el cartel de Atlacomulco y Peña lo instaló en el despacho del CEN
    priista antes ocupado por Luis Donaldo Colosio.
    La hibris de los Moreira ha sido castigada con rigor. “Aquel a quien los dioses
    quieren destruir, primero lo vuelven loco”, advierte un aforismo griego. Pero no
    basta. También deben ser investigados por la deuda, las empresas fachada, los
    crímenes de lesa humanidad denunciados ante la Corte Penal Internacional y otros
    desafueros. Sin embargo, la atención sigue centrada en Humberto. Rubén, después
    de su efímero paso por la secretaría general del PRI, se refugió en el Congreso.
    En la edición 2168 de la revista Proceso, Rocha dedica su cartón “Nombrar la
    soga” a un tema recurrente en la campaña de López Obrador (la corrupción) y a
    una declaración suya como presidente electo (la bancarrota del país por el
    saqueo indiscriminado de recursos públicos). En la caricatura aparecen frente a
    AMLO los exgobernadores Javier Duarte (Veracruz), Humberto Moreira (Coahuila), César Duarte (Chihuahua) y la secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, Rosario Robles. El primero con un grillete flotante y todos con bultos de dinero. El grupo replica a coro: “¡Qué irresponsable! Con esas palabras (‘México está en bancarrota’) puede llevar al país a la ruina”.
    ¿Por qué solo Humberto en la caricatura y no también Rubén? “Después de
    mí, el diluvio” —frase atribuida a Luis XIV, el Rey Sol—, parece ser el mensaje
    del cainita. Como parte del fratricidio político, Moreira II tejió para él una red
    de protección y a su hermano lo mandó al foso de los cocodrilos. Rubén
    guardó silencio cuando expulsaron a Humberto del PRI.
    En vez de ponerse de parte de quien depositó en él su confianza y le entregó todo el poder y las llaves de la tesorería, se alió con el pusilánime presidente de ese partido,
    Enrique Ochoa. Ambos —hoy diputados plurinominales— son responsables
    de la derrota del PRI en las elecciones de julio. Rubén es candidato a ser
    investigado por AMLO.
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