Patente número 174 mil 465

    Por Marcos Durán Flores

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    El diez de marzo de 1876, Alexander Graham Bell, realizó con éxito la prueba de un invento que cambiaría la historia mundial. Las notas personales registradas ese día por el científico de origen escocés, lo describen experimentando con un rudimentario aparato llamado “el telégrafo parlante”.

    En esa fecha, Bell llamó a su asistente Thomas Watson, que en una oficina contigua contestó la llamada escuchándolo decir: ¿Señor Watson, está usted ahí?, venga acá, necesito verlo. Fue esa la primera llamada telefónica de la historia. Al registrar esta invención, recibió la patente número 174 mil 465. Se trataba del teléfono, la más redituable patente jamás registrada.

    Meses después, al participar en una exhibición industrial en la ciudad de Filadelfia, Bell hizo una demostración a un distinguido visitante. Se trataba de Don Pedro II, Emperador de Brasil, quien al escuchar una voz en el teléfono exclamó: ¡Dios mío, esta cosa habla!.

    Obsesionado con innovar el telégrafo que permitía la transmisión escrita casi instantánea entre dos puntos distantes, y que había sido inventado por Samuel Morse en 1843; Bell quiso ir más allá e inició una de las más grandes transformaciones en nuestra actual forma de vida.

    Este notable científico había nacido en Escocia pero emigrado a los Estados Unidos junto a sus padres, fue marcado durante su niñez por la condición de su madre, una mujer sordomuda, lo que lo llevó a emprender una lucha personal por brindar a estas personas, una mejor calidad de vida a través de la tecnología. Bell intentaba introducirlos en un mundo lleno de sonidos. Helen Keller, la escritora que en su infancia sufrió de sordera y ceguera le dedicó su libro “La Historia de mi Vida”. Lo hizo usando las siguientes palabras: “Para Alexander Graham Bell, que ha enseñado a los sordos a hablar, y ha permitido al oído escuchar desde el Atlántico hasta las montañas rocallosas”.

    Pero la vida de Bell como la de cualquier ser humano estuvo llena de luces y sombras. Interminable ha sido el debate de quién inventó primero el teléfono, si Bell o el italiano Antonio Meucci. Gracias a esto, sufrió una terrible campaña de desprestigio que lo llevaron a expresar que Estados Unidos es un país de inventores, y mayores inventores eran los periódicos. Lo cierto es que su patente ganó cada uno de los 600 juicios al respecto. Además, a lo largo de su vida obtuvo treinta patentes más como fue el primer aire acondicionado, una idea de lo que sería la fibra óptica, páneles solares, un almacenador de datos e investigaciones en el sector aeroespacial. Su compromiso con la ciencia fue más allá, pues Bell dio un decidido respaldo a publicaciones como Science Magazine y National Geographic, de cuya sociedad fue por muchos años Presidente.

    Alexander Graham Bell fundó la empresa Bell Telephone Company hoy ATT y con ello el negocio de las telecomunicaciones. Hoy día, las ventas anuales de las compañías en este sector superan el trillón de dólares. 4 mil millones de usuarios a nivel global realizan 8 mil millones de llamadas telefónicas, envían 7 mil millones de mensajes de texto y los más de 2 mil millones de usuarios de Internet realizan solo a través de Google más de mil millones de búsquedas a diario. Vivimos pues en una aldea global, una sociedad de la información tal como sugiriera el escritor Herbert Marshall Mcluhan, que según su teoría ampliamente comprobada, es gracias a las telecomunicaciones que no hay lugares remotos; porque en virtud de los medios de comunicación actuales, todo es ahora.

    Graham Bell, fue un convencido como lo llegó a afirmar de que los grandes descubrimientos y mejoras implican invariablemente la cooperación de muchas mentes, pero muy pocas mentes dejaron una huella tan profunda en las arenas de la historia. Sus invenciones son usadas a diario por miles de millones de personas. Cada vez que suena un teléfono, almacenamos datos, o cada ocasión en que sin saber utilizamos la fibra óptica, podemos apenas imaginar las ingeniosas innovaciones de este hombre a quien en tributo a su muerte un día dos de agosto del año de 1922, todos los teléfonos dejaron de sonar como un homenaje al creador de la comunicación global.

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