La vida…

    Por: Jesús R. Cedillo

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    Vivimos en ciudades enfermas. Ciudades para lisiados, afligidos. Mutilados de alma, esperanza y corazón. Los extremos se tocan: la filosofía popular (las canciones, la trova) tiene vasos comunicantes con la alta creación (la poesía). Si el inconmensurable briago mexi8cano, don José Alfredo Jiménez cantaba que “las ciudades destruyen las costumbres…” y provocan la más atroz soledad; un poeta alto y eterno, como pocos los ha habido en la tierra, Rainer Maria Rilke en una de sus famosas “Elegías”, lo decía de esta manera: “… ¡ay! Qué ajenas son las calles/ de la ciudad de la aflicción.” Es lo mismo, en diferente tono, nada más.

    El mundo nos irrita. Obliga a la velocidad sin freno ni atadura. Por un lado, se nos obliga a sonreír todo el tiempo y a huevo tenemos que ser felices, ser positivos, emprendedores y toda esa basura que desde hace lustros nos invade. Por otro lado, al no obtener esa fácil recompensa o estadio, ello nos obliga a buscar soluciones, rápidas soluciones a nuestro ancestral problema de estar atiriciados, deprimidos, como las series ahora tan exitosas, ser zombis en vida. Estar amargado y triste perpetuamente, está mal visto. Y como está mal visto, los humanos que se sienten así (nos sentimos así), reciben todo tipo de consejos, ayuda, terapias, charlas y no pocas veces son obligados a leer cierto tipo de libros, asistir a cierto tipo de “conferencias” y en el final de todo y al final de cuentas, son obligados a “buscar ayuda.”

    Vivimos en ciudades para afligidos. Pero, todo mundo tiene una máscara bien puesta. No todos, claro. La gran mayoría. Por lo anterior, se nos obliga, insisto, a sonreír, andar en esta tierra felices y pegarle a esa mamada llamada “calidad de vida.” ¿Cómo lograrlo? Hay muchas puertas de acceso, nos han hecho creer. Hay caminos los cuales se recorren en poco tiempo (la rapidez y efímero viento a favor, es lo de hoy. Emplear el menos tiempo posible en todo, en cualquier actividad) y llevan a la tierra prometida. Estoy viejo, tan viejo, que todo me sigue maravillando. Todo lo sigo analizando bajo mi óptica personal. No quiere convencer a nadie. Sólo son mis ideas las cuales pueden coincidir con las suyas o bien, aportarle a usted un poco. En este apretado tríptico que hoy inicio, es mí tirada de naipes: que usted tome tres o cuatro ideas, libros, lecturas y anécdotas de vida, las haga suyas y deseche lo que usted considere puro bagazo. Como vivimos en ciudades para desdichados, pues nada más intolerable que usted no sonría. ¿Qué hacer? Venderle felicidad enlatada (refresco de cola), encapsulada (Prozac, Valium) o enjaulada (libros de Osho, Brian Weiss, Riso, Jack Canfield…)

    Un día fue joven. Respetaba a mis mayores. Así crecí. Así fui por mi vida hasta llegar a lo que hoy soy. Es decir, crecí tratando de aprender y asimilar la sabiduría de mi padre, el sastre José Cedillo Rivera; crecí respetando y tratando de aprender de mis maestros de escuela primaria, secundaria, bachillerato; admiraba y respetaba profundamente los conocimientos de los doctores y médicos que me atendieron en mi vida; pero creo que usted ya lo notó: todo lo anterior ahora es basura, la sabiduría y respeto hacia las viejas generaciones ahora los jóvenes, no lo valoran. Luego, en mi época de mocedades, crecí admirando el valor y empuje de la ciencia. La religión era un lastre en varios lustros de mi vida los cuales recuerdo perfectamente. Y hoy, hoy es justamente lo contrario…

    La potencia se la ciencia se ha desvanecido. La autoridad de los mayores es un enfado. Los libros son cosa del “pasado remoto”, antiguallas que no caben en Internet. Hoy, hoy los jóvenes y para asombro mío, tal vez no de usted, creen en “memes” y no en libros; no creen en religión alguna e incluso, no creen en la medicina, pero sí en ocultismo, casas embrujadas, zombis, el aura, naipes, lectura de cartas, reencarnaciones, milagros, homeopatía y amuletos. No pocas veces, ahora creen más en sus tatuajes (cuando en mi época de joven, estos eran sólo para los presidiarios. Es decir, cuando se entraba a la cárcel y no había otra cosa que lacerar ni donde dejar huella, se tomaba al propio cuerpo para eso, para horadarlo, violarlo, mutilarlo…) que en una vida feliz, abierta, de libertades y larga.

    ¿Cuándo se jodió todo y la mentalidad de estos jóvenes se fue moldeando tan atropelladamente, según mi juicio? No lo sé. Pero ahora los jóvenes y un gran continente de adultos, creen en la reencarnación (el libro “Muchas vidas, muchos maestros” de Brian Weiss), creen en milagros donde siempre habla Dios (“Un libro de milagros”, de Jack Canfield y Mark Victor Hansen, autores del mega éxito “Caldo de pollo para el alma”), creen en filosofía y disciplinas orientales (todos los libros de Osho), creen en recetas cristinas para salir del atolladero en apenas días u horas (todos los libros de Joel Osteen), creen en poderes y enseñanzas secretas (“El Kybaliòn”, “Las cuatro leyes de la prosperidad”, “Karma, reencarnación y liberación”)… ¡Puta! Si usted se cae y se lastima un costado y viene harto dolor, usted se pone una pulsera de dos bolas en los extremos que todo lo curan y equilibra la “energía” y también se toma una pastilla de diclofenaco sódico de 100 mg de liberación prolongada…

    ¿El dolor disminuye por el amuleto o por el fármaco llamado Doctril? Vamos apenas iniciando. Regresaré al tema.

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