Sin noticias del imperio

    Por Marcos Durán Flores

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    El 17 de junio de 1867, faltando dos días para su muerte, Maximiliano se preguntaba por qué todo había salido tan mal, desde el convento de Capuchinas en Querétaro que hacía las veces de su prisión. Era descendiente de los Habsburgo, linaje que incluye a María Teresa la Grande, emperatriz de Austria; Carlos V, Rey de España y emperador de Alemania y América; Felipe II, Rey de España, Portugal y América; Francisco José I, emperador de Austria y Rey de Hungría; y el propio Maximiliano, nombrado también emperador pero de México o como se le conocía en Austria “Maximilian I, Kaiser von Mexiko”. Él no pudo alcanzar la grandeza de su estirpe pues fue derrotado por las tropas juaristas, y con ello acabó su corto Imperio, se dio fin a la guerra civil y triunfó la República.

    Casi un año antes, Carlota de Bélgica, emperatriz de México y de América, como se hacía llamar, viajó a Europa para suplicar y luego exigir a Napoleón III, el cumplimiento del Tratado de Miramar, en que le ofreció el trono de México. Pero las cosas habían cambiado y el emperador de los franceses había decidido abandonar a Maximiliano a su suerte. Luego Carlota obtiuvo una audiencia con el Papa Pío IX para pedirle su intervención y salvar el mandato de su marido.

    Pero el Papa Pio IX reclama que Maximiliano hubiera decidido mantener la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos, la Ley de Matrimonio Civil, la Ley Orgánica del Registro Civil o Ley sobre el Estado Civil de las Personas y la Ley sobre Libertad de Cultos, lo que conocemos como las Leyes de Reforma, que acabaron con el dominio del clero católico sobre la sociedad mexicana, por lo que la respuesta fue “no”. Maximiliano se había quedado solo.

    Pasaron los meses y en México el austriaco se traslada a Querétaro donde sus tropas resisten algunos meses hasta que son sitiados. Se rinde ante el General Mariano Escobedo a quien entrega su espada imperial y es hecho prisionero.

    Terminaba uno de los episodios más apasionantes, bizarros y extraños en la historia de nuestro apasionante, bizarro y extraño País. La trágica y efímera aventura del Archiduque Maximiliano de Habsburgo, quien aceptó el trono de México bajo el nombre de Maximiliano I y su esposa la archiduquesa Carlota “su majestad Imperial la emperatriz Carlota”.

    Pero luego del triunfo de la República, vino una de las decisiones más difíciles para Juárez: ¿qué hacer con Maximiliano? Al final de cuentas era un Habsburgo, el hermano de Francisco José I, emperador de Austria y del Imperio austrohúngaro que aunque molesto con Maximiliano por haber aceptado la locura de venir a México, la sangre llamaba.

    Las peticiones para que Juárez otorgara clemencia al prisionero austriaco fueron muchas. Casas reales de Europa y legisladores de los Estados Unidos, solicitaron su indulgencia. El propio Víctor Hugo, autor de “Los Miserables” y máxima gloria de la literatura francesa, escribió una carta al presidente Juárez diciéndole: “La América actual tiene dos héroes: John Brown y usted. John Brown debido a que murió por la esclavitud. Usted, debido a que ha hecho vivir la libertad. Ahora, muéstreles su belleza. Después del estallido, exhiba la aurora. El cesarismo que mata, muestre al pueblo que reina y se modera. A los bárbaros, la civilización; a los déspotas, los principios. Juárez, haga que la civilización dé ese paso trascendental. Juárez, es tiempo de abolir la pena de muerte en toda la faz de la Tierra. Será ésta, Juárez, su segunda victoria. La primera, vencer a la usurpación, es grandiosa; la segunda, perdonar al usurpador, será sublime.”

    La carta llegó a manos de Juárez un 20 de junio de 1867. Un día antes, Maximiliano había sido fusilado en el Cerro de las Campanas. Su cadáver fue embalsamado y enviado en un ataúd de madera de pino abordo de la fragata “Novara”, la misma que lo había traído a México. El seis de julio de ese año hubiera cumplido apenas 35 años. Su cuerpo llegó al Castillo de Miramar el 16 de enero de 1868 y actualmente se encuentra en la cripta Imperial de los Habsburgo, en Viena. Ese fue el trágico destino del último emperador rubio y extranjero que tuvo la osadía de querer gobernar a los mexicanos. La emperatriz Carlota, vivió loca en el Castillo de Bouchout, en Bélgica, hasta el año de 1927, esperando “noticias del imperio” que jamás llegaron.

    @marcosduranf

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