Papá Hemingway

    Por Jesús R. Cedillo

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    Alcohólico y enfermo, el tipo se pegó un escopetazo con su rifle de cacería el 2 de julio de 1961. El tiro se lo metió en el paladar, en la boca, para así y sin error alguno, callar, enmudecer para siempre. Sesenta y dos años antes había nacido en Oak Park, USA, específicamente en 1899. En este 2018 y si las matemáticas del calendario y los aniversarios no fallan, se cumplen 119 años del natalicio del suicida Ernest Hemingway.

    Fue suicida, pero también fue Premio Nobel de Literatura. El galardón lo ganó en 1954, cuando cientos de leyendas circulaban en torno a él: su participación en al menos tres conflictos bélicos, su heroísmo en el frente de batalla; la práctica de un estilo periodístico conciso, ceñido, que influirá en la manera de redactar de las siguientes generaciones y una mítica y también heroica práctica y disfrute de los vapores etílicos.

    Para Ernest Hemingway el vino “es una de las cosas más civilizadas del mundo y de las cosas materiales que ha alcanzado una mayor perfección, al tiempo que ofrece un disfrute y una apreciación posiblemente más amplios que cualquier otra cosa puramente sensorial que pueda ser comprada con el dinero.” Coincido con él al cien por ciento.

    A propósito del autor de “París era una fiesta”, la escritora Simone de Beauvoir cuenta en sus memorias de cuando ésta conoció al futuro Premio Nobel en el Hotel Ritz de París. En ese entonces bramaba ya la Segunda Guerra Mundial y la Beauvoir escribiría: “Esa noche Hemingway, que era corresponsal de guerra y que acababa de llegar a París, tenía una cita con su hermano en el Ritz, donde se alojaba; el hermano había sugerido a Lise que lo acompañara y que nos llevara a (Jean Paul) Sartre y a mí. El cuarto en el que entramos no se parecía en nada a la idea que yo me hacía del Ritz; era grande pero feo con sus dos camas de barrotes de cobre; en una de ellas Hemingway estaba acostado, en pijama, con los ojos protegidos por una visera verde; sobre una mesa, al alcance de la mano, había una respetable cantidad de botellas de whisky consumidas hasta la mitad o completamente vacías.”

    Por cierto, acaban de subastar la gran mayoría de objetos y muebles decorativos del legendario Hotel “Ritz” DE París, incluyendo la placa conmemorativa de Papá Hemingway. En fin, gana la mercadotecnia, no el honor ni la leyenda de cuando los escritores se hospedaban en tan honorable Hotel. No más. El final es digno de la vida azarosa, pasional e intensa del novelista y periodista norteamericano: Sartre se iría hacia las tres de la noche con una buena cantidad de whisky ingerido y en condiciones poco convenientes, Beauvoir se quedaría con el novelista… “hasta el alba.” ¿Hay un germen de tristeza hereditario, un gen suicida? En una memorable charla con el doctor Lauro Cortés éste me dio el dato: en cuatro o cinco generaciones de Hemingway hay al menos cuatro suicidas.

    Tengo una fotografía ya ajada de Hemingway. Fue tomada en su casa de La Habana, paraíso al cual llegó por primera vez en 1928. El paraíso se le clavaría en las pupilas e influiría a tal grado en su escritura que aquí y no en otro lugar del mundo fue donde surgió la idea seminal del relato “El viejo y el mar”, obra considerada cumbre en la ola de su literatura. La fotografía muestra al escritor en plena faena sobre su escritorio. Su mano derecha sostiene una pluma estilográfica y la izquierda sostiene su mejilla.

    Lleva unos pantalones cortos holgados, propios para soportar el infernal calor de la Habana y una camisa tipo guayabera, de fino algodón blanco. Atrás, atestadas, varias estanterías soportan, estoicas, los libros del novelista. Todo mundo lo sabe, en sus primeras visitas, Hemingway llegaba a Cuba y se instalaba en el Hotel Ambos Mundos. Se iba de pesca con los nativos, con los pescadores y luego de la faena, se apoltronaba en las mesas y sillas del bar “Floridita” donde daba cuenta de los famosos daiquiris dobles.

    Hoy la bebida y el mezquino lugar son tan famosos, que es una catedral para la peregrinación y veneración hacia los lugares preferidos por el autor de “Adiós a las armas.” Para el escritor colombiano Gabriel García Márquez, el mejor cuento que se haya escrito es uno de Hemingway titulado “La breve vida feliz de Francis Macomber.”

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