Elección entre dos

    Por Gerardo Hernández González

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    La polémica entre Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya, José Antonio Meade, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez pudo no haber cambiado sustancialmente la intención de voto para las elecciones presidenciales del 1 de julio, pero sí la percepción. El candidato de la alianza Juntos Haremos Historia llegó con la aureola de invencible: él y sus legiones de seguidores, convencidos de que esta vez la victoria no les será escamoteada como sucedió en 2006 y 2012; y otra parte importante de la población, resignada al irremediable triunfo del caudillo.

    La idea de que las votaciones serán un mero trámite, por la desventaja del segundo lugar y el estancamiento del tercero, se modificó durante y después del debate. Contra el dictado de las encuestas, AMLO no es invencible, como tampoco lo fue en los dos últimos procesos. La percepción ahora es que Ricardo Anaya, candidato de la coalición Por México al Frente, tiene capacidad y atributos para remontar y ganar con el voto útil, el de los indecisos y el que, en las próximas semanas, abandone a AMLO.

    José Antonio Meade, de la coalición Todos por México, ya ha sido descartado. La maniobra de excluir a los aspirantes con militancia en el PRI, en particular al exsecretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, y cambiar los estatutos de ese partido para presentar un candidato externo o ciudadano, sin mácula aparente, no funcionó. Para la mayoría de los mexicanos, Meade representa lo peor del sistema político. En consecuencia, se le atribuyen los fracasos del sexenio frente a la corrupción, la impunidad, la violencia, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y los miles de muertos en la guerra sin cuartel y sin sentido contra la delincuencia organizada.

    A estas alturas, pocos dudan ya de la derrota del exsecretario de Hacienda. Mientras el gobierno de Peña Nieto se involucre para intentar salvarlo, más lo hundirá. El presidente no es la solución, sino el problema. No solo del PRI, sino de un país sin gobierno, pues las autoridades están en campaña y no al frente de sus responsabilidades. La violencia no amaina, se recrudece, y la sevicia —como en el caso de los normalistas de Ayotzinapa, repetido con los estudiantes de cine de Guadalajara— aterrorizan al país y causan escándalo fuera de México.

    Los muertos y los desaparecidos no son de Peña (PRI) ni de Felipe Calderón (PAN), pero sus gobiernos llevaron al caos actual, al asesinato de un cuarto de millón de personas, mucha de ellas ajenas a esta guerra descabellada. La amnistía de AMLO puede parecer igualmente absurda, pero al menos es una propuesta distinta a las fórmulas fallidas aplicadas en los dos últimos sexenios. El candidato de izquierda tiene un buen diagnóstico de los problemas del país, pero es en su exposición donde crea dudas y temores, los cuales, como en cualquier campaña, sus adversarios aprovechan para tratar de avanzar; sin éxito en el caso de Meade.

    El escenario de un arreglo entre el PRI (en clara desventaja) y el PAN (segundo en la preferencia electoral) no es extraño. Ocurrió en 1994 para favorecer a Zedillo; en 2006 y 2012 para imponer a Calderón y a Peña, con las armas del miedo y del dinero, e impedir el triunfo de AMLO. El tres veces aspirante a la silla del águila desestima una eventual nueva alianza entre los partidos que han gobernado en los últimos 24 años, pues, aún de concretarse —dice— ganaría. El país necesita un cambio, y quien menos lo ofrece es el PRI. AMLO y Anaya, pues, son las opciones. Meade será, en este proceso, la víctima del sistema.

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