“Diario de un seductor”

    Por Jesús R. Cedillo

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    El libro estaba en el estante desde hace años. El título es atractivo desde siempre. Pero, jamás lo había leído. Poco más de 170 páginas. Lo había hojeado, nada más. En estos días en que el calor escurre y acosa los sentidos, es menester refugiarse en algún restaurante con clima artificial, pedir una buena cerveza helada y dar cuenta de lecturas pospuestas. Buenas lecturas como esta de, “Diario de un seductor” del filósofo y teólogo danés Soren Kierkegaard (1831-1855). No aventuras sino un jirón de vida, no desenfreno amoroso sino amor amoratado. No placer, sino condena. El libro se lee de una sentada y es más una obra filosófica (confesión íntima de un amor no correspondido), que los jornales y anotaciones de un Casanova danés.

    Como Pablo, el de Tarso; el pastor, filósofo, el escritor danés Soren Kierkegaard (1813-1855) padecía de un “aguijón en la carne.” Éste le llama en su vida la “espina de la carne.” Al parecer y según biógrafos, era impotente. De aquí entonces de una de sus peores etapas de vida al no poder desposar a su prometida, Regina Olsen. Fue pastor y renunció al ministerio, fue cristiano pero al final de su vida se puso una lucha: “Mi tarea es detener la expansión del cristianismo.” Atención, tenía una gran fe en Dios, pero inició una cruzada en contra de la Iglesia. Escribió un artículo virulento en contra del Obispo Mynster el cual le valió comentarios y violencia de todo tipo.

    Este y no otro era el filósofo danés Soren Aabye Kierkegaard al cual y luego de algunos lustros de muerto, fue revalorado como escritor y filósofo y se le considera como uno de los padres del existencialismo. Cuenta uno de sus biógrafos, J. Grennier, quien ha hecho de él una espléndida nota para el “Diccionario Bompiani de autores literarios”, que SK, “fue poco conocido y escasamente apreciado en su vida.” Es decir lector, la estampa de siempre de los genios. Incomprendido en su momento, para luego de muerto, ser eterno. De salud eternamente quebrantada, contrahecho, jorobado, disminuido físicamente; al parecer e incluso, feo y con tuberculosis, el filósofo mandó esculpir en su tumba los siguientes versos de Adolf Brorson: “Un poco más y habré vencido: la batalla cesará como por ensalmo; y podré reclinar la cabeza en una almohada de rosas y hablar eternamente a Jesús.”

    Escribe en su conocida obra de de “Diario de un seductor”, “Ella era delgada y altiva como un abeto, como un retoño, como una idea que, misteriosa y plena de pensamientos, se eleva al cielo desde lo más profundo de la tierra. Misteriosa, pero misteriosa en sí, era un todo sin partes. El haya se alarga, se va ensanchando por encima del tronco, y su copa, con sus innumerables hojas agitadas por el viento, va contando lo que ha ocurrido debajo de él; el abeto carece de copa, no tiene que contar, es el árbol misterioso. Así era ella también.”

    ¿Qué es el amor? Un tiro de naipes. Un tiro de cubilete, un juego de dados. Un juego de azar. El autor se debate entre la congoja, el amor no correspondido, la desesperación y la abulia. “¡Maldito azar!” exclama con voz de fuego. Todo, porque ese dios veleidoso y putrefacto, el padrote del azar lo hizo conocer a una musa la cual le va a cambiar la vida. Escribe Soren Aabya Kierkegaard: “Voy a consagrarme a tu servicio, igual que las bailarinas danzan en honor de su Dios. Ligero de vestidos, desarmado, renuncio a todo. Nada poseo y nada quiero poseer, nada amo y por eso nada tengo que perder, y así me hice más digno de ti, de ti que ya estás cansado de robar a los seres humanos durante tanto tiempo, aquello que aman; harto de sus suspiros cobardes y de sus rezos interesados…”

    Su diario es atormentado, sí, como él mismo. Su vida refleja su literatura. Su filosofía. El filósofo se llama a sí mismo “el hijo de la vejez.”  Fue hijo del segundo matrimonio de su padre. Con la sirvienta. La primera mujer y los cinco hijos fueron muriendo uno tras otro, como en una especie de maldición. Un día supo que después de toda esa catástrofe, su padre solo y en un páramo había maldecido a Dios. ¿Ya lo notó? Dios nunca le habló. Ni a él, mente preclara y henchida de ideas, ni a su padre, un comerciante con buena fortuna el cual a sus 44 años ya se había retirado a disfrutar su dinero, las reuniones y las ideas. Y no, no fue la historia de Job. Esta vez Dios no les restituyó nada. Murió la esposa y murió toda la parentela del padre del filósofo. ¿Agradecer de ello a Dios? ¿Fue una prueba? Caray, el padre del filósofo fue práctico y sincero: fue a desahogarse al páramo solitario y lo maldijo.

    Soren Kierkegaard escribió: “lo que antes fue impulso ahora es razón.” Y esto y no otra cosa es lo que nos pasa a los humanos que nos atrevemos a usar ese regalo divino, el libre albedrío, la libertad. Apenas 42 años sobre la tierra del filósofo danés los cuales fueron suficientes para dejar una obra portentosa y eterna. Soren Kierkegaard habló de Dios. Interpeló a Dios. Lo increpó, lo cuestionó. ¿Obtuvo respuesta? Al parecer no. Vaya, no pudo ni al menos disfrutar ese placer, sí, divino: el sexo.

    Por cierto lector, el nombre de Kierkegaard significa “cementerio.”

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