“Ya no quiero ser Godínez”: la iniciativa de un joven que sabe lo que quiere

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El es un chico aficionado a la música, guitarrista soñador, paramédico temporal, colaborador del cuerpo de bomberos, estudiante, “cajita” –dícese de quienes trabajan como cajeros bancarios–, y exgodín. Aly Emmanuel Antúnez Vázquez no es una sola cosa –como tampoco lo eres tú–, es un cúmulo de experiencias, aprendizajes y metas que comenzaron a cristalizase cuando se atrevió a hacer un cambio radical en su vida, apostó todas sus canicas para emprender y convertirse en quien quería ser, en un acto osado y a la vez valeroso. ¿Qué hizo? Escribió su propio libro: Ya no quiero ser godínez.

A los 18 años y únicamente armado con su diploma de preparatoria salió a pedir trabajo. Su familia no tenía los medios para pagarle una universidad de prestigio y su bajo promedio hacían que la máxima Casa de Estudios fuera tan inalcanzable como el Olimpo griego. Decidió que él mismo se pagaría sus estudios, aunque para ello requería un trabajo. Primero intentó aplicar en una cafetería donde lo rechazaron rotundamente. Fue así que

por una recomendación paterna terminó trabajando en un banco, donde se le aventó al ruedo sin haber cumplido el periodo de capacitación. No obstante, sorteó los obstáculos que se le presentaron y escaló puestos en la empresa, lo que le permitió tomar nota sobre errores y malas praxis que tenían lugar: se alargaban procesos por políticas burocráticas, se llegaba a acuerdos con empleados indeseables y no se invertía adecuadamente en el personal. Su trabajo siempre fue meritorio e incluso con su equipo logró tener los mejores resultados en métricas por encima de la sucursal matriz. Todo esto mientras combinaba su vida profesional con la estudiantil.

Sin embargo, este éxito era insuficiente. Como el eterno optimista que es y bañado por un humanismo antropocéntrico, Aly decidió que sus días de Godínez estaban contados. “La idea original era seguirme por ese rubro (del banco), pero me surgió la inquietud de que yo no quiero ser empleado. Veía a mis compañeros en la escuela y algunos me doblaban la edad, entonces pensaba: ‘tengo que hacer algo’. Cualquiera puede emprender a la edad que sea, pero si yo ya traía esta onda a esta edad, pues qué mejor que ahorita”, rememoró.

Aly Emmanuel Antúnez Vázquez / Foto: Cortesía

Comienza el cambio

Aly abandonó sus certidumbres, su zona de confort para abrirle la puerta al riesgo. Dejó la escuela porque se había convertido en un zombi que trabajaba en automático, lejos de la reflexión y el perfeccionamiento propio que tanto añoraba para sí. “Mis amigos de la escuela, mis compañeros de trabajo, en fin, mucha gente me decía que no lo hiciera y de pen**** no me bajaban”, explicó.

¿Y cuál era el objetivo? Convertirse en conferencista y prepararse para ello. Pero como una figura así no se hace de la noche a la mañana, decidió primero escribir el libro Ya no quiero ser godínez. “Cuando era chiquito había dos cosas que quería ser. La primera era ser Batman, pero yo en un traje de Batman me iba a ver más chistoso que Adam West. Dije: definitivamente no. La segunda era ser conferencista. No sabía lo que era eso, pero vi una ted talk del de Nintendo (Fusajir? Yamauchi) y sabía que lo que estaba haciendo él yo lo quería hacer”.

Pensó en escribir un libro porque los autores por lo regular hablan constantemente y eso lo acercaría a su meta. En su debut como escritor con Ya no quiero ser godínez recapitula sus experiencias como empleado y ofrece algunos puntos de reflexión sobre los problemas y renuencias empresariales actuales: el excesivo outsourcing, la falta de sentido común en las prácticas modernas, pero sobre todo, la infelicidad de los empleados.

“En los últimos años se ha visto que en las empresas las personas no renuncian a los trabajos, renuncian a los jefes; jefes que no saben pedir las cosas, jefes que no saben cómo se hacen las cosas. No seas un mal jefe. Sé un buen líder e involúcrate (…). Que no te anulen, nunca dejes de aprender”, escribió en Ya no quiero ser godínez.

Su libro es una invitación para reflexionar sobre el ambiente laboral, una invitación para ser felices en el trabajo, para ejercer prácticas humanistas que se verán reflejadas en los réditos empresariales. Pero por encima de todo, al compartir su aprendizaje empírico, y una que otra mala experiencia bañada de sentido del humor, invita al lector con cosquilleos de emprendimiento a atreverse. Si tus seres queridos y amigos cercanos no saben cómo apoyarte y sus palabras son más bien desalentadoras, él te tiende la mano y te anima seguir adelante pese a las problemáticas y reveses propios de los pininos de todo entrepreneur, todo con un lenguaje alegre, contagioso, coloquial pero no exento de destellos de mordacidad. Tampoco es inocente, Aly habla de los retos por venir, los óbices y las oportunidades para hacer de México un país de emprendedores, una nación de primer mundo.

 

Su primer emprendimiento

Pero para que esto fuera posible, para que el libro llegara a las estanterías, Antúnez Vázquez lo escribió y publicó con sus propios medios tras las negativas de las editoriales. En la primera a la que acudió a dejar su primer borrador en un sobre, se lo entregó a la recepcionista, pero como olvidó escribirle sus datos en el documento volvió más tarde para enmendar el error.

“Cuando entro de nuevo al edificio y veo a la recepcionista se pone súper nerviosa. No le di importancia. Me acerqué y se hizo la que estaba hablando por teléfono. ¿Tú reconoces este sonido peculiar que hacen los botes de basura de aluminio sobre todo cuando les echas algo pesado, como una copia de un libro, por ejemplo? Cuando me había ido lo había escuchado pero no le presté importancia. Cuando me voy a sentar lo vuelvo a escuchar. Me habla, me acerco, se va y le dice al de seguridad: ‘ahí te encargo’”. El material tenía una enorme mancha de café, pero aun así el joven escribió sus datos aunque estaba convencido que no le hablarían. Y no, no lo hicieron.

En otra, el trato fue completamente distinto. El mismo día que dejó su ejemplar le llamaron porque la chica responsable lo había leído y le había gustado. Sin embargo, la condición para publicarlo era que él impartiera charlas y vendiera otros libros de su catálogo. ¡Al fin daría conferencias! Tras ponderar la situación, se dio cuenta que valía más la pena y era más redituable costearse sus propias aventuras que seguir con el proyecto propuesto por la empresa editorial. También se encargó de que sus ejemplares llegaran a los estantes de las principales librerías de la CDMX. Así, pese a los fracasos, las negativas y dudas de sus seres cercanos, Aly dejó atrás la vida de topers, gafetes y horarios de oficina, y en sus casi 200 páginas te anima para que, si quieres, hagas lo mismo.

Con información de Entrepreneur

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