La voluntad del mesías

Por Gerardo Hernández González

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Andrés Manuel López Obrador ganó el gobierno, no el país. Hay demasiado  que cambiar, es cierto, mas no será mediante remedos de consulta como  México resuelva problemas seculares como la corrupción, la impunidad y la  pobreza.   Cancelar  el   Nuevo   Aeropuerto  Internacional   de   México  (NAIM)  responde a un capricho del presidente electo, aún en campaña, no a una  decisión sensata y sopesada. Si el propósito era humillar a la administración  de Peña Nieto, el golpe fue rudo e innecesario —incluso podría tener el  efecto bumerán—, pues el castigo político lo recibió en las urnas. En todo caso, faltaría la sanción penal.

Echar  por   tierra   el  aeropuerto   en   Texcoco  le   costará   al  país   crédito  internacional y recursos, de los cuales está escaso. La ciudadanía jamás pidió  cancelarlo, pues sus preocupaciones son otras: seguridad, salud, empleo,  educación de calidad, mayor ingreso y bienestar. Se trató de una promesa de  AMLO y nada más. Si el proyecto de mayor envergadura del gobierno peñista  era, como otros, fuente  de corrupción  y negocio entre y funcionarios y  particulares, pudieron haber realizado auditorías, rescindir contratos y dejar  de invertir dinero público para que empresas de México y otros países lo  terminaran.

La opción múltiple de Santa Lucía, Toluca y el Aeropuerto Internacional de Ciudad de México no resolverá los problemas de largo plazo —al contrario, generará otros quizá mayores— y en cambio privará al país de una obra de  infraestructura iniciada y avalada por expertos, no en una encuesta, que  ofrecía mayores ventajas para la aviación y para la economía.

Su ubicación no  era la más idónea, pero ya había sido aceptada; y el gobierno de Peña Nieto,  pagado   las  críticas.   Sin   embargo,  la   sospecha   de  corrupción   y   de  acaparamiento de tierras para lucrar de la plusvalía abonó el terreno para la  cancelación.  AMLO pudo aprovechar la circunstancia, actuar como estadista y someter el proyecto  a   una   consulta  con   especialistas   y  el   apoyo   de  organismos  internacionales  para dar firmeza y legitimidad  a la  decisión. Empero, se  impuso la voluntad del mesías sin reparar en consecuencias, lo cual es grave;  sobre todo, porque López Obrador aún no entra en funciones. “Cuando el jefe  puede lo que quiere, se corre el gran riesgo de que quiera lo que no debe querer”, advierte Baldassare Castiglione.

El problema es que AMLO empieza a utilizar muy temprano el poder para lo que no debe. El presidente electo anticipó que en la consulta participarían alrededor de un millón de ciudadanos y casi acierta. Alrededor del 70%  aprobó el proyecto de Santa Lucía y solo el 21% el original. Sin embargo, no  existen bases para asegurar que la decisión fue “racional, democrática y  eficaz”. No podía serlo una opción promovida por el presidente electo y su  partido. El empresariado le negó validez legal y legitimidad a través de la  Coparmex.

En el contexto pasma el silencio del gobierno  saliente para defender el aeropuerto en Texcoco. Lo único que lo explica es la corrupción que esconde.  Peña abandonó la responsabilidad aun antes de las elecciones, y el secretario  de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, recibió el “trofeo a la  ineptitud   y  la   corrupción”   por  el   paso   exprés  de   Cuernavaca,   en  su  comparecencia  ante el  pleno de  la Cámara de  Diputados,  del legislador  morenista Alejandro Mojica. AMLO suple la falta del presidente, pero en lugar  de esperanza, lo que siembra son vientos que presagian tempestades.

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