Los partidos y los candidatos tienen sus encuestas y las muestran cual
jugador de póquer. En el pasado no eran necesarias, pues, como el
gobernador Óscar Flores Tapia le dijo a su homólogo Bill Clements, durante
un recorrido por el Capitolio del Estado de Texas, en México, antes de las
elecciones populares y legislativas, ya se sabía quien ganaría y por cuantos
votos. Eran los tiempos de la «dictadura perfecta» fundada por Calles en
1929. Pero a medida que el país se espabilaba y los fraudes del PRI-Gobierno
eran más burdos, las cosas cambiaron y la competencia política (en las urnas
y en los congresos, corrijo: en el Congreso federal) dejó de haber simulación.
Existen indagaciones serias y otras al gusto del cliente, como en todo, pero
las firmas mejoran cada vez más sus metodologías para acercarse al
resultado, y aun así no siempre lo consiguen.
Frente a la manipulación, los sesgos y los intereses aún presentes, la ciudadanía despista u oculta la intención verdadera de su voto. Pasa aquí y en Estados Unidos, donde las
encuestas forman parte de su cultura democrática. En las últimas elecciones
presidenciales, cadenas de televisión, agencias de noticias y consultoras
fallaron en redondo. Hillary Clinton perdió con Donald Trump e incluso la
victoria de Joe Biden no fue tan contundente como se preveía.
La encuesta de Berumen y Asociados y de Zócalo, publicada este domingo,
muestra esa realidad. Los carros completos, en democracia, son
anacronismos: solo ocurren en estados —cada vez menos, por cierto—
donde el partido hegemónico domina los tres poderes y las instituciones
teóricamente autónomas. Esa es la razón por la cual las elecciones de
diputados en solitario siempre registran los mayores índices de
abstencionismo.
El año pasado, en Coahuila, rebasó el 60% por varias
décimas. En un estado donde la alternancia dejó de ser excepción para convertirse en
regla, la elección de alcaldes del 6 de junio será altamente competida y
arrastrará a la de diputados federales, pues por primera vez son
concurrentes. Acerca de las alcaldías objeto de la pesquisa de marras, en la
mayoría existe un empate técnico entre el PRI, Morena y el PAN, de acuerdo
con el municipio. En ese sentido, la cabeza de Zócalo: «Aventaja Chema
elección en Saltillo» me parece atinada. Los jinetes no se han separado lo
suficiente como para cantar victoria, pero cada punto cuenta.
La encuesta la abordaré con mayor profundidad más adelante, para poner
hoy el acento en la perspicacia de los electores —reflejada en los sondeos—
como factor de incertidumbre, consustancial a la democracia, capaz de
provocar giros copernicanos. El porcentaje de indecisos o de voto oculto es
tan alto como la preferencia por los candidatos punteros y en algunos casos
lo supera. En procesos anteriores ha pasado que un aspirante lastra a otro de
su mismo partido; o le ayuda a ganar, aunque al final sea sacrificado.
La competencia, la pandemia y el enfado ciudadano contra partidos y
gobiernos obliga a los candidatos a utilizar la «fórmula de las eses»: suela,
saliva y sudor que escuché de Juan Antonio García Villa, panista de la vieja
guardia —sin duda la mejor—. Por ello se distinguen las campañas de la
maestra Esther Quintana («ladies firts», sobre todo si a la inteligencia la
acompañan congruencia y dignidad) y del pundonoroso Jericó Abramo,
candidatos del PAN y el PRI por el distrito 4, así como la de Laura Karina
Ramírez, cuya participación es ejemplo y motivación para los jóvenes. No
todo huele a podrido en Dinamarca. Los buenos perfiles son como la aguja en
el pajar. La tarea es dar con ellos.
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