¿Panza llena produce filosofía y ciencia eterna? 2/2

    Por Jesús R. Cedillo

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    En el texto de presentación de este par de columnas, partimos de un sólido presupuesto: para los hijos queremos siempre lo mejor, que estos sean exitosos, libres, y si se puede, verdaderos genios. Si usted tiene un par de hijos, creo e imagino que usted quiere lo mejor para ellos. Si uno de ellos (hijo o hija) llega a ser como Albert Einstein o Marie Curie, creo e imagino que usted le daría gracias a Dios y a la vida por ello y claro, su vida se habría cumplido y usted sería muy feliz. Imagino que si a usted le sale un hijo del tamaño del filósofo Platón, Sócrates, Diógenes… pues caray, ese tipo de pensadores que movieron el eje de la tierra completa, pues usted estaría más que feliz. Nada qué rebatir si sus hijos son herederos de los pensamientos y sabiduría de un Epicuro, Emanuel Kant, Voltaire, John Locke…

    ¿Y si les damos de comer a nuestros niños y vástagos justo lo que ellos, lo que éstos comían, para así encaminarlos en su vida, gran vida que les espera? Lo dijo en su momento Feuerbach: “el hombre es aquello que come…” También dejó lo siguiente para la posteridad: “Obedece a los sentidos. Donde empiezan los sentidos, terminan la religión y la filosofía.” Para que empiece una buena filosofía, nada como tener la panza llena. ¿De qué? Leamos muy rápidamente al padre de los doctores o médicos del mundo, Hipócrates: “… nuestra actual manera de vivir nunca se hubiera descubierto si el hombre se hubiese contentado con la misma comida y bebida que los animales, tales como los bueyes y los caballos que se alimentan, crecen y prosperan mediante la fruta, la madera y el pasto, sin ningún esfuerzo y sin necesitar ninguna otra dieta.” De plano, Diógenes se atrevió a comer la carne cruda. No la aguantó, no obstante que predicaba lo anterior.

    Juan Jacobo Rousseau decía que un tipo de alimentación determinado, produce un cierto tipo de hombre. Si de gustos vamos, un gusto sano es un gusto simple, decía el educador y pensador. Para Rousseau lo primero es la leche como algo básico, luego vendrán el pan y el agua. Desconfiaba de la carne y la sal. Esta es una visión idílica, sin duda. En contraparte, el gran Voltaire amén de tener a su musa, la Marquesa de Chatelet (con la cual tuvo una relación de 16 años), tenía como bien preciado y como musa paralela, los vinos de Borgoña (región única de Francia). Y aficionados al vino, a estos buenos vinos fueron Napoleón Bonaparte, Alejandro Dumas…

    ¿Quiere que su hijo llegue a ser nuestro Voltaire, nuestro Alejandro Dumas? Voltaire, cuentan sus biógrafos, durante el tiempo que vivió con la Marquesa, insistimos, 16 años, desayunó diariamente cien ostras con champán y una taza de chocolate aromatizado con vainilla y canela. Ya luego vendría el almuerzo (comida para nosotros), donde daría cuenta de jarras de su vino de preferencia: “Volnay.” Alejandro Dumas, cuentan sus biógrafos, escribió “El Conde Montecristo” con una cábala a su lado: una copa de vino “Montreachet” la cual jamás, jamás se agotaba como provisión…

    Avanzamos. Estimado lector, ¿nómbreme usted un científico el cual usted hoy recuerda en este preciso momento de leer estas notas? Ignoro cuál dijo (Newton, Telsa, Hawking…), pero sin duda, también vino a su mente Albert Einstein. Sí, el gran Einstein y aquella cara sonriente sacando la lengua al fotógrafo en turno y sus pelos siempre en rebeldía, jamás peinados ni en su sitio. Sí, el gran científico autor de la famosa “Teoría de la relatividad” de la cual me declaro totalmente neófito. Acción unánime: si usted tiene un hijo, juro que usted abogaría porque su niño fuera un segundo Einstein. Alemán él, nació en 1879 en Ulm, zona cercana lo mismo a Suiza que a Francia. Esto fue en su niñez, aunque luego y usted lo sabe, viajó por todo el mundo y se avecindó en los Estados Unidos.

    ¿Tuvo algo qué ver o mucho qué ver la alimentación de Einstein en su formación como científico? Sin duda, sí. Lo hemos repasado varias ocasiones: somos lo que comemos. Por lo tanto, en esta parte del mundo donde nació el niño y joven Albert, nos cuentan los biógrafos y en esos tiempos se comía jamón, harto jamón; sopa de caracoles, ensalada de papas. De postre se estilaba un pastel de frutas (cereza, manzana). Común eran las salchichas ahumadas, requesón, el famoso “Strudel” de manzana e insisto, variedad de salchichas muy socorridas y nativas de esa zona.

    Luego su familia se mudó (1894) a Pavia, cerca de Milán, Italia. Allí el mismo científico habla de su gusto y afición por la pasta italiana: tallarines y espagueti. Sin dejar de lado el buen vino y el arroz. Trotamundos, luego de esta estancia italiana, se fue a estudiar a Suiza donde estudió Física. Por esta época (1896) se cuenta que Albert tomaba lo mismo café o infusiones té. O las dos bebidas al mismo tiempo. Pero su pasión al parecer reposaba en el té. Hoy en día en Checoslovaquia hay una empresa de infusiones de té, Dr. Popov, la cual ha bautizado a una infusión como “Té Einstein”, y su mercado es el estudiantil. Ya luego vendría su periplo y exilio por América, un viaje a Japón (sin duda, bebió sake) y España y claro, su residencia definitiva en EEUU. Al final de sus días sobre la tierra, el gran científico Albert Einstein se declaró vegetariano. De hecho, fue sólo un año antes de su muerte (1955) cuando dijo lo siguiente en confesión: “Así que estoy viviendo sin grasas, sin carne, sin pescado, pero me siento muy bien de esta manera. Me parece que el hombre no ha nacido para ser carnívoro.”

    La que fue su ama de llaves, Herta Waldow, comentó de que Einstein por años, años en América, desayunó siempre un par de huevos estrellados con setas y miel. Claro, café, té. Sin duda, si hubiese practicado desde su niñez el vegetarianismo, no hubiese llegado a ser quien fue: el científico más emblemático del siglo XX. Y es que la carne, usted y yo lo hemos repasado aquí, forma parte de la evolución de la humanidad para llegar a ser lo que ahora somos: humanos con inteligencia y eso llamado civilización.

    Coda

    Usted lo sabe, los animales tienen instinto, no inteligencia. Por eso los delfines, las hormigas y los changos no cocinan, estimado lector. En fin, cosa de sentido común. Regresaremos al tema.

     

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