La raíz de la crisis

    Por Gerardo Hernández González

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    Existe una propensión en diversos sectores, entre ellos algunos de los más poderosos e influyentes, a descalificar anticipadamente al Presidente López Obrador y augurar el fracaso de su Gobierno para atribuirle después la ruina de México y provocar el repudio de quienes “equivocadamente” votaron contra el statu quo causante de la crisis nacional y de la miseria. Como si AMLO hubiera recibido un país en jauja, libre de violencia, corrupción e impunidad; con un liderazgo sólido e instituciones igualmente robustas, respetado dentro y fuera de sus fronteras.

    La situación actual se debe no solo al expresidente Peña Nieto, responsable del desastre por su función nominal de jefe de Estado y de Gobierno, sino también a quienes, sin costos, ejercieron el poder; no entre bastidores, sino a la vista de todos. El país lo supeditaron a su interés. ¿O advirtieron, como lo hacen ahora, de la rapiña en Pemex y de su deuda explosiva? ¿Denunciaron los excesos en el gasto público y las violaciones sistemáticas a los derechos humanos?

    Evidentemente se sentían más cómodos con un presidente pusilánime y una democracia corrompida, preferible, según el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, a una dictadura. A menos, claro, que fuera perfecta como la de Salinas de Gortari de la cual surgió un club de multimillonarios merced a la privatización de entidades públicas. Con el garlito de la modernización, políticos y empresarios vinculados al poder se repartieron cual botín el patrimonio nacional.

    El Gobierno de López Obrador ha incurrido en errores graves y el país empieza a pagar las consecuencias, pero hasta hoy no son mayores que los de Peña Nieto, y ojalá no los exceda; no por bien suyo, sino de la nación y de los millones que en él confían. Cambiar un régimen viciado, ineficaz y al servicio de las élites, por uno de raíz social, comprometido con la mayoría, llevará tiempo y entrañará enormes dificultades y presiones; abiertas y embozadas.

    En el proceso se han cometido fallos, injusticias y arbitrariedades inexcusables, mas ninguna autoridad, en sus cabales, expondría intencionalmente la vida de personas en clínicas y hospitales por suspender el abasto de medicamentos y otros insumos indispensables para su operación.

    El sistema de salud colapsó en el sexenio de Peña, quien entregó finanzas públicas sin margen de maniobra y al país con una deuda exorbitante; la cual, como la de Coahuila, guardada la proporción, no se explica sin obras ni infraestructura, pero sí por la riqueza de una clase cínica y venal.

    Los costos del sometimiento al poder y el silencio frente a la corrupción, la soberbia, las deficiencias e incapacidades del gobierno de turno serán siempre onerosos. En el caso de la actual Administración, sin embargo, los errores se magnifican, y acuerdos como la cancelación de aranceles del vociferante Donald Trump se minimizan o tratan de desvirtuarse. Las agencias calificadoras de riesgo crediticio, cuya laxitud con los bancos de Estados Unidos contribuyó a la crisis financiera global de 2008, se han unido a la embestida de los sectores antiAMLO para imponerle condiciones. Desearían un presidente de ornato, de florero, como Peña, no uno que separe con claridad los poderes público y privado cuya cohabitación envileció la política y tuvo para el país resultados devastadores.

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