Licántropos

    Por Jesús R. Cedillo

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    Gracias por leerme y atender estas letras señor lector. Bien leído y replicado fue el texto sobre vampiros, “Una gota de sangre”, donde repasamos someramente el linaje escogido de estos seres de los cuales nunca del todo estaremos seguros de su existencia terrena o bien, de ser creados por nosotros los humanos y nuestra afiebrada imaginación. Comentarios y apostillas me llegaron y todo es bienvenido en tema tan apasionante como ese. Pero también  atentos lectores me pidieron el abordar a esos otros seres hoy desplazados del imaginario de terror colectivo: los licántropos, los hombres lobo. Los hombres lobo ya no asustan a nadie. Lo de hoy son los muertos en vida, los zombis; lo de hoy son hombres peores que bestias, los narcos y todo su poder demencial  que todo lo depredan: sí, peores que los lobos que sólo tienen instinto, son carniceros por naturaleza, pero no como los humanos (digamos) que despedazan, mutilan y descuartizan a otros humanos, nos estamos refiriendo a esos llamados narcos y sus cárteles ultraviolentos (manadas). Y como Netflix y sus series son los forjadores de las nuevas generaciones, lo que acaba de pasar en Saltillo, el multihomicidio de cuatros personas ancianas a manos de (posiblemente) un jovenzuelo, reafirman lo anterior: hoy los monstruos y peores depredadores no son lobos ni vampiros, sino humanos, los cuales habitan entre nosotros…

    Llega a la memoria inmediatamente el viejo aforismo de Thomas Hobbes: “El lobo es lobo del hombre.” No hay peor enemigo a un humano que otro humano. Las fieras ejercen un poder de encantamiento sobre nosotros. No pocas veces imitamos sus cualidades e instinto. O de plano, estas fieras nos habitan. Es el caso de los lobos, los hombres lobo que en todas las culturas en la tierra y en diversas etapas de la historia, se muestran en tradiciones, leyendas, mitos y ritos que lo mismo se han transmitido de manera oral que escrita. ¿Han existido hombres lobo realmente? No es necesario probarlo, mientras estén atados a nuestro imaginario colectivo, existen. Es el caso de Cu-Cuhllain de la mitología irlandesa. Entre los Benandanti entre los italianos (documentado por el historiador Carlo Giznberg), los Loup-Garou entre los franceses…

    El saltillense Julio Torri desde las bien dotadas paredes y estantes de su biblioteca, dio cuenta de un mundo propio, único, parco y universal. Escritor de versos y piezas narrativas cebadas en la perfección, fue tenorio de sirvientas. Malicia e ironía develan su trabajo el cual hoy es atesorado como perlas y joyas de la literatura mexicana y latinoamericana. En una de sus obras cumbre, todas lo fueron vaya, titulada sobriamente “Mujeres”, éste describe con un dejo de sorna y lúcido bagaje de señalamiento acaso presa de misantropía, a las “mujeres elefantas”, a las mujeres “reptiles” a las “mujeres asnas”, a las “mujeres tarántulas.” Ésta última vestía de “terciopelo negro” y tenía las “pestañas largas y pesadas y sus ojillos de bestezuela cándida me miraban con simpatía casi humana.”

    Sin duda, a otro público con esta prosa. Por eso el maestro Julio Torri es eterno. Y hablando de esta influencia y matrimonio entre hombres y animales, este posible bestiario postmoderno con rasgos humanos, específicamente de mujeres, este antropomorfismo literario, no podemos pasar desapercibido de los cientos de textos dedicados a los animales, en especial a las fieras como panteras, tigre, leones, lobos, cánidos, en los cuales depositamos fortalezas, poderes e instintos que los humanos no pocas veces admiran. Ahora por la pantera, ahora por un tigre, todo mundo se decanta por el felino o animal de su predilección. Tengo una amiga la cual ha hecho de la pantera, su mascota favorita. Sí, esa fiera oscura, salvaje y carnicera, pero con un dejo de feminidad siempre a prueba.

    Mi memoria es parca, corta. Recuerdo a vuela pluma poemas y textos sobre el tigre (la primera referencia claro, es el texto de William Blake), recuerdo vagamente tal vez dos o tres citas sobre el tigre en textos de Jorge Luis Borges. He coleccionado muchos textos sobre insectos, esa nube calamitosa para cualquier ser humano en las noches más altas (Francis S. Fiztgerald tiene para mi gusto la más clara y dura descripción y queja al respecto). A últimas fechas y lecturas, coleccioné varios textos del poeta y narrador Michel Houellebecq sobre tan descastados y tercos bichos voladores; pero, de panteras negras tengo poco, tal vez nada. Al azar, en un arte combinatoria tan poco probable pero efectiva a la vez, empecé a tomar al vuelo una decena de libros sin orden ni concierto. Los hojeaba en mi lecho, mientras afuera, un solo jurado y preñado de espanto de sí mismo, se niega a marcharse aún a las nueve de la tarde. Escribir la noche es incorrecto, la noche no se adivina por ningún lado. Hojeo un libro, tomo otro, lo dejo de lado, asalto uno más. Repaso sus páginas finales, luego, corro al inicio.

    Fui poniendo unos separadores aquí y allá. Poco a poco la fiera de oscuro y bello pelaje se fue haciendo visible en la espesura de las letras. Hay un texto extraño de ese viejo borracho e indecente que fue Charles Bukowski. Se titula “¿Besaste alguna vez a una pantera?” escribe el autor venerado no por pocos lectores: “esta mujer se imagina una pantera/ y a veces cuando hacemos el amor/ gruñe y escupe/ y su pelo cae…” Uno de mis autores favoritos, Rainer Maria Rilke tiene un texto que precisamente se llama “La pantera”, la estampa la data luego de un paseo por el Jardín de Plantas y Zoológico en París. Al ver la hermosa fiera osar en su jaula, escribe el poeta Rilke: “Es como una danza de fuerza/ alrededor de un centro/ donde una gran voluntad se detuviera aturdida.”

    Coda

    Los lobos forman parte de nosotros mismos. Dice la leyenda, Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba. Rómulo (Caín) mató a Remo (Abel). Se cumple aquello de Hobbes: el lobo es lobo del hombre.

     

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