García Márquez: periodista

Por Jesús R. Cedillo

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Gabriel José de la Concordia García Márquez siempre será noticia. El Gabo contra lo que pueda pensarse, sigue vivo y sigue vendiendo libros y su influencia sigue permeando lo mismo en la literatura que en el periodismo. Y es que usted lo sabe, García Márquez se asumía no pocas veces más periodista que escritor, digamos, químicamente puro. De hecho, sus historias, el 99% de ellas, están anciladas en el tráfago diario, en la anécdota de la calle y sus personajes literarios abrevan o son yuxtaposición de personajes reales. ¿Cuál fue entonces su verdadero amor: la literatura o el periodismo? Amor y amante, las dos pasiones formaron parte de su alfabeto eternamente. Uno (el periodismo) lo llevó a desembocar en lo otro (la narrativa y por extensión, la conquista del Premio Nobel de Literatura).

El Gabo siempre será noticia y va a seguir vendido libros. Acaba de salir al mercado editorial “El escándalo del siglo”, libro que reúne 50 trabajos periodísticos que el periodista y escritor colombiano publicó de los 23 a los 57 años de edad. Justo cuando y ya luego, se dedicó más a pergeñar sus fabulosas historias, aunque nunca se olvidó del todo de seguir escribiendo reportajes de largo aliento, como el que le dedicó en su momento a… Shakira. El libro es editado por Random House y ya se encuentra en librerías de México, Monterrey y Guadalajara. Menos aquí, pero en fin. Usted ya lo puede pedir vía paquetería. En algunos casos, el envío es gratis por cuenta de las librerías que dan este servicio y debido a la modernidad que nos asiste con Internet. ¿Cuál es la novedad de este libro? Ninguna. Ninguna, pero nadie se resiste a comprarlo y saborearlo. Es decir, si usted tiene los cinco tomos de su “Obra periodística” editados en su momento para editorial Diana (en estos días me ando dando de topes contra la pared, juro que los tengo todos, pero nada más encuentro dos tomos en mis libreros. Puf) pues ya tiene todo lo escrito en materia periodística por el Gabo, por lo cual, este libro digamos, es prescindible. Pero esta antología, insisto, se agradece y uno la vuelva a disfrutar y a leer con gusto por ser el gran García Márquez el cual nos vuelve a deleitar con su prosa de funámbulo, acróbata y mago.

Gabo siempre será noticia y no pasa mes o año sin que alguien le agregue nuevos folios a sus letras y a su vida. De hecho, repasando sus obras en mis libreros, di igual con un volumen extraño de García Márquez, es “Yo no vine a decir un discurso”, el cual reúne precisamente aquellos textos preparados por el Nobel colombiano con el fin de ser leídos ante una audiencia ávida por escucharle. Son discursos reunidos a lo largo de su vida (desde el primero que escribe a los 17 años para despedir a sus compañeros del colegio de Zipaquirà, hasta sus palabras de recepción del Premio Nobel o su discurso ante los Reyes de España al cumplir 80 años de edad).

Y es que Gabriel García Márquez es inagotable. Cuando lo releemos encontramos nuevas resonancias y nuevos matices a lo subrayado. Me detengo en una apreciación periodística, de buen observador como reportero de calle y suela, que persistentemente fue el Gabo. En una parte de sus textos deja escrito lo siguiente: “Para nosotros, los aborígenes de todas las provincias, Bogotá no era la capital del país ni la sede del gobierno, sino la ciudad de lloviznas heladas donde vivían los poetas.” Eso. Aflora el clima con su sinuoso y tempestuoso andar, como materia de notable influencia en nuestra vida diario: modos de ser, carácter, hábitos de comida y bebida, prácticas nocturnas para dormir o en su defecto, padecer el pertinaz insomnio (recuerde usted que el mismísimo Gabo en su “Cien años de soledad”, habla de la “peste del insomnio” en Macondo), y en fin, el clima es materia central en nuestra  vida y nos define y nos moldea.

Lo anterior viene a duelo hoy, por la oleada de calor brutal lo cual todo deseca a su paso. Bajo un sol jurado y preñado de espanto aquí en el Norte de México y vaya, en todo México, nadie en su sano juicio puede ponerse a trabajar y estar sentado por horas frente a su cuaderno o frente a su ordenador personal, para dar el mejor pulimiento a un soneto, a una décima o bien, tallar puntillosamente dos cuartillas de aquella novela en progreso. A más de 30 grados Celsius, nadie se concentra, sólo quedan los placeres de la carne: beber en la taberna cercana, comer y luego, entregarse a los placeres del fornicio. El sol mutila y hiere. El calor escurriendo en el ombligo de adolescentes pecadoras con shorts a media nalga y con blusas ombligueras, obligan a mirarlas una y otra vez. Ellas, dueñas de la situación, se entregan a placeres lúbricos y sensuales en sus recámaras ardientes.

Las grandes ciudades producen las mejores novelas. Las grandes urbes producen grandes narradores (Carlos Fuentes y su ciudad de México, Juan Carlos Onetti y su Uruguay, su Madrid y su Buenos Aires en su narrativa; Julio Cortázar y su París mágico…), los pueblos de tierra adentro y su clima templado, producen y dan fruto en los mejores poetas: Julio Torri y Manuel Acuña y Saltillo, Ramón López Velarde y Zacatecas, Manuel José Othón y Saltillo y  San Luis Potosí… Vaya, hasta en la propia Biblia se reniega del calor y del sol preñado de miedo y espanto. En un libro corto pero perfecto, Jonás, ese profeta menor, se queja del sol martirizando su cabeza. Es tal su quejido y lloro, que prefiere la muerte. Así lo dice: “Y acaeció que al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano; y el solo hirió a Jonás en la cabeza, y desmayábase y se deseaba la muerte…” (Jonás. Capítulo 4, versículo 8). Reportero siempre, el Gabo lo atisbó con tiempo.

Coda

Vale la pena comprar el libro. Y sigue maravillando que el Gabo armado con sólo sus dos dedos índices y las 28 letras del alfabeto, haya escrito de manera tan portentosa lo mismo periodismo o literatura.

 

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