Culto y lapidación

    Por Gerardo Hernández González

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    Lech Walesa enfrentó al comunismo y desde el sindicato Solidaridad coadyuvó a sepultar al “imperio del mal”, como Ronald Reagan denominó a la Unión Soviética. En 1983, el activista por los derechos humanos ganó el Premio Nobel de la Paz; y siete años después, la presidencia de Polonia, en segunda vuelta (obtuvo el 74.2% de los votos). El amigo de Juan Pablo II intentó reelegirse en 1995, pero perdió, también en balotaje. En 2000 compitió de nuevo, pero los polacos le volvieron a dar la espalda a pesar de sus laureles. Recibió el 1% de la votación y esta vez su retiro de la política fue definitivo. Desde entonces se dedica a dar conferencias.

    “Solo en situaciones especiales surgen los héroes, las personas que dan un paso adelante cuando al resto les tiemblan las piernas”, escribió Gregorio Belinchón (El País, 06.01.15) a propósito del estreno de la película Walesa. La esperanza de un pueblo (2013), en España. Una frase del cofundador de Solidaridad –citada por el cineasta y crítico de cine–, lo pinta de cuerpo entero: “Yo tengo las ideas claras. Soy como el toro que cuida el rebaño”. Belinchón advierte: “Puede que Walesa no fuera un hombre cultivado intelectualmente, pero poseía un carisma arrollador”, aparte de ser “engreído y dotado de una oratoria subyugante”.

    La periodista italiana Oriana Fallaci entrevistó al líder de Solidaridad en 1980 cuando aún estaba lejos de convertirse en celebridad mundial. En la película, Fallaci (Maria Rosaria Omaggio) cuestiona a Walesa (Robert Wickiewicz): –Usted no tiene madera de político. –No soy político, soy electricista– replica.

    La siguiente pregunta de la autora de Entrevistas con la historia (1986) y El Miedo es un Pecado (recopilación de cartas publicada en 2016) es clave para entender el ciclo de los líderes carismáticos (el presidente Andrés Manuel López Obrador forma parte de ese elenco).

    —¿Cuánto tiempo durará Walesa?

    —Si no me matan, si todo va bien, calculando fríamente, podría decir que de aquí en adelante, sólo podré ir descendiendo. Paulatinamente. A ver si me explico. No soy una persona que pueda adaptarse a los tiempos normales. Y yo no soy capaz de adaptarme a las reglas del juego. Porque no puedo repetirme. Repetir lo que hice desde septiembre hasta hoy.

    Por último, si los cambios en Polonia fracasan, la ira del pueblo va a caer sobre mi cabeza, y los que ahora me aplauden y me levantan altares, me van a apedrear. Me darán una patada y se olvidarán de que he luchado por ellos y que lo hice de buena fe. Si yo fuera listo o egoísta, me afeitaría el bigote y volvería a la fábrica. Pero no lo haré mientras me quieran. No puedo hacerlo. ¡No lo haré! Porque sé que a partir de ahora la situación se va a ir complicando cada vez más, y que vamos a recibir golpes muy fuertes.

    A ratos, López Obrador tampoco parece político, sino predicador. Él, como Walesa, tampoco abandonó la lucha contra el régimen –en su caso, después de ser desaforado como jefe de Gobierno de Ciudad de México y de perder dos elecciones presidenciales; ruta inversa a la seguida por el Nobel de la Paz– ni se aviene a las convenciones. Su meta consiste en transformar el país. Walesa lo logró. ¿Podrá hacerlo el primer presidente de izquierda? Aún es temprano para saberlo, pero si fracasa, las legiones que hoy lo vitorean y le erigen altares, también podrían lapidarlo. Walesa no se equivocó en su pronóstico. El pueblo lo aclamó en las urnas, y con votos le cerró las puertas del poder.

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