Mitos y verdades

    Por Gerardo Hernández González

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    México genera 1.9 millones de toneladas de residuos industriales peligrosos cada año, de las cuales solo una cuarta parte se estabiliza y recluye en instalaciones apropiadas bajo la supervisión de autoridades federales y locales competentes; del resto se ignora su destino, pero sea en ríos, arroyos o basureros a cielo abierto donde se viertan, son un riesgo inminente para la población, la flora y la fauna, pues contaminan el suelo, el aire y el acuífero.
    La industria de Coahuila genera alrededor de 86 mil toneladas, equivalentes al 4.5 por ciento del volumen nacional. El 15 de febrero visité, junto con un grupo compuesto por activistas
    ambientales independientes, empresarios, académicos y periodistas, el Centro Integral para el Manejo de Residuos Industriales (Cimari) que el Grupo Ecolimpio, fundado hace 25 años, gestiona en General Cepeda desde agosto de 2016 a través de la Sociedad Ecológica Mexicana del Norte. Se ha dicho y publicado que quienes transponen el vallado sufren trastornos, mutaciones, molestias y no se cuántos efectos más. También, que, para protegerse de las diez plagas bíblicas, antes de entrar es preciso ingerir compuestos esotéricos, vestir trajes de astronauta y, por si las dudas, cargar con una pata de conejo.
    Patrañas para confundir, provocar miedo, lucrar con la ignorancia y llevar agua a molinos políticos, religiosos y económicos.
    Al Cimari se accede por una carretera cuyo pavimento ya quisiera cualquier colonia residencial; no hay barreras ni limitaciones para preguntar o tomar fotografías. Después de la exposición de Javier Calderón, director de Ecolimpio, sobre el Cimari, y del recorrido, en el cual también participaron Daniel Calvert, presidente del grupo, su esposa Blankis y su hija Sofía (¿quién, en sus cabales, expondría a su familia a contagios o males incurables, en caso de existir?), sentimos el deseo mundano de tomar un buen tequila antes de la comida.
    A México le sobran razones para el escepticismo, pues la corrupción lo invade todo. Lo hemos visto en los primeros meses de la cuarta transformación. Dondequiera que se pincha sale pus, incluso en el sistema de guarderías. Los grupos que alucinan armas químicas y monstruos de mil cabezas en el Cimari de General Cepeda deberían preocuparse mejor por las más de 60 mil
    toneladas de desechos industriales sobre las cuales no existe control alguno.
    La actitud del obispo Raúl Vera —químico y dominico—, cuyo trabajo en otros campos es plausible, desconcierta. No así la de politicastros del PRI y del PAN que actúan por consigna de caciques, como el exalcalde de General Cepeda, Rodolfo Zamora, uno de cuyos hijos participó en el bloqueo de la carretera Saltillo-Torreón, para complicarle aún más la vida al gobernador Miguel Riquelme.
    Entre técnicos y operarios calificados, el Cimari ocupa a 150 personas, la mayoría de las cuales pertenecen a comunidades vecinas. De acuerdo con la norma federal (Semarnat), un confinamiento necesita estar alejado de la población más próxima un kilómetro, y la población no debe exceder los mil habitantes. Entre las instalaciones del Centro de Residuos de Ecolimpio y el ejido San José de la Noria, donde habitan 90 personas, median cinco
    kilómetros en línea recta. Una de las formas de contrarrestar el calentamiento global —ese sí real, no las quimeras mitológicas— consiste en construir más Cimaris, como el de General Cepeda, para lo cual hacen falta empresarios de la talla de Daniel Calvert y de su familia. A Dios los que es de Dios y al César lo que es del César.
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