Monólogo del poder

    Por Gerardo Hernández González

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    Andrés Manuel López Obrador era olímpicamente ignorado cuando pedía debatir con los presidentes de turno. Fox y Calderón lo retan hoy a discutir sobre cuestiones patrimoniales y obtienen la misma respuesta. Los exmandatarios tiraron por la borda la oportunidad de cumplir el cambio ofrecido por el PAN desde su fundación en 1939. El compromiso consistía en combatir la corrupción, pero hicieron la vista gorda, según lo refleja el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional.

    El desencanto ciudadano con el PAN sobrevino en 2006. Fox trató de eliminar a López Obrador de la carrera presidencial e incluso lo desaforó del gobierno de Ciudad de México, pero en lugar de hundirlo lo catapultó. Calderón ganó por los pelos con la ayuda del Instituto Federal Electoral (hoy INE). Jamás un presidente había alcanzado el poder con un margen tan raquítico, de apenas seis décimas de punto. Tal como Salinas negoció con el PAN 18 años atrás para legitimarse, Calderón hizo lo mismo con el PRI, sin éxito, pues la sombra del fraude siempre les acompañará.

    Calderón no resultó tan mal presidente como Peña Nieto y acaso no fue corrupto, como alega. Sin embargo, tampoco utilizó los instrumentos a su alcance para frenar el robo a los erarios estatales (tampoco hizo nada contra el huachicoleo; al contrario, se incrementó en su sexenio) ni encarceló a ningún gobernador, a pesar de haber tenido elementos para hacerlo (la deuda fraudulenta de Coahuila), pero al menos tuvo el valor de afrontar a los caciques locales. La guerra contra la delincuencia organizada también llevaba dedicatoria para ellos, por haberse coludido con el narco e incendiado el país.

    Calderón —como Peña— destrozó a su partido y el PAN no pudo conservar el poder otros seis años. La muerte trágica del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, dejó sin carta fuerte al presidente para la sucesión de 2012. Josefina Vázquez no era su candidata y así lo demostró al decantarse por Peña, con tal de cerrarle el paso a López Obrador. El objetivo se logró, pero el país pagó un costo demasiado alto: corrupción escandalosa en los estados y en la federación, más muertos y desaparecidos con respecto al gobierno calderonista y descrédito internacional.

    AMLO tiene hoy la sartén por el mango: apoyo social como ninguno de sus predecesores, excepto Lázaro Cárdenas y tal vez López Mateos; mayoría en el Congreso (desde la segunda mitad del sexenio de Zedillo, el país registraba gobiernos divididos); oposiciones débiles y fragmentadas, y control en los estados a través de los superdelgados, los cuales atraen reflectores y restan autoridad a los gobernadores; excepto, claro, a los de Morena. La situación debe resultar bastante incómoda para los mandatarios locales, después de haber sido absolutos en los 18 últimos años.

    El presidente debate y dialoga consigo mismo… y no siempre está de acuerdo. En su fuerza radica también su principal debilidad. Vuelvo al escritor italiano Baldassare Castiglione, autor del tratado El Cortesano: «Cuando el jefe puede lo que quiere, se corre el gran riesgo de que quiera lo que no debe querer». Y AMLO empieza a querer cosas que, por bien del país, no debería. Fox y Calderón no pueden hacer, desde el resentimiento, lo que, como presidentes, fueron incapaces de cumplir para evitar el triunfo del populismo. Ellos, junto con Peña, encumbraron a AMLO.

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