A la tabla con Don Quijote y Sancho Panza

    Por Jesús R. Cedillo

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    A más de 400 años de la aparición del libro “Don Quijotede La Mancha”, la escuálida figura del manchego más famoso de la historia está más saludable que nunca, e incluso, sus enjutas carnes muestran una lozanía digna de estudio y elogio mundial. Y es que el libro de Miguel de Cervantes se puede leer en varias claves. Una de ellas es esta la cual hoy propongo, la clave gastronómica. Este hidalgo de aventuras sin fin obliga a replantearse y releer sus andanzas y subrayar aquello que nos interesa, pero también obliga a paladearlo al realizar una lectura dilatada y morosa con platillos, comidas y bebidas de aquella época en la España peninsular que a la vez, veía o empezaba a ver a América como un reino más de su propiedad.

    Usted lo sabe: el Quijote se ocupa en describir con precisión los alimentos de los que se nutrían los ibéricos en el siglo XVI y XVII. Gracias a don Miguel de Cervantes sabemos que los pastores, arrieros y peregrinos tenían a su disposición tasajos de cabra, queso ovejuno, sazonadas frutas, aceitunas secas, huesos menudos de jamón. Y que el labrado jornalero se cebaba con olla, gazpachos, migas, leche, natas y requesones. Y todas las clases sociales registradas en la novela de Cervantes tenían un común denominador: la afición por los ajos. Un plato en sí mismo, no aderezo.

    “Una olla de algo más vaca que cordero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda…” Así presenta la mesa de Don Quijote, Miguel de Cervantes y así nos ha llegado a nosotros. Van entonces algunos fragmentos de decenas de ellos en la novela de habla hispana más célebre del mundo. Vaya usted al libro y lea o relea el capítulo entero.

    “Yo no quiero repartir los despojos de enemigos, sino pedir y suplicar a algún amigo, si es que lo tengo, que me de un trago de vino, que me seco.”

    (Palabras de Sancho Panza en el Capítulo LIII)

    “Pidieron de cenar; respondióles la Arguello que en aquella posada no daban de comer a nadie, puesto que guisaban y aderezaban lo que los huéspedes traían de fuera comprado, pero que bodegones y casas de estado había cerca donde sin escrúpulo de conciencia podían ir a cenar lo que quisieran.”

    (Capítulo LIX)

    “Y por ahora, Sanchica, atiende a que se regale a este señor; pon en orden este caballo y saca de la caballeriza guevos y corta tocino adunia, y démosle de comer como un príncipe.”

    (Capítulo L)

    “… y dos calderas de aceite mayores que las de un tinte servían de freír cosas de masa, que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zambullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba…”

    (La anterior cita es del Capítulo XX. Esta “masa” frita son los famosos buñuelos y churros que han llegado vivos hoy y se disfrutan grandemente. Hay otra referencia a los buñuelos donde literalmente así los define Cervantes en el Capítulo III).

    “Y levantándose, volvió desde allí a un poco  con una gran bota de vino y una empanada de  media vara, y no es encarecimiento, porque era de conejo albar tan grande, que Sancho, al tocarla, entendió ser de algún cabrón, que no de cabrito.”

    (Capítulo XIII  Segunda parte).

    “En verdad señora –respondió Sancho–, que en mi vida he bebido de malicia: con sed bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita; bebo cuando tengo ganas, y cuando no la tengo, y cuando me lo dan, por no parecer o melindroso o malcriado, que un brindis de un amigo ¿qué corazón ha de haber tan de mármol, que no haga razón? Pero aunque las calzo, no las ensucio, cuando más los escuderos de los caballeros andantes casi de ordinario beben agua, porque siempre anda spor las florestas, selvas y prados, montañas y riscos, sin hallar misericordia de vino, si dan por ella un ojo.”

    (Capítulo XXXIII. Parte dos).

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