Bipartidismo sepultado

    Por Gerardo Hernández González

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    “Manuel Gómez Morín se avergonzaría del estado actual del Partido Acción Nacional”, escribe Enrique Krauze en la columna “El PAN: volver al origen”. La incapacidad, las divisiones internas y el egoísmo son las dificultades que hoy encaran los líderes de ese partido, advierte el historiador. Otro escollo lo representa “el peso de su pasado inmediato, doce años en los que el PAN, percibido hasta entonces como alternativa de un gobierno decente, toleró actos de corrupción y, al hacerlo, se perdió a sí mismo”. (Reforma, 21.10.18)

    El PAN recibió la peor votación de los últimos 18 años en unas elecciones presidenciales: 9.9 millones; el PRI captó 7.6 millones y Morena dio la campanada con 25 millones (no se incluyen los votos de sus respectivos aliados). El PRI quedó reducido a polvo. La Comisión de Diagnóstico refleja el tamaño del fracaso: el tricolor perdió el 95% de los 300 distritos y el 89% de las nueve mil secciones electorales donde siempre ganaba. “Se puede decir que el partido, como organización, estuvo desmembrada. La militancia fue sorprendida y sustituida por candidatos de dudosa trayectoria y prestigio”. (Reforma, 23.10.18)

    El PRI reconoce —tarde— la crisis provocada por la imposición de Enrique Ochoa como líder, por voluntad del presidente Peña Nieto. Las voces críticas fueron reprimidas y Ochoa, un burócrata sin trayectoria política cuya militancia jamás pudo acreditar, propició la renuncia de cuadros valiosos. En otros casos, los disidentes permanecieron en el PRI, pero apoyaron a otros partidos. “Se exportó a las regiones pugnas nacionales de grupos o figuras. Como se sabe, la lucha entre las cabezas se convierte en guerras muchas veces irreconciliables entre sus leales. La mística para promover el voto y construir estructuras electorales quedó derrotada”, dice el documento.

    La evaluación es de Samuel Palma, uno de los colaboradores más cercanos del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, asesinado el 23 de marzo de 1994 al finalizar un acto de campaña en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana. Instalado en la soberbia, el partido del presidente Peña, de Ochoa, de Luis Videgaray y de una panda de gobernadores —en ninguno de los estados priistas ganó José Antonio Meade— ignoró el diagnóstico presentado hace casi un cuarto de siglo por Colosio en el monumento a la Revolución:

    “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por (el) abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales. Veo a ciudadanos angustiados por falta de seguridad, ciudadanos que merecen mejores servicios y gobiernos que cumplan. (…) No queremos candidatos que, al ser postulados, los primeros sorprendidos en conocer su supuesta militancia, seamos los propios priistas”.

    El PRI trató de esconder la corrupción e incompetencia de sus gobiernos con un candidato externo a la presidencia (Meade), pero al mismo tiempo reservódiputaciones plurinominales para incondicionales del presidente Peña, como Enrique Ochoa, Luis Miranda —el insolente exsecretario de Desarrollo Social— y el exgobernador de Coahuila Rubén Moreira. Palma, en su informe, retoma a Colosio: “¿Cómo pensábamos que íbamos a ganar? El partido fue sustituido por una agencia electoral que olvidó a una gran clase política, desplazada por el dominio de grupos reducidos a la manera de camarillas”.

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