Una vara demasiado alta

    Por Gerardo Hernández González

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    Si Juárez, Madero y Cárdenas son los modelos de Andrés Manuel López Obrador para ejercer la presidencia, Armando Guadiana eligió a Belisario Domínguez (1863-1913). El senador chiapaneco pagó con su vida haber denunciado al dictador Victoriano Huerta desde la tribuna. El legislador coahuilense ha empezado por criticar la componenda entre su partido (Morena) y el Verde para violar la Constitución y permitirle a Manuel Velasco ocupar dos cargos de elección al mismo tiempo: senador y gobernador de Chiapas. El PVEM pagó el favor a Morena con cinco diputados para completar la mayoría absoluta en el Congreso.

    “No seré un senador borrego, ni palero del presidente”, dice Guadiana mientras se retuerce el bigote. “Apoyaré las iniciativas de AMLO cuando beneficien al país e impugnaré las que no lo sean”. Retórica o no, es lo que el ciudadano de a pie desea tener en el Congreso: representantes populares auténticos, no “levantadedos” al servicio de sus partidos ni peones del presidente. El tiempo dirá si Guadiana cumple y hace respetar la soberanía parlamentaria o se pliega a las consignas de Morena y a los deseos de AMLO.

    Mientras tanto, el expresidente de los Saraperos de Saltillo disfruta la experiencia en el Senado. “Es un borlote, sobre todo en la Cámara de Diputados donde son 500”. En su caso aplica el refrán según el cual “A buen banderillero hay toro en todas partes”. Guadiana echó mano de sus conocimientos taurófilos para hacerles la faena a Guillermo Anaya y a Jericó Abramo —de menor edad, pero más ejercitados en la arena política— en las elecciones de julio pasado. Con suertes —metafóricas— como el Par de Calafia, invención de Rodolfo Rodríguez, el Pana, entusiasmó a una parte del respetable; otro sector respondió con silbidos, pero jamás se aminaló.

    Belisario Domínguez, el arquetipo de Guadiana, defendió hasta la muerte la libertad de expresión, contrapeso del poder. Frente a un futuro presidente cuya fuerza y mayoría en el Congreso general no han tenido los últimos mandatarios, los principios liberales del médico de Comitán cobran vigencia, máxime por la intolerancia de AMLO a la crítica. En su discurso del 23 de septiembre de 1923, Domínguez proyectó al México de Felipe Calderón y Peña Nieto.

    ““La paz se hará cueste lo que cueste”, ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis profundizado, señores senadores, lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? (…) significan que está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una extensa ruina toda la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la presidencia, ni derrame una sola gota de su propia sangre”. (Wikipedia)

    Trece días más tarde, Domínguez era asesinado con sevicia. La reacción social y política provocó la ira de Huerta. El dictador disolvió el Congreso y encarceló a 90 diputados, pero no conservó el poder: el 15 de julio de 1914 renunció a la silla del águila. En 1953, el presidente Ruiz Cortines instituyó la medalla Belisario Domínguez. El Senado la concede a quienes “hayan hecho un servicio excepcional al país en el campo de la política, el activismo social, las ciencias, las humanidades o las letras”. El valor y la talla del personaje obliga a Guadiana a estar a la altura de las circunstancias Coahuila y del país. Adoptarlo como guía no basta, lo difícil será seguir su ejemplo.

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