Anthony Bourdain (1956-2018)

    Por Jesús R. Cedillo

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    Es el sol de la melancolía. Es sencillo escribirlo, pero duele en el alma. Eso que llamamos alma. Es el mal del siglo XX y XXI. Es una bestia apocalíptica sin brida ni bozal. Es la melancolía, la tristeza, la temida ictericia. Lo que hoy se conoce con un término domesticado: “depresión.” Como si fuese algo climático (parte lo es); algo así como una “depresión tropical”, advierten y dicen los locutores que le previenen del clima mañanero en la televisión. Pero, lo bien cierto es lo siguiente: para los atiriciados de alma y corazón, la emperrada tristeza sólo se cura de una manera posible: suicidándose. Lamentablemente. Es tal y tanta su congoja, que a los enfermos no les duelen los músculos, los tendones, los huesos, no; les duele eso llamado alma, como bien lo dijo un alcohólico y deprimido, Malcom Lowry en su novela “Bajo el volcán.”

    Tengo años hablando de este flagelo. ¿Fui el primero en alertarlo en las páginas de los diarios y revistas en Coahuila? Es intrascendente, pero si es un problema grave social que a pocos o a nadie importa. A los del Gobierno estatal, a nadie. ¿Qué hacer? Pues tratar de ayudarlos. Acompañarlos. Guiarlos. Caminar con ellos de la mano. Ofrecerles a los tristes de ojos y corazón, una mano firme y amigable, sin juzgarlos. Dice otro atormentado, Gérard de Nerval: “Yo soy el tenebroso –el viudo– el desconsolado/ Príncipe de Aquitania de la torre abolida,/ murió mi sola estrella mil laúd constelado/ ostenta el negro sol de la melancolía…” Pues sí, este tono crepuscular y adolorido es el sino característico de estos humanos (muy jóvenes, cada más jóvenes en Coahuila) melancólicos, los cuales ven al final del túnel un sol negro de melancolía. No escapan por puerta falsa (al suicidarse), patrañas, hay que borrar del lenguaje lo anterior, es una puerta que ellos visualizan como salida y salvación a tanta y tanta congoja. El suicidio no es un problema para ellos, sino su solución. Solución extrema, pero para esta gente, la única.

    Y la depresión, la melancolía a todos revienta. No importa condición social, fama, dinero en el banco o ser hombre o mujer. La melancolía a todos llega. Fue el caso del chef de fama internacional Anthony Bourdain (1956-2018), de quien tenía pendiente esta nota necrológica desde el día que murió, bueno, se suicidó (pasado 7 de junio). El reconocido presentador, escritor y chef se ahorcó en un hotel de Estraburgo donde filmaba un capítulo para reconocidos programas televisivos que le dieron fama mundial. Pero la fama no es sinónimo de paz, tranquilidad y mucho menos de estar contento con la vida que uno lleva y esto al final de cuentas y al parecer, llevó al chef a cortar su vida en plena fama del espectáculo a los 61 años de edad. Caray, en plena madurez, vaya.

    En su momento todo mundo externó sus palabras de desdicha y dolor (en las redes sociales, claro. A eso le llaman ahora “vida)) por el suicidio de un icono televisivo y editorial con el cual se viajó en materia de gastronomía, literalmente, a todo el mundo. He visto pocos programas de él, pero lo conocí en lo mejor que supo hacer y lo cual lo lanzó a la fama: su pluma. Es autor de un libro que lo catapultó a la gloria, “Kitchen Confidential.” El cual y en México y España se editó como “Confesiones de un chef. Aventuras en el trasfondo de la cocina.” Libro que se publicó en Barcelona para editorial RBA. Por lo cual y en su momento, es decir, cuando el reconocido escritor se suicidó, leí varias necrológicas con el título mal traducido. Supongo que pocos o nadie habían leído o conocido la edición en español del libro que lo catapultó a la popularidad. Para fortuna mía, tengo la 1ª edición.

    Son alrededor de 300 páginas con buen estilo y mejor pluma mojada en la sazón del fuego del picante; aquí Anthony Bourdain relata, delata, desmitifica, acelera el pulso y nos da a paladear todos los ingredientes secretos precisamente (para bien y para mal) del entramado que hacen la columna vertical de cualquier restaurante, en especial, los de EEUU. En un apartado donde aborda a esos seres enfermos de la creación, los dueños de los restaurantes, Bourdain de plano, escribe: “… la peor especie de dueño… es el que se mete en el oficio por amor. Amor por las brillantes obras de George Gershwin (siempre han querido tener un sitio donde puedan ofrecer la música de cabaret que veneran); amor por la cocina regional campesina de México (¡y será autentica, nada de ‘margaritas’ en lata!)…”

    ¿Sabe usted quien era la pareja sentimental del chef? Nada menos que la ex actriz de cine, la bella Asia Argento. Y vaya entonces el escritor lo tenía todo: fama, dinero, una mujer de cromo, buen trabajo, era solicitado y aplaudido como un rock star, viajes, los mejores restaurantes, era respetado y reconocido; pero, ¿eso es todo? ¿Entonces por qué se suicidó? Enrique Rojas (España, 1949), en un libro de reciente factura, indaga más sobre las entrañas de este monstruo voraz y letal de la tristeza. Dice el doctor: “Hay que tener buena salud, mala memoria y superar la seriedad… La sociedad se ha vuelto más conflictiva que hace 30 años, cada vez estamos más tristes por que nos creemos obligados a alcanzar grandes logros económicos, la perfección en el terreno profesional y sentimental.”

    El chef se hartó de vivir. El negro sol de la melancolía de Nerval, más fiero que nunca… Bourdain ya cocina en el otro mundo.

     

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