El abuso de los símbolos

    Por Gerardo Hernández González

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    ¿Habrá cruzado alguna vez por la mente de Enrique Peña Nieto cambiar el nombre del PRI por el de Mover a México, su eslogan de campaña? Quizá, pero, carecía del alcance, la fuerza y el carácter de Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y Carlos Salinas de Gortari para tomar una decisión de ese calado. Tampoco tenía la aceptación ni la autoridad moral del general. Peña accedió a Los Pinos por el fracaso de la alternancia. Vicente Fox y Felipe Calderón fueron los mejores aliados del PRI. De lo demás se encargó el cartel de gobernadores (Humberto Moreira y Rubén Moreira, Javier Duarte y César Duarte, Ulises Ruiz, Roberto Borge, Miguel Alonso Reyes…) de cuyas entidades fluyeron subrepticiamente recursos para financiar la campaña presidencial de su excolega de Estado de México. Los feudales modernos recibieron como premio impunidad y vista gorda frente a sus desmanes.

    Un Moreira (marca asociado a deuda ilegal, escándalos de corrupción y masacres) fue hasta hace poco la imagen y el cancerbero del PRI en el peor momento de su historia. Para subsistir después de su desastrosa participación en las elecciones del 1 de julio, ese partido necesita aplicar acciones tan radicales como el repudio social hacia sus siglas y su clase dirigente. Olvidar un nombre vacío de contenido ideológico el cual ya no dice nada a nadie, mucho menos a los jóvenes, y dejar de utilizar los colores del símbolo patrio por antonomasia: la bandera. En 90 años de abuso, el emblema se asoció a sus prácticas: antidemocracia, corrupción, enriquecimiento ilícito, abuso de poder e impunidad.

    No es casual entonces que el desdén ciudadano hacia el escudo partidista se haya transferido a la bandera nacional e incluso al “Tri” (la selección de futbol), por asociación fonética con el PRI, y al día de la independencia. El zócalo capitalino y sus equivalentes en los estados dejaron de ser lugares de fiesta, el corazón de la patria, la noche del 15 de septiembre, para convertirse en tribunales populares contra los malos gobiernos, la corrupción, la violencia y la injusticia. En lugar de escuchar el veredicto, las autoridades acordonaron las plazas y las llenaron de acarreados.

    El primer atentado terrorista durante las fiestas de independencia ocurrió durante la celebración del 198 aniversario del Grito, en la plaza Melchor Ocampo de Morelia, Michoacán. La agresión, atribuida al narcotráfico, cobró la vida de ocho personas y dejó heridas a más de 130, según el gobierno. El rechazo a la partitocracia y al statu quo en el mundo abre cauce a nuevas fuerzas políticas y condena a la desaparición a las que no se adaptan a las circunstancias. Son los casos de Podemos y Ciudadanos en España; Syriza en Grecia y En Marcha en Francia, ambos cabezas de gobierno; y Morena en México, cuyo líder asumirá la presidencia el 1 de diciembre.

    Empero, cambiar de nombre o conservar la misma denominación no le servirá al PRI de nada si no emprende una transformación profunda, purga sus cuadros, redefine su ideología y ofrece compromisos inquebrantables contra la corrupción, el nepotismo, la impunidad, la inseguridad, la injusticia, la simulación democrática y los pactos con el crimen organizado. Pero aun si lo hace, tardará mucho tiempo en recuperar la confianza ciudadana y en volver a ganar elecciones. El portazo de julio encierra un mensaje indubitable: no más PRI, Peñas, Moreiras ni nada que se les parezca.

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