Forever Marilyn Monroe…

    Por Jesús R. Cedillo

    0
    1738

    Lo he escrito antes: hay tristezas y nostalgias extrañas. Son tristezas emperradas que se cargan como un fardo toda la vida. Son tristezas y melancolías inexplicables. Una de ellas, la volátil tristeza que me embarga siempre, cuando hablo y escribo de una mujer de porcelana: Marilyn Monroe (1926-1962). Ya no una mujer al día de hoy, sino un mito. Ya no de carne, tendones, cabellos rubios y hueso; sino de tinta, papel italiano, lágrimas, celuloide, melodías y sueños. Hartos sueños con ella como única y eterna protagonista en mis noches más altas.

    Siempre vamos hablar de Marilyn Monroe. Atados a ella estamos varíos seres humanos. Al parecer, millones. Tan es así, que se sigue oteando su vida, sus pertenencias, su urdimbre íntima con el fin de encontrar nuevas resonancias secretas a sus sílabas y a su encanto. Nunca, nunca nos vamos a hartar de leer sobre mi Marilyn. Nadie se harta de seguir leyendo sobre ella y su mito eterno y joven por siempre. Cuando se cumplieron 50 años de su muerte, en 2012, se editó un libro portentoso: la novela “Blonde”, de la aclamada y premiada periodista y narradora norteamericana Joyce Carol Oates (Alfaguara). Ésta hurgó en la tempestuosa y azarosa vida de la malograda Norma Jeane, para ofrecernos un texto voluminoso (más de 900 páginas) que se deja leer en mi caso, con un dejo de tristeza y tragedia. La fábula de Marilyn sigue ganando terreno. Se abona en tierra fértil. Tuvo una sola vida, la cual hoy se desdobla en tantas sombras, como escritores y plumas abordan sus diversas aristas y huellas sobre la tierra.

    Joyce Carol Oates toma al mito, vierte la materia prima en un crisol y nos entregó una novela de tal calado y envergadura, que se convierte ya, en un referente ineludible para penetrar en la urdimbre que animaba la vida social, pública y cotidiana de una simple muchacha que terminó crucificada, convertida en estatua y tragedia a la vez, la cual lo mismo habita el paraíso de hombres en la tierra que pesadillas en las noches aciagas. Con Marilyn Monroe no hay medias tintas ni paños tibios. Por siempre nos lleva del cielo al infierno en el mismo boleto. Así lo deja ver la cirujana Carol Oates en una novela de proporciones centáureas.

    Pero hoy, precisamente en este mes de agosto en que se cumplió un aniversario más de su muerte (5 de agosto), mi amigo y compañero de armas, don Daniel Alvarado Flores, con amplia trayectoria en medios de comunicación y con su título de Economía por la UNAM, me ha hecho llegar un libro de su autoría del cual, debido a mi ignorancia, no lo conocía: “Marilyn Monroe. (1926-1962)” Más de 85 páginas dedicadas a un amor total y compartido: Marilyn, la tentación rubia.

    Hijos de la revolución de izquierda latinoamericana que ven opresiones y desdichas en cada rincón hollywoodense, Eduardo Galeano y un poeta y cura degradado y hoy perseguido por el régimen dictatorial de Daniel Ortega, Ernesto Cardenal, han condenado a la blonda muchacha de ojos tristes, sendos textos de todos conocidos y con plena vigencia al día de hoy. El primero escribió: “Tenía párpados gordos y papada, nariz de punta redonda y demasiada dentadura: Hollywood le cortó grasa, le suprimió cartílagos, le limó los dientes y convirtió su pelo castaño y bobo en un oleaje de oro fulgurante.” Sin duda, sin duda alguna.

    Aunque Dios jamás haga caso (no le hizo caso ni a uno de sus fieles acólitos, el propio sacerdote Ernesto Cardenal, el cual fue condenado a estar de rodillas y no recibir la autorización de besar el anillo divino de en su momento, el Papa Juan Pablo II, uf), el poeta nicaragüense le endereza su plegaria, preces muy leídas y recordados por y para Marilyn: “Señor/ recibe a esta muchacha reconocida en toda la tierra con el nombre de Marilyn Monroe,/ aunque ése no era su verdadero nombre…).” No sé. Hay tristezas y nostalgias extrañas. Ella misma, abatida por siempre. Su belleza era del tamaño de su tristeza. En el camino perdió su nombre de pila, Norma Jean, y obtuvo uno el cual la llevaría a la eternidad, Marilyn Monroe. Cuando murió, ya nada fue igual. El panteón ganó un puñado de huesos perfectos y la historia ganó a una mujer de leyenda. La herida no sana. Y esta herida no lo padezco yo sólo, no, también hiere en la noche a don Daniel Alvarado, quien ha escrito un libro con descubrimientos sonoros, como la presencia del número seis en la vida de la rubia bella.

    Vaya, la leyenda se sigue alimentando de nuestras letras y no hay final. En uno de los mejores retratos jamás dibujados sobre Marilyn, el narrador y periodista norteamericano Truman Capote, tal vez es quien la definió para el resto de la eternidad. “Eres una adorable criatura”, le espetó al oído en el funeral de Constante Collier. Y ya cuando murió Marilyn Monroe (la mataron, afirma don Daniel Alvarado), todos quedamos viudos por siempre y con una maldita tristeza clavada en los ojos y corazón. El corazón, mi corazón, esa víscera inservible, desde entonces, tiene una estaca clavada y la vigilia es eterna…

    El libro de don Daniel Flores, quien estuvo en la legendaria rueda de prensa de la Monroe en la ciudad de México de aquel 22 de febrero de 1962, es de colección.

    Comentarios de Facebook