Paradojas

    Por Gerardo Hernández González

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    A las fórmulas senatoriales encabezadas por Guillermo Anaya y Verónica Martínez les faltó lo que Armando Guadiana tenía de sobra: no bigotes, sino un candidato presidencial creíble y con liderazgo, y el apoyo de una ciudadanía indispuesta con el PRI y con el PAN. Tal circunstancia determinó la actitud de los candidatos. La elección, que desde hace dieciocho años había sido entre dos, el 1 de julio se dividió en tres. Es probable que, en su fuero interno, el abanderado de Morena aspirara al escaño de primera minoría, después de haber obtenido el año pasado 151 mil votos como aspirante a gobernador.

    Sin embargo, AMLO —el rey Midas de la política— le aportó a Guadiana un cuarto de millón de sufragios extras para ganarle al PAN y PRI. Su tándem, Eva Galaz, debe ser la más sorprendida. Jamás había soñado ser senadora, como nunca no lo será Rubén Moreira ni nadie de su círculo cercano. Verónica Martínez, quien obtuvo la curul de primera minoría, es hechura del exgobernador y todavía secretario de Organización del PRI, pero para efectos prácticos es un cadáver político. Nadie olvida que, como diputada local, legalizó la megadeuda de Humberto Moreira encubierta por su hermano Rubén. Así premia el PRI a sus más abyectos e incondicionales, y Martínez es uno de ellos. Su paso por el Senado será tan destacado como la de Jaime Rodríguez, el Bronco, en Nuevo León. Una nulidad.

    La mejor campaña la realizó Jericó Abramo, compañero de fórmula de Martínez. Fue por él que ella ganó. El exalcalde de Saltillo sabía del riesgo, pero lo asumió consciente de su capacidad de trabajo, de sus credenciales políticas y del mérito de haber afrontado a Rubén Moreira, quien, incluso, llegó a amenazarlo cuando pretendía ser candidato al gobierno de Coahuila. Su no ingreso a la Cámara alta resulta conveniente para quienes prematuramente aspiran a la silla de Miguel Riquelme. Ninguno llegará. Abramo no había perdido una sola elección, y la del domingo pasado lo es a medias. Es joven, creyente, y debe recordar la máxima del español Manuel Fraga Iribarne: “En política, todas las victorias son efímeras, y todas las derrotas son provisionales”.

    El fracaso del PAN es mayúsculo, pues en las tres elecciones previas había ganado las senadurías de mayoría; en la de 2006 justamente con Guillermo Anaya, quien ahora perdió. El resultado priva a Coahuila de una política preparada, inteligente y moralmente sólida: Esther Quintana. Es ella quien debió ser senadora, no la priista Verónica Martínez, quien es una especie de mil usos. Además del contexto adverso para el PRIAN, dos causas explican la derrota de Anaya. Una es recurrente: el exceso de confianza. Los 452 mil votos obtenidos en las elecciones para gobernador le daban pase automático al Senado; sin embargo, perdió más de 130 mil y quedó eliminado. Frente al activismo de Abramo y la campechanía de Guadiana, la campaña del panista resultó invisible acaso —segunda explicación— por su estado anímico después de haber estado a un paso de la gubernatura que, para muchos, le fue robada en Coahuila y en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación con la complicidad del Instituto Electoral del Estado, cuyo consejo general inexplicablemente no ha sido investigado. Anaya entró a la competencia derrotado.

    El triunfo de Armando Guadiana es meritorio, por haber tenido la hombría de enfrentarse a los Moreira en su momento de mayor poder, cuando la mayoría de los empresarios, los medios de comunicación y las oposiciones se sentaban a su mesa y les aplaudían alegre y “oroníricamente”, por haber renunciado al PRI hace seis años y por su apoyo a AMLO. Ciudadano hasta hace poco retirado de la política, será pronto senador.

     

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