Autorretrato con musa ausente

    Por Jesús R. Cedillo

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    Mis amigos lo saben: vivo en una casa amplia, en pleno centro de la ciudad de Saltillo. Parece un chorizo por la disposición de sus habitaciones (cinco, de forma continua, seguidas; que son las que habito en la segunda planta. Una grande abajo, que es decir, serían dos de arriba y la cochera donde habitan cajas de cartón jamás abiertas de mi último cambio de casa de renta. Dos baños completos, un medio baño y un cuarto de servicio y lavandería). No obstante su fachada un tanto mezquina (sólo hay una gran reja negra de metal, la cual ya perdió su brillo y elegancia con el paso del imbatible tiempo) y sus pocos metros de frente, es una buena casa para vivir en la cual estoy muy a gusto.

    Pago la renta justa; ni más, pero tampoco menos. Vivo en una casa con un gran ventanal en la calle que da a la entrada principal, aquí está habilitado mi estudio, luego siguen la biblioteca y sala de estar (donde habitaba mi becaria. ¿Recuerdan ustedes que Brozo tenía una?, bueno, desde entonces agarré dicha y sabia enseñanza y Jesús Cedillo tiene su becaria. Rectifico, tenía mi becaria. Mis precarias finanzas han hecho que prescinda de tan sana compañía). Sigue un pequeño comedor donde hay más libros, luego la kitchen donde sigue habiendo más libros y finalmente mi recámara, donde amén de haber más libros y videos, hay una cama confortable para dormir y reposar un tanto del trajín del día.

    Mi casa huele en verano a nardos y a incienso. En otoño e invierno huele a café recién hecho; un café fuerte, oscuro, amargo, el cual duele en el gaznate e impregna los ropajes de quien esté presente. Mi casa por siempre huele a buen jazz y a buen rock; un tanto menos a música clásica (está muy cara, los buenos discos e intérpretes están por las nubes de dinero). Cuando las esquivas musas llegan y se van, también huele a su aroma de mujer y a aquello que esconden como un secreto entre sus piernas.

    Hoy es uno de esos raros tiempos en que no tengo musa de cabecera. Hace mucho tiempo valoro estar en mi casa: aquí trabajo, aquí padezco, aquí hago el amor, aquí leo; desde aquí investigo, documento, analizo. Ya salgo poco por muchos motivos. Uno de ellos: para la mitad de la población de Saltillo soy un héroe; para la otra mitad (el gobierno en turno, por lo general), soy un hijo de la chingada. Lo más probable es que sea las dos cosas. ¿Qué soy? Yo sé lo que soy y a dónde voy. Ellos juzgan, yo existo.

    Saltillo es mi casa, mi pueblo, pero es insufrible señor lector. El calor ha vuelto insoportable a esta ciudad. Empiezo a creer en el llamado “Calentamiento global.” Monterrey y Saltillo, como en aquella vieja tonada pegajosa del siglo pasado, son “uno mismo.” Muy a regañadientes sigo habitando Saltillo. ¡Ah qué diera por estar entonces en Zacatecas, sus callejuelas y farallones de ladrillo y barro rojo! En verano Zacatecas aún es habitable: 29 grados como máxima, y sólo son de entre cinco a diez días de todo el verano. Los demás días diario amanece a 12-15 benditos grados y sólo alcanza como máximo 25-26. ¿Por qué me gusta y me apetece más Zacatecas a mi pueblo natal al cual amo y detesto por igual?

    Por aquella vieja teoría de los penalistas y juristas italianos que usted conoce lector (hay un texto de Emanuel Kant al respecto): nadie en su sano juicio puede escribir y leer a más de 30 grados centígrados. A esta temperatura sólo se antoja la cerveza, el alcohol, la carne, el desenfreno, la lujuria, la playa, el agua, la mar. Es decir, los pecados y penas de la carne. Lo contrario es el reposo, la lectura dilatada y morosa, el arrastrar el lápiz, la meditación, el buen coñac, el buen café, la chimenea y una buena mujer al lado (musa la cual y ahora, no se presenta en mi vida, salvo ladys ocasionales con las cuales uno se entrega al sexo, al buen sexo y sí, adiós). Ya es verano y me niego el ir a la playa este año, como todos.

    La anterior teoría crepuscular y veraniega se la enderezó Enrique Krauze en su momento al inefable AMLO al decirle que era un “Mesías tropical.” La polémica estuvo buena por un tiempo, pero hoy, desde sus cenizas, AMLO ha vuelto con todo y está en los cuernos de la luna políticos. Por lo anterior, en estos días infernales en Saltillo y Monterrey, se me antoja más Zacatecas a cualquier otro espacio o playa del mundo.

    ¿Por qué le cuento todo esto lector? Porque el maldito calor ya es algo pegajoso el cual no me deja trabajar, es algo inhumano y como no tengo musa de cabecera (la bella y rotunda Angelina así como llega se va), estoy a punto de destrabar amarras e irme con mi enjuta humanidad por varios días a Zacatecas y deambular en sus callejones y plazas. Por lo pronto, una buena cerveza no cae mal para estos días de tan aciago calor…

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