La más grande…

    Por Jesús R. Cedillo

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    Termina el periodo electoral, uno más en la historia de México. Muy a mi pesar usted lo sabe señor lector, estuve de nueva cuenta y como obligación de mi parte, el abordaje de la política desde mi personal estilo y pluma, bagaje e ideas. Es mi trabajo. Es mi obligación. Pero, lo sigo lamentando a mares. Me sigo quejando y lo seguiré haciendo por el siguiente motivo: mientras en México se pierde aún el l tiempo en patéticas campañas electorales donde un tipo encapuchado (qué se puede esperar en este país, donde lo más serio sigue siendo la lucha libre), un youtuber autollamado “El escorpión dorado”, entrevistaba a los candidatos presidenciales (con sorna e ironía, el científico Marcos Durán, me dijo que ese tipo, “La cucaracha dorada” o como se llame, debería de ganar El Pulitzer), en España, específicamente en Madrid, moría la más grande. La cantante que hizo de la canción latinoamericana un referente mundial: la inconmensurable María Dolores Pradera.

    Esto, estimado lector, es lo importante. Esto es de verdad un hecho, una estampa que modifica el eje del universo, no las tristes y patéticas campañas presidenciales que van a dejar a un país dividido y crispado contra sí mismo. El pasado 28 de mayo y apenas al saber de su partida, no bien se confirmó la noticia, le marqué a mi hermano de Chiapas, el melómano José Guerrero Esponda, debió de haber sido entre el 29 y 30 de mayo. A lo cual y del otro lado del auricular, se escuchaba una tonada de la grande, de la más grande, María Dolores Pradera. Eran sin duda versos de “La flor de la canela”; con voz pastosa y desde la profundidad de su dolor, dolor y llanto compartido, mi hermano José Guerrero dijo: “Hermano, no he dejado de beber escuchando a Dolores Pradera, me he reportado enfermo por una semana más, a mi oficina…” Enfermos estamos todos sin ella, sin la finura de su voz, sin su estilo de pasarela y ese fraseo tan suyo el cual elevó la canción latinoamericana, a música de colección y de conservatorio.

    En una pretérita entrevista en España, cuando la reportera le preguntó de su estilo a media voz para entonar, seria, serena y sin impostarla al estilo desgarrado y facilón de una Chavela Vargas, la más grande, doña María Dolores Pradera dijo con la galanura de su mejores días: “Yo nunca me despeino, sólo me desmeló por dentro.”  Interpretaba una música de “corazón desnudo” ha dicho en una espléndida estampa Diego A. Manrique. Todos sus discos son de colección. Y es que su longevidad (murió de 93 años) fue heroica en tiempos de velocidad y efímera presencia en el mundo musical desechable de hoy. Tiene discos, álbumes completos sobre tres compositores geniales, la divina trinidad: Chabuca Granda, José Alfredo Jiménez y Carlos Cano.

    Corría la década de los noventa del siglo pasado. Aquí en Saltillo estudiaba y trabajaba mi hermano José Guerrero Esponda, aquí nos conocimos y cultivamos desde entonces una amistad de acero y roca. Él ahora llega a mi casa (de la cual tiene su respectiva copia de las llaves de acceso) y yo voy con cierta frecuencia a la suya a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. En mi llavero tengo las copias de las llaves de su residencia. Así es la verdadera y acerada amistad cuando la hay. En ese entonces, digo, Pepe Guerrero estudiaba aquí y tenía una colección de discos que atesoraba como lingotes de oro: lo eran. Los guardaba en cajas de madera debidamente clasificados.

    Por Pepe Guerrero conocí muchos grupos y cantantes que hoy forman parte de mi mapa sentimental. Aunque ya había escuchado lo más característico del repertorio de doña María Dolores en aquellos años, en el departamento de Guerrero Esponda, terminé por descubrir y hacer mía a una cantante de voz de terciopelo la cual en cada copla seleccionada y salida de su privilegiada garganta, me hacía temblar todo mi esqueleto hasta llegar a las lágrimas. Es el caso de “Fina estampa”, “El rosario de mi madre”, “Golondrina presumida”… Pero hoy y con la maravilla de Internet, he escuchado un ramillete de canciones de las cuales no tenía ni idea que ella ya las interpretaba (le digo señor lector, pierdo mi vida y mi tiempo en la putrefacta política, cuando esto es lo importante y lo que uno se va a llevar como huellas en el alma cuando se muera). He pedido ya dos discos que no sabía de su existencia, “María Dolores Pradera. Gracias a vosotros.”

    Pero he encontrado, le digo, “Lágrimas negras” en un dueto de fantasía y regocijo: Diego El Cigala y la más grande. Es el caso también de “Hijo de la luna” con Ana Torroja y “Golondrina presumida” a dueto con Amaya Uranga. Y en la maraña de la red, he escuchado hasta el hartazgo la canción “La gota fría” del compositor Emiliano Zuleta Baquero en una interpretación y nueva creación de doña María Dolores Pradera: suprema. Y es que su cancionero incluía boleros, rancheras, valsecitos, fados, tangos, sones, cumbias… que en su voz de seda y linimento, son linaje puro. Tal vez por esto, sólo por esto, ella puede apropiarse de aquel viejo verso de “la gota fría”, “En mis notas soy extenso/ a mi nadie me corrige…”

    A María Dolores Pradera, la más grande, nadie, nadie la corrige. ¡Salud hermano, salud Pepe Guerrero!

     

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