Tom Wolfe (†2018)

    Por Jesús R. Cedillo

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    1861

    El gran periodista Renato Leduc solía advertir que la raza de los reporteros estaba a punto de desaparecer. “Se ha perdido la idea –decía– lo de que ellos tenían que provocar los sucesos, hacer un seguimiento de los mismos hasta su consumación; ahora las oficinas de prensa les reparten los boletines, ellas son las que determinan la información; por eso, a veces todas las cabezas de los principales diarios son las mismas; esto, a fin de cuentas, resta independencia periodística.” La apreciación del viejo maestro se cumple aún hoy.

    La comodidad vino a sustituir a la audacia reporteril, no pocas veces el reportero se queda únicamente con las versiones oficiales de los acontecimientos. Verdad de perogrullo: se ha vuelto una mala costumbre el considerar que los boletines y gacetillas oficiales, conferencias de prensa y entrevistas de banqueta son la fuente principal de información; pocas veces se va más allá para dar una versión distinta o proponer todos los ángulos posibles de un mismo suceso para ubicarlos en su contexto a lo cual puedan acceder los lectores para formarse su propia idea del teatro de acontecimientos. La consecuencia está a la vista: la uniformidad en el manejo de la información periodística. Máxime en tiempos de afasia por las redes sociales.

    Los vicios van a seguir, pero hay periodistas y escritores que los combaten diario con su pluma y trabajo. Esta lucha es diaria y sorda en México, en la ciudad y claro, en todo el mundo. Quien fue un detonante para abatir este rezago en materia periodística mundial en su momento, fue el norteamericano Tom Wolfe (1930-2018), el llamado “Padre del Nuevo Periodismo.” Publicó 17 obras, dos de ellas entregadas a las prensas fueron, si no tengo mal los datos en mi archivero: “El periodismo canalla y otros artículos” y su novela, “Todo un hombre.” Texto que causó un verdadero escándalo en 1999 en Estados Unidos. El gran Wolfe acaba de morir en aureola de santidad en Nueva York, a los 87 años de edad, suficientes para un dandi de su alcurnia.

    Polémico, audaz, irónico, mordaz y despiadado, son algunos de los calificativos que se aplicaban a Tom Wolfe. El reportero es un observador lúcido, dotado de una inteligencia despierta y ágil y de una maestría innegable a la hora de redactar artículos que destacan por su originalidad, por sus afirmaciones con frecuencia sorprendentes y reveladoras, y por una escritura que sin duda atrapa al lector más reticente. He releído “El Nuevo Periodismo” en su edición príncipe para Anagrama. E insisto, también y hoy debido a su muerte, “El periodismo canalla…” Artículos y reportajes coleccionados en donde transita de la ciencia a la crítica universitaria, de los nuevos usos y abusos en la sexualidad de los norteamericanos a las lúcidas reflexiones sobre la narrativa y novela gringas.

    Wolfe escribe en este libro, acerca de los cambios que ha experimentado la estructura social estadounidense, de la ingeniería electrónica y de la creación de Silicon Valley, de los descubrimientos científicos, del arte contemporáneo, de la función que desarrolla la prensa y del papel del intelectual. Tom Wolfe, autor también de una novela de culto que le hizo millonario, “La Hoguera de las vanidades” (1987), señala el declive de la narrativa estadounidense contemporánea, define su aguerrida postura como novelista y responde a los ataques de otros periodistas y novelistas respetables: Norman Mailer, John Updike y John Irving, quienes lanzaron fieros y certeros ataques a su texto de “Todo un hombre.”

    Uno de los mejores pasajes de Wolfe en este libro de artículos y reportajes es el dedicado al papel del intelectual en la sociedad norteamericana, donde puntualiza y crítica la escasa formación seria y estructural de muchos de ellos, como por igual señala los yerros de los habitantes de cubículos universitarios que viven encerrados en su órbita y se vuelven especialistas en cultura jipi, narrativa guatemalteca de la provincia de Qua Chan o bien, en poesía psicodélica. Leamos un párrafo estremecedor de Wolfe: (Emile) Zola y (Georges) Clemenceau (quien empleó por primera vez la palabra “intelectual” como sustantivo para referirse al trabajador intelectual que adopta una postura política) proporcionaron una inesperada ayuda a la colonia de hormigas obreras dedicadas al trabajo puramente intelectual: los escritores de ficción, dramaturgos, poetas, profesores de historia y literatura, esa industria artesanal de pobres infelices que se dedicaban a escribir, escribir y escribir.”

    Todo mundo lo sabe y Wolfe nos lo recordó: Zola era un magnífico periodista y en su momento, estaba más informado sobre los pormenores del caso Dreyfus que cualquier fiscal o agente judicial… Zola se convirtió en un moderno héroe intelectual, el cual a juicio de Tom Wolfe, sólo necesitó de estar dotado de una poderosa y genuina “indignación ante los poderes fácticos y los idiotas burgueses que se sometían a ellos.” Las obras de Tom Wolfe son imposibles de conseguir aquí en Saltillo e incluso, hay dos o tres en Monterrey solamente (las más conocidas). Pero destaco que usted lea señor lector: “El periodismo canalla”, “El Nuevo Periodismo”, “La palabra pintada.”

    Tom Wolfe se vestía como un dandy para vivir (eternamente de lino blanco o tono pastel). Así murió, en aureola de santidad.

     

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