La insoportable angustia de vivir de Franz Kafka

El escritor describió en «El proceso» la falta de sentido de la existencia en un mundo en el que todos somos culpables por haber nacido

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Franz Kafka sería hoy un desconocido si no fuera por la decisión de su amigo y albacea Max Brod, al que pidió poco antes de su fallecimiento que destruyera todos sus escritos. Brod no le hizo caso y se preocupó de la publicación de los textos del escritor nacido en Praga, que pronto recibieron una gran acogida de la crítica y del público. El proceso apareció en 1925, un año después de su muerte. La novela fue editada por una editorial berlinesa. Hay que apuntar que Kafka escribía en alemán, puesto que había venido al mundo en el seno de una familia de judíos asquenazíes. Su madre era hija de un próspero fabricante de cerveza y su padre era un comerciante que explotaba un negocio textil con éxito. Por tanto, la infancia del escritor se desarrolló en el ambiente de la alta burguesía praguense. Franz era el mayor de seis hermanos, dos de los cuales murieron prematuramente, una desgracia que influyó en su carácter y que le generó una sensación de culpabilidad. Las malas relaciones con un padre autoritario también marcaron su juventud.

Kafka era un persona tímida y solitaria, con un miedo patológico a hacer el ridículo. Estaba acomplejado por su aspecto físico y tenía serios problemas para relacionarse con las mujeres. Nadie sabe por qué rompió con su novia Felice Bauer cuando ambos estaban comprometidos a contraer matrimonio. La relación epistolar de la pareja ilustra sobre la complejidad del carácter del escritor. A pesar de la oposición de su progenitor, Kafka decidió dedicarse a la literatura, lo que simultaneaba con su trabajo en una empresa de seguros. Presionado por su padre, había estudiado Derecho, lo que le obligó a unas prácticas de un año en los tribunales. Más tarde, ejerció brevemente de pasante en un despacho de abogados. Todas estas circunstancias son esenciales para comprender El proceso, una de las novelas más influyentes en las letras del siglo XX.

Al releer El proceso en los pasados días para escribir estas líneas, he sentido la misma impresión que hace 40 años: que estaba dentro de un sueño. El relato de Kakfa es una experiencia onírica que remite al cine expresionista alemán, a películas como Mabuse o El gabinete del doctor Caligari, en las que la realidad aparece deformada por las sombras y una geometría delirante. Con esta filosofía Orson Welles llevó a la pantalla la obra de Kafka en 1962, logrando plasmar ese ambiente opresivo de la narración.

El proceso cuenta la pesadilla que sufre Josef K., apoderado de un banco, cuando dos agentes se presentan en la pensión en la que reside para informarle de que está acusado de un delito que en ningún momento se le comunica. A pesar de sus esfuerzos por esclarecer los motivos de la acción de la Justicia, nadie es capaz de explicarle ni qué se le imputa ni cuáles son los jueces ni cuáles son las reglas de ese proceso, en el que, según argumenta su abogado, la mejor estrategia es no defenderse porque cualquier alegato puede ser un indicio de culpabilidad. En consecuencia, le insta a renunciar a toda esperanza con estas palabras: «La defensa no está permitida por la ley. La ley se limita a sufrirla».

Su tío Albert reprocha la conducta de Josef K. y le dice: «Sufrir semejante proceso es ya haberlo perdido». Y, efectivamente, no existe posibilidad de ser declarado inocente por un aparato judicial en el que los jueces son innacesibles y en el que carece de sentido presentar un pliego de descargos cuyo destino es ser archivado sin que nadie lo lea. A lo largo de la obra, Josef K. deambula por los pasillos de los tribunales, situados en edificios lóbregos y ruinosos de las afueras de la ciudad, en los que cientos de acusados esperan a ser llamados a declarar. El protagonista de El proceso busca infructuosamente alguien que pueda tener contacto con los jueces, como un pintor llamado Titorelli, que vive en una covacha, al que compra tres cuadros sin ningún resultado. En las páginas finales, Josef K. es llevado por dos esbirros a un descampado en el que le clavan un cuchillo en el corazón. Es el cumplimiento de una sentencia no dictada por un tribunal que no existe en función de unas leyes que nadie conoce.

El proceso es más que una trágica parodia de un sistema judicial impersonal y burocratizado. Es una reflexión sobre la condición humana en una sociedad en la que el individuo es aplastado por un Estado omnipotente, que le priva de libertad y le impide elegir su propio destino. En este sentido, la novela podría ser un precedente de El extranjero de Camus o de La náusea de Sartre, en las que sus protagonistas son víctimas por el mero hecho de existir. Vivir y sufrir eran lo mismo para Kafka.

Con información de Diario ABC.es

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