La historia negra (I)

    Por Gerardo Hernández González

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    El país entró en crisis cuando el presidente perdió el control sobre los gobernadores por efecto de la alternancia. El sistema de pesos y contrapesos no lo ejercía el Congreso ni la Corte, sino el jefe de Los Pinos. La espada de Damocles servía para mantener a raya a los caciques locales. Quien excedía ciertos límites era defenestrado. Sin embargo, cuando el presidente les soltó las riendas y, peor aún, se convirtió en cómplice de sus desmanes, la corrupción y la violencia tomaron carta de naturalidad. Por eso México está hoy en llamas.

    En sus visitas a Saltillo y Torreón, el candidato del PRI a la presidencia, José Antonio Meade, tiró por la borda la oportunidad de acreditar su discurso contra la corrupción y la impunidad y sumar votos, siquiera para evitar una caída más profunda. Si con la misma hombría con que defiende al país de Nestora Salgado, candidata de Morena a senadora plurinominal, hubiera tomado la causa de los coahuilenses frente a los abusos del moderato, su campaña tendría algo de rescatable.

    En la primera gira de Meade, el 23 y 24 de abril, José Gil Olmos, reportero de Proceso, prestó atención a un fantasma cuyo rastro de deudas, muertos, desaparecidos, empresas fachada y agravios cubre al estado de ignominia. En la campaña presidencial de 1982, Miguel de la Madrid dedicó un par de líneas a Óscar Flores Tapia, quien renunció al gobierno por supuesto enriquecimiento ilícito, para reforzar su propuesta de “renovación moral”. La referencia era innecesaria (la PGR exoneró a OFT), pues MMH ganó con el 70% de los votos. Sin embargo, el tema flotaba en el ambiente y la mención era insoslayable.

    Hoy, cuando las condiciones en Coahuila son verdaderamente críticas por el endeudamiento, el deterioro institucional, el colapso del sistema de salud y las masacres en Allende y en el penal de Piedras Negras son objeto de estudio y denuncia por parte de organismos internacionales, medios de comunicación y universidades del país y del extranjero; después de que Humberto Moreira, exlíder del PRI, estuvo detenido en España como parte de una investigación “por los delitos de blanqueo de capitales, malversación durante su etapa como gobernador, además de cohecho y organización criminal” (El Español, 15.01.16), y el exgobernador Jorge Torres López es prófugo de Estados Unidos, acusado por la DEA de lavado de dinero; y cuando las demandas de justicia en Coahuila no han cesado, el candidato del PRI, el Verde y Nueva Alianza prefirió mirar hacia otro lado.

    Gil Olmos captó esa realidad incómoda en la reunión de Meade con mujeres de Saltillo —a la cual “no invitaron a las integrantes de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México (FUNDEM)”— y la reflejó en 42 palabras: “se hizo presente la sombra del apellido que forma parte de la historia negra del PRI: el de los Moreira, Rubén y Humberto, quienes han gobernado la entidad en los últimos años dejando una estela de muertos, desaparecidos, corrupción y desvío de recursos” (Apro, 24.04.18).

    Meade basa su campaña en su honradez, pero los fantasmas se le agolpan lo mismo en Coahuila que en Veracruz, en Chihuahua, Tamaulipas y Quintana Roo. —«¿No habrá casos como el de Moreira?, se le inquirió casi al final de la conferencia de prensa. Meade, titubeante, respondió: “En mi gestión habrá ministerios públicos autónomos, transparencia; no habrá escándalos, no habrá moches, no habrá ligas”», dice el texto del autor de Los Brujos del Poder.

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